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NBA

Ida y vuelta con premio gordo para Duane Washington Jr

El escolta formó parte de un ajuste tremendamente creativo de los Knicks para poder hacerse con Towns y ya ha regresado al Partizán de Obradovic.

Ida y vuelta con premio gordo para Duane Washington Jr
Kevin C. CoxAFP

Karl-Anthony Towns ya debutó en pretemporada, antes del inicio de la regular season, con New York Knicks. Ya metió sus primeros triples llegando como trailer y fabricó sus primeras jugadas de pick and roll con Jalen Brunson.

Después de nueve años en Minnesota Timberwolves -número 1 del draft de 2015, cuatro veces all star y un trayecto en marcha de jugador franquicia imperfecto a secundario de lujo-, Towns regresó al lugar en el que se crio (creció en New Jersey como fan de los Knicks). Y en Nueva York tienen, por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, un equipo con el que sentirse aspirantes al anillo, aspirantes de verdad, desde la casilla de salida. Es la visión de Leon Rose, el ejecutivo que llegó en 2020 y ha conformado un bloque que debería ser un trance infernal para sus rivales (casi todos, al menos): Brunson, Towns, OG Anunoby y Mikal Bridges. Los Knicks llevan desde 1999 sin jugar unas Finales de la NBA y desde 2000 sin pisar siquiera una final del Este. Ya toca.

Rose, un presidente que ha dado la vuelta como a un calcetín a una franquicia cómicamente disfuncional durante lustros, fue un súper agente de jugadores a través del imperio CAA, donde tuvo a su cargo a LeBron James… y a Brunson y Towns, los dos que, una obsesión indisimulada para él, se han convertido en los pilares de su all in, el megaproyecto de unos Knicks por fin organizados, trabajados y ambiciosos de verdad, con sustancia y no solo golpes de efecto. Pero hacerse con Brunson y Towns, y poner a su lado a dos perros de presa defensivos de elite como Anunoby y Brunson ha requerido de una arquitectura de despachos suprema, excepcional, movimientos que ya estudian las otras 29 franquicias porque han demostrado que hay margen de maniobra en los márgenes de ese nuevo convenio que tiene a muchos ejecutivos paralizados: a ver qué pasa, cuidado con los malditos aprons. Rose, con su vicepresidente Brock Aller, un mago del trazo fino desde sus tiempos en los Cavaliers, han firmado unas maniobras que son ahora mismo modélicas y que, si acaban llegando a buen puerto en primavera, serán recordadas como uno de los mejores ejercicios de construcción de la historia reciente de la NBA.

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Para empezar, la llegada este verano de Towns y Bridges en dos traspasos separados, y de máximo pedigrí, requería la generación de 11 millones de espacio salarial, algo que los Knicks consiguieron con salidas tan menores como las de Shake Milton, Mamadi Diakite y los tres jugadores con los que los neoyorquinos sortearon los problemas de ajustes con los Timberwolves, para hacerse con Towns, introduciendo un tercer equipo (Charlote Hornets) en la ecuación: Charlie Brown Jr, DaQuan Jeffries y Duane Washington Jr. Sin poder superar por ley el segundo apron en toda la temporada por las restricciones heredadas de la operación por Bridges, los Knicks consiguieron moverse siempre por debajo de ese límite, para ellos imposible de traspasar.

De esta forma, además, retrasan la entrada en esas cuentas que obligan, básicamente, a pensar los proyectos en tramos de dos años (una situación en la que ya están equipos como Celtics y Suns). Sobre todo, y al margen de otros castigos económicos y restricciones de primera magnitud, por una de las peores penalizaciones de ese terrorífico segundo apron: una vez que se supera al final de una temporada, se congela la elección de primera ronda a siete años vista (no puede ser traspasada). Ahí se pone en marcha un reloj de cuatro años. En ese tiempo, solo se puede superar una vez más ese second apron. Si se hace dos veces, esa ronda congelada pasa definitivamente a ser el pick 30 de su draft.

Los Knicks ganaron esa batalla por un margen de unos 300.000 dólares, apenas el 0,2% de los 189 millones que van a invertir este curso en salarios. Pero suficiente desde el punto de vista normativo. Cuenta, además, con el regalo que hizo Brunson: firmó este verano una extensión por cuatro años y 156 millones. Si hubiera esperado a 2025, podría haberse llevado una de cinco y más de 269. Eso ha dado a los Knicks un margen, a lo largo de ese tramo, de unos 113 millones de dólares con los que operar. Además, el primer contrato del base, que preparó su traslado a los Knicks mientras los Mavericks se pensaban qué hacer o no hacer con él, fue (4 años y 104 millones en 2022) en formato descendente: este curso, todavía sin aplicar la nueva extensión, cobrará 1,3 millones menos que el pasado. En 2022, el pívot Mitchell Robinson firmó (4 años, 60 millones), también un contrato con cantidades descendentes y en esta nueva temporada también se llevará 1,3 millones menos que en la anterior. Además, los Knicks no extendieron la qualifying offer de 6,3 millones a Precious Achiuwa y dejaron que el pívot se convirtiera en agente libre para firmarlo por 6 millones: otros 300.000 dólares de ahorro.

Finalmente, llegaron al draft con dos picks de primera ronda, 24 y 25. Hicieron seis pequeños traspasos para acabar con el 25, el 34 y unas cuantas segundas rondas futuras. Con el 25 firmaron a Pacome Dadiet, que aceptó llevarse el 80% (en el límite permitido por convenio) de lo que marca sus tablas de salario como elección de primera ronda; Con el 34 seleccionaron al base Tyler Kolek con un sueldo 800.000 dólares más bajo que el que habrían tenido que invertir en el pick 24 que tenían originalmente. Así, día a día, y pequeño movimiento a pequeño movimiento, fueron ganando flexibilidad y espacio salarial. Primero, por si Towns (u otra estrella) se ponía a tiro. Después, porque Towns estaba a tiro.

Una danza entre la NBA y la Euroliga

Pero quedaba el gran golpe final, la parte de la operación que más asombro ha provocado, el gran baile para meter a los Hornets en el ajo y sortear otra limitación, esta vez en el (también duro, aunque menos) primer apron. Con la llegada del nuevo convenio, han aparecido nuevas restricciones, muy duras, para los equipos que exceden los límites del tope salarial y se adentran en exceso en la zona del impuesto de lujo, que ahora tienen dos marcas (el primer y el second apron) a partir de la que se incrementan los castigos económicos y los condicionantes deportivos.

Como marchaban salarialmente por encima del primero, Knicks y Wolves estaban obligados a cuadrar exactamente los salarios (dólar a dólar) para recibir y enviar la misma cantidad de dinero en la operación. No había márgenes residuales, como suele ser habitual, por esa nueva condición que establece el límite del primer apron. Towns cobrará esta temporada 49,2 millones de dólares y los Wolves se llevaban los salarios de Randle (28,9) y DiVincenzo (11,4). Como ninguno podía recibir más dinero del que envía, hacía falta un tercer equipo… y mucha imaginación.

Ahí entró la picardía genial de los Knicks, que usaron a DaQuan Jeffries, Charlie Brown Jr y Duane Washington Jr pese a que los tres eran agentes libres a efectos de la NBA. El primero acabó el curso con los neoyorquinos después de dos contratos de diez días y los otros dos no jugaron pero estuvieron vinculados a la franquicia el curso pasado con contratos de tipo two way. Eso permitió a los Knicks usar sus derechos para firmarlos a través de un sign and trade (contrato nuevo y traspaso inmediato) para enviarlos, ya bajo contrato, a Charlotte. Así sumó lo suficiente para, con los otros jugadores implicados (Bates-Diop, Nnaji) permitir la viabilidad salarial del traspaso. Los Hornets, en principio, aceptaron con la idea de cortar después a los tres jugadores porque su único interés era colarse en el trade para sacar las tres segundas rondas que se ha llevado y algo de cash.

Para poder firmar el sign and trade, los nuevos contratos tienen que ser de al menos tres años. Pero se puede garantizar solo uno, así que a efectos prácticos los jugadores solo iban a ser compensados, cuando fueran liberados de nuevo, por lo que firmaran para esta temporada 2024-25, un mínimo que en sus condiciones de años en la liga está fijado por encima de los dos millones. Los Hornets, por lo tanto, podían pagar a los tres un total de 6,8 millones y ganar un pellizco porque los Knicks remataron el acuerdo con los 7,2 millones en efectivo que permitía enviar la NBA. En total, 400.000 y tres segundas rondas para los Hornets solo por hacer de equipo nodriza.

Pero había más toquecitos: como la normativa no permitía agregar vía sign and trade contratos mínimos, los Knicks pusieron sueldos solo un dólar por encima de esa cantidad mínima. Jeffries firmó por tres años y 8,2 millones, Brown Jr por tres y 7,7 y Washington Jr por tres y 7,2, pero los tres solo con un año garantizado, el único que cobrarían plenamente y el único que contaría en los libros de cuentas de los Hornets. De los tres, claro, el caso más comentado es el de Washington Jr,

Porque Duane Washington Jr había firmado ya, y de hecho había jugado dos partidos de Liga con el Partizán. Pero, a las puertas del debut en Euroliga con el equipo serbio, surgió esta oportunidad. Así que se desvinculó, fichó por los Knicks, se fue traspasado a los Hornets, llegó a participar en partidos de pretemporada con los de Carolina y, en cuestión de una semana, fue cortado y regresó al Partizán con un contrato similar al que rubricó en verano. Se perdió el partido en Vitoria, contra el Baskonia, y también el que enfrentó a los de Obradovic al Real Madrid en el WiZink. Pero en este segundo ya estaba en la grada, viendo a sus de nuevo compañeros.

El Partizán aceptó porque, por apenas unos días sin uno de sus nuevos fichajes, se ha llegado el dinero de su liberación, una cantidad cifrada, según distintas informaciones, entre 600.000 y 850.000 dólares. Y Washington Jr se ha sacado un sobresueldo por no hacer básicamente nada: 2,1 millones de su salario NBA que se sumarán al que percibirá del Partizán y de los que tendrá que restar esa cantidad de la cláusula que los Knicks acordaron no pagar. El asunto estaba tan claro que el Partizán tenía asegurado un extra de 1,6 millones si el jugador no estaba de vuelta en Belgrado 48 horas después de su desvinculación de los Hornets. El tinglado fue posible porque los derechos en la NBA no se extinguen cuando se firma por un equipo de otra competición.

Un escalón inicial de algo menos de 9 millones de dólares que parecía un obstáculo insalvable en las cuentas iniciales, dadas las restricciones del nuevo convenio, acabó siendo sorteado por los Knicks sin desprenderse de ningún jugador útil o activo de su rotación. El traspaso de Towns fue posible y el resto de franquicias tienen un mensaje claro, el que han enviado Rose y Aller, su mano derecha, desde las oficinas de la Gran Manzana: si se quiere, se puede. Siempre debería ser así, ¿no?

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