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NBA

Tracy McGrady: la leyenda maldita del hombre que pudo reinar

Una máquina de meter puntos y un jugador total, McGrady fue comparado con Jordan y Gervin, pero sufrió la maldición de las lesiones y de los ‘playoffs’.

Es curioso como algunos jugadores que han sido muy grandes no viven su momento de gloria hasta que no están en el ocaso de su carrera. En el caso de Tracy McGrady no se puede definir como momento de gloria las Finales de 2013 porque los Spurs, equipo que le reclutó de la liga china en abril, perdió las Finales en siete partidos ante los Heat. Pero al menos le permitió al escolta llegar a la última eliminatoria por el título por primera vez en su carrera, aunque sólo jugase 14 minutos en total en la serie. Antes de eso todo había sido perder en primera ronda, con Houston, cuando las lesiones empezaron a hacer mella en él, y antes con Orlando y Toronto, cuando impresionó a la NBA con un nivel de juego altísimo. No en vano estamos hablando de un 2 veces máximo anotador de la Liga y 7 veces elegido en los mejores quintetos de la temporada.
Stephen DunnGetty Images

La diferencia entre Daniel Dravot y Tracy McGrady es que el suboficial británico realmente se creyó rey, mientras que la estrella de baloncesto nunca llegó a tales ínfulas de grandeza. Al fin y al cabo, El hombre que pudo reinar es un mero título para un artículo y Sean Connery era solo un actor en la ficticia historia de John Huston, que se estrenó en forma de película en 1975. Pero sí que es muy adecuado para definir la carrera de McGrady, un hombre con un talento enorme que se quedó increíblemente lejos de llevar una corona de la que nunca hizo gala y que siempre lució mejor en las cabezas de sus contemporáneos. T-Mac, uno de sus apodos, aspiró siempre a dar un paso al frente que, por factores externos e internos, jamás pudo dar. Pero también es uno de esos pocos jugadores que verdaderamente tenía el potencial necesario para convertirse en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, de dominar la NBA, de ganar títulos. Algo que, ya se sabe, nunca llegó.

McGrady fue uno de esos deportistas con algo especial dentro. Carismático en pista, casi levitaba con una inusitada facilidad para anotar, ni altivo, ni con desidia; con un talento especial. Uno de esos deportistas capaz demarcar a una generación, de convertirse en el favorito de los aficionados. McGrady siempre enamoró, gustó a todo el mundo y amasó mucho dinero en sus equipos (más de 163 millones en contratos). También consiguió una ingente cantidad de votos para el All-Star, al que era seleccionado (en 7 ocasiones) incluso cuando se encontraba lesionado y no podía acudir. Fue Jugador Más Mejorado, estuvo 7 veces en los Mejores Quintetos, lideró la Liga en anotación en dos ocasiones y jugó junto a grandes estrellas. Y, sin embargo, siempre arrastró una maldición que impide colocarle entre los más grandes, por mucho que siempre sea el que más arriba está en las listas que hablan de favoritismo.

Hay jugadores que, simplemente, no han nacido para ser campeones y parece que Tracy McGrady fue uno de ellos. Casi nunca fue culpa suya, pero se vio envuelto casi siempre en una tónica que se convirtió en tradición: jamás pasó de la primera ronda de playoffs hasta 2013. Y ese año lo hizo con los Spurs, que lo rescataron de la Liga China para que formara parte de un equipo que estuvo muy cerca de ser campeón, si esa decisión de Gregg Popovich de sentar a Tim Duncan, ese rebote de Chris Bosh y ese histórico e icónico triple de Ray Allen no hubieran tenido lugar. La participación de McGrady entonces fue residual, con seis partidos disputados, dos en las Finales, ningún punto anotado y poco más de 5 minutos de media. Y correspondió más a la intención de Popovich de premiar a una antigua estrella en el ocaso de su carrera que de una idea táctica con un jugador que arrastraba un desgraciado historial de lesiones imposible de enderezar y que ya poco o nada podía aportar en un nivel tan extraordinario como al que se juega a esas alturas de la temporada.

Antes de eso, ocho eliminaciones en primera ronda: una con los Raptors, tres con los Magic, tres con los Rockets y otra más con los Hawks. Una en tres partidos, dos en cuatro, tres en siete y dos en seis. Una maldición, una imposibilidad manifiesta de acceder a una segunda ronda que solo pisó camino de los 34 años y por obra y gracia del favor de un entrenador con debilidad para las viejas glorias. Y a la que se unió otra maldición peor todavía, esa de la que es tan difícil escapar y de la que tampoco pudo huir un McGrady que convirtió sus caídas en recaídas, sus desgracias en auténticas torturas: jamás disputó los 82 partidos de una regular season, pasó de los 70 una sola vez en sus cuatro últimas temporadas completas. Espasmos en la espalda, en la que arrastró problemas constantes, molestias en los hombros y muchas lesiones en el tren inferior, donde sufrió mucho en las rodillas. Un sufrimiento constante que acortó una carrera que se quedó a mitad del camino entre la impotencia y la excelencia.

De la sombra a la luz

McGrady (nacido en la pequeña ciudad de Bartow, en 1979) saltó directamente a la NBA desde el instituto tras pasar por Auburndale, en su Florida natal, y por Durham, en Carolina del Norte. En su camada había jugadores como los de Tim Duncan, Keith Van Horn, Chauncey Billups y Bobby Jackson, una buena generación con un referente claro (Duncan, obvio) que lo fue de ese año y de las dos décadas siguientes. Fue seleccionado en el número 9 del draft, pero pudo haber salido 5 puestos antes, en el 4: Jerry Krause, General Manager de los Bulls, ordenó un traspaso en el que enviaba a Scottie Pippen a Vancouver Grizzlies a cambio de la cuarta posición del draft, que habría usado para seleccionar a Tracy... pero Jordan amenazó con la retirada y el directivo perdió esa batalla, solo una más dentro de una guerra eterna con His Airness, y se echó atrás, lo que propició el último y sexto anillo de la espectacular dinastía.

McGrady estuvo en la sombra en los Raptors. Promedió en torno a 7, 9 y 15 puntos en sus tres primeras temporadas, pero siempre estuvo opacado por su primero, Vince Carter, que aterrizó en 1998 y con el que participó en el Concurso de Mates del 2000, uno de los mejores de la historia conquistado por el alero de forma increíble. La sensación de que su pptencial estaba desaprovechado en Canadá le condujo a buscar un nuevo sitio en un mercado en plena ebullición, lleno de extraordinarios agentes libres: Tim Duncan, Grant Hill, Toni Kukoc, Eddie Jones, Tim Hardaway, Reggie Miller, Rashard Lewis, Cuttino Mobley, Tim Thomas o Jalen Rose buscaban su sitio y McGrady recaló en su tierra natal, Florida, para unirse a unos Magic que habían contado con el último Entrenador del Año. Un debutante Doc Rivers que llevó a playoffs a un equipo sin argumentos y que prometía entonces un talento mucho mayor en los banquillos que el que posteriormente ha demostrado. Ay, esos Sixers...

En los Magic esperaba Grant Hill, el hombre que llegaba de enamorar en Detroit y que para mucha gente iba a ser el próximo Michael Jordan, un debate muy recurrente por aquel entonces y al que McGrady no tadaría en unirse, si bien de forma más tímida. Y allí estuvo a punto de llegar Tim Duncan en uno de los traspasos frustrados más sonados de la historia. En la 1999-00, Tim Duncan no disputó la primera ronda de los playoffs ante los Suns por lesión, y los Spurs fueron eliminados. Tras ello, el joven jugador (acaba de cumplir 24 años) se dejó agasajar por unos Magic ambiciosos y con las otras dos estrellas ya en sus filas, llamados a dominar la Conferencia Este. Los Magic se llevaron a Duncan a Florida y le ofrecieron todo tipo de lujos, le trataron como a un rey y le dieron acceso a todos los lugares posibles e imaginables... pero lo que parecía un sí rotundo, acabó siendo un no demasiado doloroso. Los rumores no se aclaran: la negativa tajante de Doc Rivers a permitir que los familiares viajaran con los jugadores pudo ser uno de los motivos. El otro, un menú que no fue muy del gusto de Duncan o, lo que es peor, que el equipo de Florida dejaran al ala-pívot volver a Texas sin haber todavía firmado el contrato.

De una forma u otra, Duncan, con la decisión prácticamente tomada pero por cortesía, reservó una última entrevista para los Spurs. A ella asistieron Gregg Popovich y David Robinson, que interrumpió sus vacaciones en Hawai para encargarse personalmente de un problema de tal magnitud. Ahí fue donde le convencieron de que continuara, algo que Doc Rivers nunca se llegó a explicar y que dejó a los Magic con 43 victorias al año siguiente, un pobre bagaje motivado también, claro está, por las lesiones de un Grant Hill que pasó a disputar 4, 14 y 29 partidos en las siguientes tres temporadas. Dicen las malas lenguas que Duncan quiso bromear con Popovich cuando tomó su decisión y le dijo inicialmente que se iba a los Magic (algo que estaba permanentemente en la cabeza del entrenador). Pop palideció ostensiblemente hasta que Duncan reveló el chiste, que a su mentor no le hizo demasiada gracia. Las derrotas en 2001 (4-0) y en 2002 (4-1) ante los Lakers en las finales y semifinales del Oeste de los dos años siguientes provocaron que mucha gente se preguntara si Duncan había tomado la decisión correcta. El debate se acabó con cuatro nuevos anillos para el ala-pívot (el primero fue en 1999), el último de ellos en 2014. Poco más que añadir.

Fue el momento de McGrady: 26,8 puntos, 7,5 rebotes y 4,8 asistencias en su primer curso en Orlando, Jugador Más Mejorado y directamente al estrellato. Si contamos sus primeros años en los Rockets, fueron 5 temporadas consecutivas por encima de los 25 puntos, 8 por encima de los 20 y dos años históricamente buenos, de los mejores del siglo XXI a nivel individual: 32,1+6,5+5,5 en la 2002-03, siendo ignorado a la par que Kobe Bryant a un MVP con el que se hizo, vaya, Tim Duncan, pero entrando en el Mejor Quinteto de la NBA por segunda vez consecutiva. Y 28+6+5,5, al año siguiente, con su segundo título seguido de Máximo Anotador. Años fantásticos, duelos fantásticos contra los mejores de la época, pero claro, muchos fracasos en playoffs, algo que fue inherente la carrera de un jugador que enamoraba, pero nunca estaba al final de la temporada, donde acaban los nombres de cuyos hombres tocan la gloria.

Los Rockets y el ocaso de la leyenda

McGrady llegó a los Rockets junto a Yao Ming para buscar más competitividad, optar al lejano sueño del anillo. Y ahí empezó su decadencia, en una lucha constante contra las lesiones que no cesaron y que marcaron el final de su carrera. Los fracasos en playoffs continuaron también y los texanos pasaron de primera ronda en 2009, llevando a los Lakers a 7 partidos en semifinales... pero con McGrady lesionado. Y una mayor tortura, si cabe, en playoffs: si en 2003 los Magic desaprovecharon un 3-1 ante los Pistons, en 2007 fue un 2-0, con los Rockets y ante los Jazz de Jerry Sloan. El enésimo fracaso en la fase final provocó que McGrady se retirara casi llorando de la rueda de prensa. La maldición continuaba, la situación no se resolvía y los problemas físicos eran tan grandes que se auguraba un final de carrera cercano.

Y así fue, de cierta manera: McGrady, que en la 2008-09 se fue a algo más de 15 puntos con los Rockets, no volvió a llegar a los dobles dígitos en anotación. Tras disputar tan solo 6 partidos con los texanos el curso siguiente fue traspasado a los Knicks y fue carne de mercado al año siguiente. Pasó por los Pistons, donde llegó a los 72 partidos y se mantuvo lo suficientemente sano como para llegar a otra eliminatoria en primera ronda con la misma suerte que todas las demás. Su última temporada completa en la NBA fue con los Hawks (otros 52 choques) antes de probar suerte en China, donde amasó una fortuna para regresar luego a su última y efímera aventura con los Spurs, con un final que ya se conoce pero la amarga victoria de haber pasado, por fin y tras innumerables e infructuosos intentos, de esa primera ronda que fue su mayor eslabón por superar.

Así acabó la carrera de McGrady, marcado por los fracasos y con muchas lesiones a sus espaldas (y en su espalda) y un talento enorme que dio una cantidad de temporadas brillantes que fueron las suficientes como para que nadie se haya olvidado del jugador. Comentarista y analista ahora en la TNT, se ha encargado de reivindicar su era y a los jugadores que en ella se encontraban (Duncan, Kobe...) mientras se dedica a opinar sin pudor, aunque con más discreción que los siempre polémicos Shaquille O’Neal y Charles Barkley. El alero, el mejor en su posición de la NBA en 2002 y 2003, tuvo un talento innato espectacular, una capacidad para levitar, correr y estar en el posteo única. Ha protagonizado el que probablemente sea el vídeo más famoso de la historia de la NBA, el de los 13 puntos en 35 segundos a los Spurs. Y fue comparado con George Gervin y Michael Jordan en su juventud. Pero al final, las lesiones pesaron más que la calidad y ni siquiera pudo entrar, muy a su pesar, en la lista de los 75 mejores jugadores de la historia de la NBA. Toda una estrella que se quedó en el camino de convertirse en leyenda. El hombre que pudo reinar.

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