García: “Quería que no se recuerde a Nowitzki como el abuelito afable...”
El periodista Enrique García ha escrito un libro (“Dirk Nowitzki, constancia y superación”) sobre el legandario jugador alemán. Este domingo descubrirán su estatua en Dallas.
Siempre hay un motivo por el que nuestro jugador fetiche es este o aquel. A veces tiene que ver puramente con el juego; con las victorias, el estilo, aquella canasta que te dejó congelado de crio, frente a la televisión. Otras, es cuestión de azar, de pura casualidad o de esas razones muy mundanas que, en un extraño misterio de nuestra gestión afectiva, acaban creando vínculos eternos. Puede ser, como en el caso que nos ocupa, que un jugador se cortara el pelo y, como habían bajado sus estadísticas, el padre de un amigo dijera que era “como Sansón”: sin pelazo, nada. O puede que ese sea solo un recuerdo, una de esas balizas que crea nuestra memoria para que no nos extraviemos del todo y que la única razón sea, vuelvo al principio, el juego. En este caso, de una revolución de 213 centímetros: Dirk Nowitzki.
El caso es que el periodista Enrique García (33 años), que hace un excelente trabajo con la NBA (ahora se puede seguir en Patreon, y es una recomendación que sale muy fácil), lleva toda la vida siguiendo ese rastro de Nowitzki. Por él se hizo de los Mavericks, por él la fiebre por la gran Liga. El primer partido en su retina, “uno con dos prórrogas contra los Kings”. Sus favoritos, los de la final del Oeste de 2011, con OKC Thunder como rival. Promedió más de 32 puntos contra aquella avalancha joven que pudo ser tanto pero no fue: Kevin Durant, Russell Westbrook, James Harden… Después, ganó el anillo de 2011, el único en la historia de los Mavs.
Ahora, Enrique García publica (para Ediciones JC) su libro sobre el genio de Würzburg: “Dirk Nowiztki, constancia y superación”, y cuesta imaginar a nadie mejor para escribir en castellano sobre un jugador que cambió el baloncesto. El unicornio antes de los unicornios, el europeo que cabalgó la globalización de la NBA, el siete pies que tiraba desde todas partes, botaba, fintaba, se iba por velocidad… Ahora, tener esa capacidad sigue siendo un don preciado. ¿A finales del siglo pasado? Era cosa de brujería: “Ese ha sido uno de los motivos para escribir este libro. Que la gente no se quede con la imagen del abuelito afable de los últimos años, del veterano que parecía una momia en pista. La idea que tenemos ahora de esos unicornios, los hombres altos que hacen de todo la trajo él, el cuatro abierto cuando todavía se jugaba con dos interiores puros”, dice el autor de un libro que, cómo no, tiene 41 capítulos, el mismo número que llegó Nowitzki en los Mavericks porque el 14 en 1998 era de Robert Pack, y este se negó a dárselo a un rookie alemán. El 14, por cierto, era su preferido porque era el que usó Charles Barkley en Barcelona 92, con el Dream Team.
Nowitzki es el único jugador que ha completado 21 temporadas con la misma camiseta. Lidera a los Mavs, que inaugurarán su estatua en el partido de Navidad contra los Lakers, en todas las categorías que uno se pueda imaginar, menos en asistencias (ahí manda su amigo Steve Nash). Fue catorce (precisamente) veces all star y MVP de la regular season y de las Finales. Fue el mejor europeo en la historia de la NBA (“el que rompió el techo de súper estrella”, recuerda Enrique), al menos hasta el ascenso de Giannis Antetokounmpo. Otro unicornio, otra era.
Enrique García se pasó los años recopilando, una fijación personal, artículos e historias sobre Nowitzki. Y cuando se acercó su retirada (2019) pensó en un homenaje que, con empujón de Gonzalo Vázquez, pasó de artículo a libro. En él esta su vida, sus mejores partidos, sus complejos valles y sus espléndidos picos. Y, otra premisa básica antes de empezar a escribir, el repaso a sus enemigos deportivos para poner en perspectiva de quién hablamos. Si eres tan bueno como aquellos a los que tienes que derrotar, su lista explica por sí sola que fue uno de los mejores: Kevin Garnett, Shaquille O’Neal, Kobe Bryant, Dwyane Wade, Tim Duncan…
Nowitzki (ahora 44 años) fue más que uno de los mejores ala-pívots de la historia y uno que cambió para siempre cómo se entendía esa posición en el baloncesto moderno. Fue un caso único también por cómo tuvo que hacer el petate, adaptarse a otra vida y otros ritmos, aprender a no rendirse. Tiene, con razón, una legión de admiradores. Conozco pocos tan acérrimos como Enrique García. Y desde luego, ninguno más adecuado para contar su historia. Este libro es, en ese sentido, casi una cuestión de lógica, algo que estaba por escribirse. Sí o sí. Y, solo por eso, ya merece mucho la pena.