Último tren para Westbrook
El base, que en noviembre cumplirá 36 años, tendrá responsabilidad y también mucha presión en Denver Nuggets. Su última gran oportunidad.
Entre debates que por puro simplones convertimos en más complicados de lo que son (muchas veces, estos tiempos, por un puñado de interacciones y likes) perdemos el foco con lo más obvio que se puede decir, en el verano de 2024, de un jugador tan polarizador como Russell Westbrook: con la temporada 2024-25 recién empezada, en noviembre, cumplirá 36 años. Lleva en la NBA desde 2008 y su declive, llegados a este punto, es algo natural.
Y que no nos hemos encontrado de pronto en nuestra puerta, de la noche a la mañana. Westbrook jugó once años inolvidables en OKC (hasta 2019) pero desde entonces (cinco años) va por cinco equipos más: Rockets, Wizards, Lakers, Clippers y, ahora, Nuggets. Trotamundos a la fuerza, una de esas carreras que acaban así, ha sido traspasado cuatro veces, dos con Utah Jazz como franquicia nodriza en la que, en total y mientras se arregla papeleo y todo lo demás, ha pasado trece días en dos etapas. Su contrato (cada vez más pequeño) se ha ido convirtiendo en problema (cada vez más pequeño) y cuestión de ingeniería salarial. Una de esas carreras que acaban así.
Ha ganado casi 350 millones solo en salarios con franquicias NBA, pero su último gran contrato se extinguió en 2023, descargado por los Lakers en unos Jazz que arreglaron el final de más de 46 millones de dólares que despidieron, un toque de simbolismo, al gran Westbrook. Con los Clippers, después de los flecos que cobró para acabar esa temporada, firmó un contrato de 1+1, con player option, por solo 7,8 millones. Su mercado era ese. Cuando decidió ejecutar su continuidad para este próximo curso los Clippers ya tenían otra idea y fabricaron un traspasito a los Jazz (como los Lakers pero ya en versión letra pequeña) porque, básicamente, no contaban con él. Después de otro buyout en el que perdonó 1,7 millones a los Jazz, ha firmado con los Nuggets, otra vez en 1+1 con player option, por 6,7 millones totales. Es, por lo tanto y ya para dos franquicias, un jugador lejos del rango de un salario medio que en la NBA ya supera los 10 millones.
Un paso amargo por el baloncesto de L.A.
Su final en los Lakers fue espantoso, un experimento nefasto (con muchos culpables) que naufragó en la temporada 2021-22 y al que le sobró cada minuto de la 2022-23 hasta que salió, todo el mundo pudo por fin respirar (incluido él) y se fue a los Clippers con la ilusión renovada: si había fallado el regreso a su L.A. natal con uno de los equipos de la ciudad, había que probar con el otro. Y tampoco fue bien. No alcanzó el nivel de histeria destructiva y permanente barullo mediático del intento con los Lakers, pero fue un lánguido viaje a ninguna parte, del inicio forzadamente feliz (un atracón de buenas intenciones) a una salida por la puerta de atrás. Para considerar como buena la etapa de Westbrook en los Clippers, solo vale partir de un listón enterrado ya bajo tierra.
Que no se olvide, entre este largo y cada vez más plomizo final, entre los memes y los debates histéricos de las redes, que Westbrook ha sido MVP de la NBA. Y dos veces MVP de un All Star Game para el que ha sido seleccionado nueve veces. Ha sido otras nueve All NBA (dos en el Primer Quinteto), dos veces Máximo Anotador, tres Máximo Asistente, entró en la lista oficial de los 75 mejores de la historia que realizó la propia NBA y ha ganado un oro olímpico y un Mundial con el Team USA. Ah, y logró lo que parecía solo al alcance de Oscar Robertson: promedió un triple-doble en una temporada completa. En tres seguidas, de hecho, una de ellas (la del MVP) con más de 31 puntos por noche. Y tiene más triples-dobles que nadie, 199, aunque se le resiste (solo cinco en las dos últimas temporadas) el 200. Su carrera, fue un 4 del draft que saltó de UCLA a los Supersonics/Thunder, ha sido extraordinaria. De hall of famer. Faltó un anillo que, con perspectiva, nunca estuvo tan cerca como en sus intentos como escudero de Kevin Durant. Desde entonces, sus opciones de ser campeón han estado cada vez más lejos mientras se le pegaba a la piel, un rollazo, el exceso absurdo. En las críticas y en los halagos.
Habrá opiniones para todos los gustos, pero creo que hay bastante consenso en que sí, su carrera ha sido maravillosa, y sí, su declive es indisimulable y marida con un estilo de juego que se adapta mal a un físico cada vez menos nuclear. Hay defectos que siempre han estado ahí, y que hace años ni se molestó en corregir porque no lo necesitaba. Ya estaban, pero ahora se notan más. Parece imposible mirar para otro lado, especialmente en esos playoffs para los que ya hay una marca registrada que conocen todos los rivales: como desactivar a Russell Westbrook, capítulo I. Si ya no rebotea y conecta pases con un ritmo frenético y ya no comba las defensas hacia al aro al galope de su percusión, resultan definitivamente imposibles de digerir las pérdidas, los altibajos de concentración y, sobre todo, las lagunas abismales en el tiro y la bajísima eficiencia anotadora.
Todo resuena más ahora que apenas puede hacer de forma sostenida, continuada, lo que antes hacía bien. En parte, que se suele pasar por alto, por problemas degenerativos en unas rodillas muy castigadas por esa carrera NBA que va ya para 17 años. Muchos kilómetros, mucha tela. Y, como magulladura para el espíritu, una vuelta a casa que quiso convertir en definitiva, último baile en California, pero que solo duró tres años. Demasiado convulsa la etapa de los Lakers, demasiado pálida la de los Clippers, donde toda la pretensión de que se sintiera importante se diluyó al poco de llegar James Harden, cuando fue relegado descaradamente del plan A.
En realidad, su última temporada de verdadera relevancia (en el lado bueno de la competitividad) va quedando lejos: 2019-20 con Houston Rockets, la primera lejos de OKC. Pero ya entonces, en la burbuja de Florida, su equipo fue un puro cortocircuito en playoffs cuando el rival, en primera ronda, se dedicó a no defenderle en absoluto a él; a dejarle tiempo y espacio para tirar y tirar: fallar y fallar. Los que después han querido creer que todavía era posible tuvieron que empeñarse en olvidar esa lección. Incluido, es verdaderamente llamativo, el equipo que la impartió: los Lakers que acabaron siendo campeones y que, menos de dos años después, quisieron encontrar en Westbrook las respuestas a preguntas que ni siquiera, seguramente, tenían por qué hacerse.
Los Nuggets creen que sí va a funcionar
Por eso resulta especialmente llamativo que otro equipo de aspiración máxima y en un punto de inflexión importa haya creído, ya en el verano de 2024, que Russell Westbrook es la pieza, al menos una de ellas, con la que pueden recomponer su puzle. Y es curioso que, como antes LeBron James y Anthony Davis y después Paul George y Kawhi Leonard, ahora haya sido Nikola Jokic el que ha ido a su franquicia a vender la idea. A las grandes estrellas, parece claro, les gusta Westbrook. Seguramente porque han vivido desde la pista sus años de esplendor. Las grandes estrellas, eso también lo sabemos, no siempre tienen tino cuando eligen con quién quieren o con quién creen que deben, jugar. Si sale bien, será una historia increíble. Si sale mal... también. Y, seguramente, el póster definitivo de su decadencia particular y (en ese caso) del retroceso de esos Nuggets que hace un año olían a dinastía.
Los más voluntaristas en Denver deben pensar lo mismo que pensara Jokic: que Westbrook todavía puede empujar, dinamizar un ataque en el que hay pocos playmakers (aunque el principal es el mejor del mundo), pocas piernas capaces de romper hacia el aro; que absorberá minutos y millas en la regular season, ayudará a que la primera unidad termina más fresca que la pasada temporada y reducirá, al menos en muchas noches de las de cumplir el expediente, la carga productiva de los principales; Que meterá nervio y energía, correrá, pasará , reboteará… Pero los pesimistas, con los que en este caso seguramente se alinearán los realistas, sentirán este guion como demasiado idílico, un poco artificial.
No parece que el motor de Westbrook, que además nunca ha sabido producir en marchas cortas, esté para tantos trotes. Y su deseo de hacer muchas cosas todo el rato, incuestionable, acaba provocando chispazos emocionales que convierten en discontinuo lo que antes era un tsunami de baloncesto, una forma de jugar basada en el exceso. De hecho, demasiadas cosas en Westbrook, en su juego y en su entorno, pasaron a estar movidas por el exceso desde la fuga de Kevin Durant. Cuando este, alta traición, se marchó a los Warriors, Westbrook acabó personificando a unos Thunder con el corazón roto, despechados y entregados a los brazos de lo que acabó siendo su particular rey sol. Para lo bueno… y para lo malo.
En todo caso, para Westbrook es una bendición que esta nueva (última) oportunidad vuelva a ser en un equipo de máximas aspiraciones. A priori, eso (mantener la relevancia competitiva) es lo que quieren todos los jugadores cuando asoma el final de sus carreras. Pero ese billete para la redención definitiva lleva veneno en el dorso, mucha presión para unos Nuggets que están más pendientes de experimentos de lo que deberían. Que fueron campeones en 2023 pero no defendieron bien su título en 2024. Y que, como han quemado el comodín del año valle, no tendrán excusas si las cosas no están donde deberían dentro de diez meses. Los Nuggets no van a ser un equipo mediocre mientras orbiten alrededor de Nikola Jokic. Pero todo lo que sea caer del escalón de los tres o cuatro principales aspirantes al título, lo que se perciba como estancamiento o retroceso en un Oeste en plena crecida, conducirá a preguntas incómodas y análisis frente al espejo. Sobre esa línea que separa el prime de la cuesta abajo de los proyectos también se va a balancear, glups, Russell Westbrook.
Los mismos Nuggets que eran incapaces de tomar malas decisiones con Tim Connelly a los mandos parecen una franquicia con menos materia gris desde que Calvin Booth ascendió en los despachos. Connelly, convertido en ejecutivo estrella, saltó a los Timberwolves (con sueldazo) para ser el arquitecto de ese equipo en versión némesis que derrotó (no hay peor cuña que la de la propia madera) a los Nuggets en las últimas semifinales del Oeste. Después del título de 2023 se fue Bruce Brown porque la estructura de su contrato impedía hacerle una oferta competitiva en el mercado. Pero este verano se ha ido Kentavious Caldwell-Pope con muchas más dudas sobre cuánto más podrían haber hecho en las Rocosas por retenerlo. Por el camino también se han quedado Jeff Green o Reggie Jackson. Los Nuggets, una franquicia casi siempre muy mirada con el dinero, han ido perdiendo pegamento. Y cada vez están más fiados a que funcione la revolución joven (contratos baratos, piernas frescas) que necesita versiones óptimas de Christian Braun, Peyton Watson y Julian Strawther.
Sin KCP, en Denver creen que Braun está listo para ser titular. Eso implica creer que Braun puede hacer de KCP y también que Strawther está listo para hacer de Braun. Es un doble salto de fe. Si funciona, el golpe de efecto que puede resucitar al equipo y abrir un nuevo panorama de maniobrabilidad salarial, más en estos tiempos de los aprons en los que todos los aspirantes van con la soga al cuello. No digamos aquellos que tienen más respeto (o repelús) al impuesto de lujo. Si no funciona, irán quedando por el camino más cadáveres de oportunidades perdidas.
En la eterna búsqueda de suplentes para ese juego interior que empieza y acaba en Jokic, nunca termina de llegar Zeke Nnaji. Y este año se subió al pick 22 del draft porque se creía firmemente en DaRon Holmes II, un pívot bastante hecho (tres años en Dayton) con físico y mano para tirar por fuera. Pero Holmes se rompió el tendón de Aquiles en su primer partido en la Summer League y la rotación interior va a necesitar, otro ejercicio de fe, que reaparezca una versión como mínimo bastante buena de Dario Saric, que va camino de los 31 años.
Está al caer, si no pasa nada muy raro, una extensión de cinco años y 209 millones de dólares para Jamal Murray, y habrá que arreglar la situación de Aaron Gordon para evitar que sea el siguiente Caldwell-Pope. El ala-pívot jugará esta temporada por 22,8 millones y el próximo verano tendrá una player option de otros 22,8 y, por lo tanto, todas las opciones en su mano. Evitar líos en estos frentes mandará a los Nuggets, un equipo que se ha ido acostumbrando a regañadientes a moverse en la zona de pagador de impuesto de lujo (va para el tercer año seguido), al purgatorio de la pelea con los aprons; Un nuevo panorama que obliga a hilar muy fino en la planificación deportiva y que, en cuanto haya un descuido, servirá también como coartada para evitar inversiones de vértigo.
La ecuación de los Nuggets es clara: necesitan que Gordon y Michael Porter Jr, uno de los que tiene que jugar mejor que la pasada temporada, sean secundario de elite. Y necesitan que Jokic y Murray sean súper estrellas. Con el primero, el vigente (y tres veces) MVP, no hay dudas. Con Murray no debería porque tiene todavía 27 años… pero las hay hasta que él demuestre lo contrario. La temporada pasada volvió a vivir mortificado por las lesiones, un asunto recurrente. No estuvo al nivel esperado, no fue decisivo en el momento clave de los playoffs y alargó esas malas vibraciones con una actuación penosa en los Juegos, con Canadá. Completamente abandonado por el físico.
En ese lote de incógnitas, cada una con su grado de preocupación, ocupa un espacio instrumental la segunda unidad, la gestión de los suplentes y la forma de crear una rotación mínima para que los titulares no revienten en la fase regular y tengan margen para respirar (un poquito) en playoffs. Ahí entra de lleno Russell Westbrook, que como mínimo es otra interrogación gigante en un equipo que se ha llenado de ellas aunque hace un año parecía la mayor certeza de toda la NBA. No es lo ideal, pero es lo que hay. Toca ejercicio de fe en las Rocosas. En algunos casos, y Russell Westbrook parece el mayor de todos ellos, contra lo que dicta la lógica en el verano de 2024.
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