‘LeBrondependencia’ en L.A.
Los angelinos han iniciado la temporada con muchas dudas y no consiguen jugar bien sin su estrella en pista. La carga de minutos del Rey genera incertidumbre.
Las cosas van mal para los Lakers. Al menos, pero de lo que deberían: el inicio de 3-4, cayendo siempre que han jugado fuera de casa, es un balance pobre que nadie quería y que puede ser una losa que se acumule a lo largo de la temporada. Sin ser el 2-10 con el que empezaron el curso pasado, conseguir un mejor balance y una mejor clasificación que entonces (43-39, séptimos de la Conferencia Oeste) eran dos cosas necesarias para lograr una posición más clara de cara a playoffs, pero también para que la recta final de la regular season se pudiera encarar sin la imperiosa necesidad de remontada del curso pasado y con mucha exigencia física para una plantilla para la que es imperativo llegar sana (y relativamente fresca) a la fase final. Una que, de momento, se ve lejana... pero en la que hay que empezar a trabajar desde los primeros compases de la competición.
Y ahí entra la figura de LeBron James. La estrella, leyenda en activo de la NBA, Máximo Anotador de la historia de la mejor Liga del mundo y parte intrínseca de esa siempre corta estirpe de titanes que figuran en el Olimpo del baloncesto, está jugando mucho. Demasiado. Demasiado para un jugador que cumplirá 39 años el próximo 30 de diciembre, que están inmerso en la 21ª temporada de su carrera, que tiene a sus espaldas 1.428 partidos de temporada regular y 282 de playoffs, y que ha promediado 38,1 minutos por noche y 41,3 respectivamente. Que ha batido todos los récords, lleva su cuerpo a una perfección atlética nunca vista, ha asumido durante toda su carrera mucho balón y se ha visto expuesto al desgaste que supone estar todos los días en boca de la opinión pública. Todo eso está en el saco que LeBron arrastra como si no pesara, una cantidad de erosión física y mental que no llega. Y que mejor no explote, por lo que pueda pasar.
De momento, es una posibilidad que eso ocurra. Porque, parece mentira, estos Lakers son tan dependientes de LeBron como lo fueron en el pasado los Cavaliers y los Heat. La estrella, que iba a promediar unos 28-30 minutos por partido, está en casi 36, una cifra que desde su llegada a los Lakers sólo fue superada en la 2021-22 (37,2). Arrastra problemas físicos en los últimos años y con la entidad angelina nunca ha alcanzado los 70 partidos disputados, coronavirus también mediante. Y en los dos últimos cursos se ha quedado en 56 y 55, además de jugar infiltrado del pie todos los últimos playoffs. Un mal augurio, por mucho que James se cuide hasta la saciedad y haga con su edad y en sus temporadas en activo lo que nadie ha hecho en la historia del baloncesto y casi de cualquier deporte.
Más. LeBron promedia 25,3 puntos, 8,4 rebotes y 5,9 asistencias, además de 1,6 robos y 1,1 tapones. Es decir, sigue amasando mucho balón, y la dependencia que tienen sus compañeros de él cuando hay problemas o el ataque se atasca es brutal. Un riesgo que le hace acumular todavía más cansancio que el que sufre ya de por sí por las minutadas que está en pista, motivadas también por las dos prórrogas que ya han tenido que disputar los Lakers, una ante los Kings (con derrota, 132-127) y otra ante los Clippers (victoria, 130-125). Cuesta ver tanto tiempo en pista al jugador, pero las tres victorias de los Lakers han sido ajustadas (de 5, 3 y 5 puntos de diferencia), lo que obliga a mantenerle en la cancha más tiempo del necesario. Eso, y que todo se cae cuando va a descansar, algo para lo que Darvin Ham, con muchos líos en la rotación en este inicio (sigue siendo difícil sacar conclusiones concretas en lo referente a este hombre), no encuentra solución. En los 7 partidos de temporada, hay un +53 con LeBron... y un -77 cuando se sienta en el banquillo.
Además, el rating ofensivo del equipo es de 116,7 con él en pista, pero se reduce a un 91,2 cuando se sienta. Y los rivales anotan 107 puntos cuando está presente, una cifra que aumenta hasta 127,8 en su ausencia. Una diferencia de +46,2, algo inédito para tratarse de un jugador en su 21ª temporada, que asume mucho, con demasiado tiempo de balón en las manos de forma casi obligada, jugando como lo ha tenido que hacer durante toda su carrera cuando en este momento debería estar menos expuesto en ambos lados de la pista y que su protagonismo se reduzca al mismo tiempo que su cansancio, uno que es demasiado grande con siete partidos disputados, una cifra muy baja para estar tan utilizado en un comienzo caótico de temporada, con más sombras que luces para los Lakers, que tienen muchos problemas. Entre ellos, claro, las minutadas del Rey.
Y más. Los Lakers tienen en el dique seco, por lesión, a hombres de rotación muy importantes como Jarred Vanderbilt, Gabe Vincent o Rui Hachimura, Taurean Prince ya se ha tenido que perder un partido y Anthony Davis ha tenido el primer susto de la temporada, el primero de los muchos que tendrá (siempre ha sido así) y que no parece muy grave (un golpe en la cadera), pero que le impidió disputar la segunda mitad ante los Heat, lo que obligó a más minutos de LeBron en otro final igualado (108-107 para los Heat, que reinaron en la locura) en el que se fue a más de 37 minutos, incluida la totalidad del último cuarto (13 puntos con 6 de 8 en tiros en ese tramo). Es decir, que la situación de los Lakers no es la mejor y también permite que se disparen los minutos de la estrella, omnipresente, y le obligan a tener más juego que el que tendría con todas las piezas sanas.
No son buenas noticias para los Lakers. Las derrotas tienen un punto de lógica: han sido contra equipos de nivel (Nuggets, Kings, los emergentes Magic y Heat), siempre fuera de casa (esto tienen que resolverlo cuanto antes) y con muchas bajas. Y en las victorias, especialmente la conseguida ante los Clippers, ha habido destellos que invitan a cierta esperanza, al optimismo. Pero el cuerpo de LeBron es más vulnerable que nunca y se ha convertido en algo esencial que la plantilla aprenda a jugar sin su presencia permanente y sume cuando está en el banquillo para que pueda aprovechar con tranquilidad sus descansos. Eso, o nos veremos abocados a ver ese ocaso que nunca llega en el peor momento, ya sea con una lesión grave que nunca ha sufrido o, simplemente, siendo víctima del más lógico agotamiento. Es lo que, antes o después, tendrán que asumir los Lakers, un hecho innegable que responde al inexorable paso del tiempo: que LeBron James es humano. Por mucho que se esfuerce en demostrar lo contrario. Y que casi siempre lo consiga.
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