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GOLDEN STATE WARRIORS

La travesía en el desierto de Klay Thompson

Klay Thompson, sostén de los Warriors en el pasado, lucha contra su físico para encontrar de nuevo su sitio en los Warriors. El equipo, a la deriva.

Actualizado a
La travesía en el desierto de Klay Thompson
Noah GrahamGetty

El 13 de junio de 2019, Klay Thompson puso rumbo al túnel de vestuarios. Era el sexto partido de las Finales y los Warriors, con 3-2 abajo, buscaban seguir vivos, alargar la eliminatoria, mantener viva la llama de la esperanza del cuarto anillo que hoy tienen, pero que no consiguieron entonces. Klay encaró en la recta final del tercer cuarto la canasta en una transición en la que había recibido el balón de Stephen Curry, y recibió un duro golpe de Danny Green, que intentó taponar pero desestabilizó en el aire al escolta. Cayó mal sobre la rodilla izquierda. Se rompió el cruzado. Una de las peores lesiones del baloncesto y del deporte. Green se disculpó rápidamente en una acción no expeditiva y sin mala intención, pero que tuvo consecuencias catastróficas. La estrella todavía regresó del túnel, acompañado por todo un séquito y en medio de una estruendosa ovación, para lanzar los dos tiros libres y llegar a los 30 puntos. Tras ello, DeMarcus Cousins realizó una rápida falta para que su compañero, esta vez de manera definitiva, dijera adiós a las Finales y a la temporada. Un final agrio, que acabó con los Raptors como campeones en el último partido de los Warriors en el viejo Oracle.

La tortura de Klay fue todavía mayor cuando, un año después y antes del inicio de la temporada, se rompió el tendón de Aquiles. Otra vez, una odisea horrorosa, un sainete sin fin que le obligaba a estar otro año parado. En un lapso de 11 meses, las dos peores lesiones que puede tener un jugador de baloncesto. Y un retorno eternamente postergado que tuvo lugar de la mejor manera posible, rodeado de los suyos, en un Chase Center en el que tardó mucho en debutar y con Stephen Curry y Draymond Green (que saltó solo para homenajear a su amigo y se fue al banquillo luego con problemas físicos) en el quinteto titular. Todo el mundo le esperaba y Klay regresó, ganó un nuevo anillo, el cuarto de la última gran dinastía de la NBA, también en su cuenta particular; el título prometido, el retorno de los Warriors a lo más alto. Pero...

Está claro que Klay no es el mismo y es lo esperado tras lo que ha sufrido. Y todo es excusable para él y el tremendo esfuerzo que hizo el año pasado para con su equipo. Pero su declive físico es obvio e innegable y el jugador está sufriendo mucho en esta nueva temporada: sus movimientos laterales defensivos, esos que le hicieron un defensa exterior históricamente bueno, han desaparecido. También su velocidad en transición o su capacidad de penetración. Y dos años parados, que oxidan a cualquiera, se notan también en sus porcentajes de tiros de campo, muy flojos en comparativa con el pasado gloriosos del jugador y que se resienten mucho en el triple, su arma más letal y que se ha reducido a un 38,3%, la peor cifra de su carrera y un síntoma de unos Warriors a la deriva, sin rumbo y en los que solo Stephen Curry ha mantenido un nivel extraordinario que contrasta con el del resto de la plantilla. Números de MVP, pero con los playoffs aún como objetivo lejano (20-20, en el 7º puesto del Oeste). Al menos, de momento.

Del mérito a la dificultad

Klay nunca había bajado del 40% en triples hasta el año pasado, cuando se quedó en un meritorio 38,5% en su retorno, haciendo además partidos que recordaron al jugador que fue en el esplendor de los Warriors: 33 puntos (5 de 9 en triples) ante los Lakers, 38 (con 8 de 14, 6 rebotes y 5 asistencias) ante los Bucks o 37 (9 de 16 en triples) contra los Hawks. Klay promedió, en los tres últimos partidos de regular season, 36,7 puntos y se fue a 21 triples en 41 intentos de forma combinada. Llegó hasta los 32 puntos (8 de 16 en triples) en el quinto y último partido ante los Mavericks; y se las arregló para promediar 17 tantos por noche en unas Finales titánicas, en las que hizo gala de un esfuerzo defensivo enorme que, si bien no fue el mismo que en el pasado, sirvió a los Warriors para atrincherarse atrás. El esfuerzo de Draymond Green, unido al de su persona, volvió a dar al equipo de Steve Kerr una defensa competitiva. Y Stephen Curry, que defendió mejor que Marcus Smart y atacó mejor que nadie, se coronó con el único premio que le faltaba: el MVP de las Finales.

Pero las cosas se complicaron en el inicio del presente curso. Más allá de que los Warriors comenzaran 6-9, y 0-8 fuera de casa, Klay no podía. Físicamente está muy lejos de su mejor nivel, no puede con sus defensores y se va a 10,4 intentos de tres por partido, un abuso para anotar solo el 38%, motivado por su miedo a penetrar y chocar de esa manera con cuerpos más voluminosos. El escolta promediaba 14,7 puntos por partido en en esa primera franja, la menor cifra desde su año rookie, y está teniendo noches realmente malas en el lanzamiento: 2 de 7 ante los Kings, 0 de 5 en la desastrosa noche de los Warriors en Phoenix, 1 de 7 contra los Hornets, 3 de 10 de nuevo ante los Kings o 2 de 7 al tener enfrente a los Cavaliers. Klay ha ido mejorando, eso sí, hasta llegar a los 54 puntos ante los Hawks ayudándose de dos prórrogas.

Los Warriors, a la deriva

Es difícil analizar el despropósito en el que se encuentran los Warriors. Curry está teniendo números de MVP (30 puntos, 6,6 rebotes y 6,8 asistencias), pero está muy solo en el firmamento: 18,8 de Andrew Wiggins y 20,6 de Jordan Poole acompañan al genial base, pero las cosas no funcionan y el equipo baja preocupantemente el nivel fuera de casa. Los Warriors han llegado a ser el segundo mejor equipo de la Conferencia Oeste mientras eran la cuarta peor defensa de toda la NBA. Su pace (ritmo de juego), el más alto de toda la NBA, pero no se traduce en victorias por culpa de los evidentes boquetes defensivos que de momento dejan sin pudor. Un dato que se demuestra también en el rating defensivo, el peor de la historia de la franquicia igualado por el de la 2019-20, uno de esos dos años sin playoffs que son la única mancha en el currículum de una dinastía histórica.

Steve Kerr tiene trabajo. Andre Iguodala todavía no ha debutado, Stephen Curry tiene 34 años y Klay, además de arrastrar dos lesiones muy graves, 32. Los mismos que Draymond Green, que ha empezado tan renqueante como hace una temporada: 7,8 puntos, 6,8 rebotes y 6,7 asistencias, todavía sin su consabido poderío defensivo y sin trasladar sus aceptables estadísticas al juego de los suyos. Kevon Looney fue importante en los últimos playoffs, pero no es un sostén tan fiable en regular season; y Poole es un talento ofensivo objetivo, pero falla mucho atrás. Demasiados cabos sueltos y, otra vez, un problema muy grave en una defensa que ha perdido a Gary Payton II y a Otto Porter Jr.. Dos hombres clave que los Warriors dejaron ir para renovar con muchos millones a, puñetazo de Draymond mediante, Poole (140 en 4 temporadas, una barbaridad) y confiando en lo que pudieran hacer Jonathan Kuminga (20 años) o un James Wiseman que ha vuelto, pero no termina de cuajar tras un año en blanco y un problema en forma de laberinto que no ayuda en nada a la franquicia.

Con algún movimiento, la reacción de la segunda unidad o una nueva animosidad en defensa, los Warriors tienen que espabilar. En todo este maridaje también han perdido a Mike Brown (que está haciendo un buen trabajo en los Kings) como asistente, un hombre que tenía una gran relación con los jugadores y mucho peso en el aspecto defensivo del equipo. Pero los Warriors han perdido peso en ese lado de la pista, siempre infravalorado, y tienen pocos recursos en ataque más allá de las exhibiciones de un Curry que lo intenta hacer todo, pero sin suerte. Ni eso es normal, ni la agresión de Draymond a Poole antes del inicio de la temporada, ni que Klay reivindique su legado ante Devin Booker y se lleve la primera técnica de su carrera. Hay nervios, tensión; inseguridad. Problemas muy grandes, aunque margen de mejora en un Oeste muy competitivo y sin un claro dominador, que afortunadamente da una oportunidad para la recuperación. Pero el tiempo pasa y el campeón tiene que reaccionar. Porque ya no solo vale con transformarse en playoffs en una máquina de abatir rivales... primero hay que llegar. Y Klay, él lo sabe, es clave para ello. Veremos.