Un cataclismo con nombre propio: Giannis Antetokounmpo
Las lesiones precipitaron el final de unos Bucks que se han visto inmersos en una temporada llena de vaivenes, decisiones inexplicables y una estrella más señalada que nunca.
“Es un ganador. Es un campeón. Hace cosas intangibles que la mayoría de la gente no reconoce porque no aparecen en las estadísticas”. Son palabras que Erik Spoelstra, entrenador de los Heat, dirigió a Jrue Holiday antes del quinto y definitivo partido de la serie de primera ronda que superaron los Celtics. Es lo que se suele decir del base, un jugador sin parangón, uno de esos que te permite amarrar un equipo que pase de competitivo a ganador. Y fue esa la pieza que dejaron escapar los Bucks el verano pasado, la primera de una ristra de decisiones incomprensibles que no pararon de sucederse y que acabaron como han acabado: con una eliminación temprana en playoffs, en la misma ronda inicial en la que cayeron el año pasado, con una ventaja de campo que no les ha servido para nada y otra expulsión directa al rincón de pensar. Otra vez, llegan unos meses de constante toma de decisiones, de preguntarse qué es lo que se ha hecho mal y darse cuenta, o no, de que han sido muchas cosas. Un fracaso estrepitoso y una negación constante que supone el reinicio de un proyecto que ya ha empezado muchas veces (demasiadas) y que en algún momento tendrá que acabar.
Un campeón nunca es de paso porque siempre es para siempre. El anillo es el tope, el premio máximo, la victoria de todas las victorias. Pero no es la primera vez que vemos a un ganador ser efímero y jamás convertirse en dinastía. Pasó con los Raptors en 2019, con la salida de Kawhi Leonard y la carencia de competitividad que fue paulatinamente acabando con el proyecto, que jamás pasó por las finales de Conferencia de nuevo. Y lo mismo ha pasado con los Bucks, que ganaron en 2021 su primer título en 50 años y, tras ello, han caído una vez en segunda ronda y dos en primera. Un legado muy malo que sale perdiendo en la comparativa con los canadienses, que perdieron por el camino al ya mencionado Kawhi. En Milwaukee se mantuvo la plantilla que les aupó al título, pero no se consiguió nada más que irse hundiendo en una espiral de reproches cruzados y una sensación constante de que el gran rival en la Conferencia Este, los Celtics, estaban siempre por encima. Además sin ganar el anillo, lo que empequeñecía aún más la reputación de un título parcialmente olvidado. Porque un campeón es para siempre, pero en cuanto aparece el primero la gente ya está deseando que llegue el siguiente. Sea el mismo u otro distinto.
Y si a todo esto le añades una estrella como Giannis Antetokounmpo, la cosa explota para mal tan pronto como lo hizo en dirección contraria. El griego es uno de los mejores jugadores de la historia, un europeo único con un dominio brutal que ha ganado dos veces el MVP de la temporada y en una ocasión el Mejor Defensor, es MVP de las Finales, del All Star Game... un currículum inabarcable para cualquier baloncestista, más aún conseguido en una gran precocidad, pero también un deportista generacional criado en la era de los jugadores empoderados, con ínfulas complicadas de controlar y que ha pasado de parecer una víctima incomprendida al culpable de todos los males. Y se ha esforzado por hacerlo, obligando a la directiva a tomar decisiones complejas y yendo al límite para firmar su extensión, una de 186 millones en apenas tres temporadas que se hará efectiva al finalizar el curso que viene y que le tendrá atado a la entidad hasta 2028, si hace efectiva la player option de más de 66 millones de dólares que tendrá en 2027. Mucho dinero, franquicia hipotecada, Jrue Holiday fuera, un techo cada vez más bajo y un suelo que tocan en todo momento, sin separarse de él. Sin volver a ver un anillo con el que entonces soñaban y que ahora parece eso, un lejano sueño.
Un cúmulo de despropósitos
La eliminación en primera ronda ante los Heat de hace un año hizo explotar la bomba. Giannis, que todavía no había firmado su extensión, dejó en el aire su continuidad en los Bucks y dijo eso de que quería ganar el campeonato donde fuera. Y hubo chivo expiatorio: Mike Bundeholzer, siempre cuestionado, se mantuvo en su puesto tras conquistar el anillo porque el anillo lo vale todo y lo justifica todo, pero fue señalado tras la abultada derrota (4-1), la gestión de los finales apretados y esa etiqueta de entrenador de un sólo plan que no sabía reaccionar en el momento de la verdad. Sea cierto o no (lo parece), la entidad le despidió y ascendió al puesto al entonces asistente y exjugador Adrian Griffin, un movimiento que ya se ha visto más veces y que vino motivado a promocionar a un técnico que fuera tuviera la etiquieta de amigo de los jugadores. Algo que se hizo con el beneplácito de Giannis y que no siempre sale bien, pero que es como echar una moneda al aire y ver si funciona. Lo que no salió bien con Luke Walton (de hecho, salió fatal) sí lo hizo con proyecto de más vista a largo plazo como el reciente Entrenador del Año, Mark Daigneault, que ha crecido al mismo tiempo que lo hacían los Thunder. Pero, sobre todo, a la estrella griega le parecía bien. Y eso era lo más importante de todo.
Pero el traspaso grande estaba por llegar, al igual que ese otro gran jugador que Giannis exigía. Y ese fue el principio del fin: Jrue Holiday fue traspasado a los Blazers a cambio de Damian Lillard, un base anotador que monopolizaba el juego de la entidad de Portland, pero que estaba perdido en el estado de Oregón y en un proyecto del que fue el líder, pero que nunca se acercó al anillo. Eso sí, era una estrella que sumaba siete All Stars (que ahora son ocho), nominaciones en los mejores quintetos y al que se le caían los puntos: promedió 32,2 antes de llegar a Milwaukee y superó los 25 de media en siete de las últimas ocho temporadas. Era un nombre claramente importante para acompañar a Antetokounmpo, el compañero que exigía un jugador que no tardó en renovar. Los Bucks se aseguraban así el futuro, lo que más querían. Aunque por el camino, claro, se dejaron a un Jrue que terminaría en el eterno rival, unos Celtics que han encontrado en el base la pieza que les faltaba para amarrar un equipo que ha finalizado con 64 victorias en regular season.
Y la cosa no acabó ahí: la entidad se movió para reforzar a Griffin y fichó a Terry Stotts de asistente, un entrenador de sobrada reputación que además había entrenado a Lillard en los Blazers, a los que había llevado en ocho ocasiones consecutivas a playoffs. Y que también tenía experiencia a la sombra, siendo el experto ofensivo del banquillo de los Mavericks en 2011, esos que tenían a Dwayne Casey en el plano defensivo, ambos hombres de confianza de un Rick Carlilse que sumó entonces su primer y único anillo. Poco duró dicha asociación y Stotts decidió marcharse por donde había venido unas semanas antes de que se iniciara la temporada regular. Nadie supo muy bien lo que pasó, pero algo debió ver el técnico para irse antes de que todo empezara, una decisión de la que no se ha sabido nada más, en parte por la discreción que acompaña a su personalidad. Y que no supuso un gran revuelto, ya que todo el mundo estaba pendiente de cómo funcionaría la nueva asociación que se había forjado en pista, muy buena en la teoría pero con lagunas en la práctica. Demasiadas.
Ocurrieron más cosas, claro. Adrian Griffin, que tuvo más de un desencuentro con Antetokounmpo durante los partidos de manera pública, en la que incluso se vio al griego marcando algunos cambios, fue despedido cuando los Bucks llevaban un récord de 31-14. Y en dicha crisis apareció un Doc Rivers que siempre está en todas, un hombre elegido dentro de los 15 mejores entrenadores de la historia y que fue campeón con los Celtics de 2008, pero que no ha dado con la tecla en sus proyectos posteriores, Clippers o Sixers. Lo raro no fue sólo eso, sino que se filtró que el técnico había actuado como una especie de asesor externo de la franquicia desde la derrota en el In-Season Tournament, en semifinales, durante el mes de diciembre. Un nivel de intervencionismo que, unido al de Giannis, acabó con la breve etapa de Griffin en los Bucks. El récord con Rivers fue de 17-19. Y en Milwaukee han acabado por debajo de las 50 victorias (49) por primera vez desde el año del anillo, en el que sólo se disputaron 72 encuentros. Y terceros de una pobre Conferencia Este tras Celtics y Knicks. Algo que supo a poco. Y que ha sido menos todavía.
Mal presente, dudoso futuro
Pronto se vieron las deficiencias de tener a Lillard en pista, su pobre rendimiento defensivo y la sincronía con un Giannis, una que ha sido mayor en los vestuarios que en pista. Los Bucks han tenido el peor rating defensivo de su historia, han sido la décima peor defensa de la NBA y han perdido las credenciales que les llevaron al anillo, ese juego que te apabullaba físicamente, con Antetokounmpo generando una fuerza sobrehumana en ambas zonas y tiradores abiertos que llegaban a todas las ayudas en defensa. El griego se ha ido a más de 30 puntos, 11,5 rebotes y 6,5 asistencias, con su dominio habitual, pero lo de alrededor no era lo mismo a pesar de los más de 24 tantos de media de Lillard. Y la desgracia ocurrió precisamente en uno de los partidos en los que mejor imagen colaborativa estaban mostrando los Bucks, en una victoria absoluta ante los Celtics en la que, en un saque de banda, Giannis sufría una distensión en la pantorrilla con la que evitó la lesión en el tendón de Aquiles, pero que le dejaba fuera durante tres semanas. Algo muy similar a lo que le acaba de pasar a Kristpas Porzingis, pero que a los Bucks les ha costado la eliminatoria.
Poca cosa han podido hacer contra los Pacers sin Giannis. Bobby Portis ha funcionado todo lo que ha podido y Khris Middleton fue héroe sin suerte en el tercer asalto y hubo un bravo esfuerzo sin las dos estrellas para forzar el sexto asalto, pero poco más. Parecía que Antetokounmpo podía volver en cualquier momento, pero nunca lo hacía. Y otra vez a casa en primera ronda, esta vez por 4-2 y ante el sexto clasificado del Este, que no es el octavo como lo fueron esos Heat, pero duele igualmente. Y muchas interrogantes de cara al verano: nadie sabe si Doc Rivers, siempre de buen rollo con los jugadores, ha estado de paso; parece carcomido por el paso del tiempo y por las mil batallas que lleva a sus espaldas. Ni qué ocurrirá con una plantilla que se ha quedado corta, perdiendo a piezas muy importantes y dando la sensación de que nadie sabe a qué juega, si al ataque o a la defensa, a la monopolización del griego o a la magia intermitente de Lillard. A veces parece que a todo ello. El resto del tiempo, que a nada. Y lo segundo se ha impuesto preocupantemente a lo primero. Y de forma casi definitiva.
Los Bucks tienen más de 182 millones comprometidos para el próximo curso: Giannis, incluyendo la temporada que acaba de terminar, 236 millones hasta 2028; Lillard, 152. Y parece (muy) poco probable, aunque sea por mera insistencia, que vayan a intentar deshacerse del base después de todo lo que tuvieron que dar por él, en lo deportivo y en lo emocional. A ver qué pasa con Middleton, que tras romperse el ligamento cruzado interior de la rodilla no ha vuelto a ser el mismo y podría ser traspasado, pero que cobrará 31 millones el próximo curso y tiene una player option de 34 para la 2025-26, por lo que se convierte en un contrato muy difícil de mover. Más allá de eso, todo indica que Portis y Pat Connaughton seguirán. Y falta ver qué hacen los Bucks para rellenar una intendencia en la que seguirá Thanasis para gozo de su hermano mayor, pero quizá no un Patrick Beverley que ya ha dejado atrás su mejor baloncesto, si es que alguna vez ha sido bueno. Muchas dudas, una incertidumbre mayúscula y un retrato, el de Giannis Antetokounmpo, que está muy lejos de ser el que era hasta hace no mucho tiempo. La debacle de esta temporada lleva su nombre. Su intrusismo en las decisiones de la entidad ha pasado de permisible a bochornoso. En la NBA se pasa muy rápido de héroe a villano. Y a veces con razón. Así están las cosas.
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