El unicornio Chet Holmgren, el jugador nunca visto en la NBA
Oklahoma City Thunder elige con el número 2 del draft a un perfil de jugador que puede ser lo nunca visto en la NBA: 2,13 de altura, 2,31 de envergadura... pero solo 88 kilos de peso.
Chet Holmgren no se puede comprar ciertos modelos de Nike porque no tallan para su pie. Le cuesta encontrar un asiento de avión en el que viajar cómodo y ha jugado hasta ahora con el número 34, también en su único año en la Universidad de Gonzaga, porque en su momento era la única camiseta que le quedaba bien en la Minnehaha Academy, un prestigioso centro privado de Minnesota donde estudió y se hizo jugador de baloncesto al lado de Jalen Suggs, su íntimo amigo, compañero allí y en el circuito amateur (AAU)… y también jugador de Gonzaga. Suggs, un combo guard de 1,96, jugó en los Bulldogs en la temporada 2020-21 y fue elegido con el número 5 del draft por Orlando Magic, donde vivió el curso pasado un difícil tránsito rookie por la NBA. Siguiendo sus pasos, Holmgren se fue a Gonzaga (2021-22) y ha sido elegido con el número 2 de la NBA. Jugará en Oklahoma City Thunder. El número 1 (invertido en Paolo Banchero) lo tenían, precisamente, los Magic de Suggs (“sabíamos que íbamos a ser buenos, pero no sabíamos que tanto”, dice). El sueño de jugar de nuevo juntos estuvo a un paso.
Holmgren era un serio aspirante a número 1 porque, desde luego, sus facultades dibujan un techo ilimitado. Es uno de esos unicornios que genera el baloncesto actual, un juego de posiciones líquidas y versatilidad como piedra filosofal. ¿Qué hacer con un jugador de 20 años, 2,13 de altura, 2,31 de envergadura y movimientos de base con la bola en las manos? Literalmente, lo que se quiera. Pero: ¿qué hacer con un chico de solo 88 kilos, brazos y piernas como alfileres y un cuerpo de complejo traslado al baloncesto profesional? Ese era el debate: Holmgren es tan bueno que no iba a caer demasiado en el draft. Pero alguien (fueron los Thunder, en el 2) tenía que atreverse y proyectar con paciencia su evolución física. Paolo Banchero y Jabari Smith Jr (números 1 y 3, finalmente) parecían tener un suelo más firme, más elevado. Pero el techo de Holmgren… las posibilidades son infinitas, el riesgo elevado. Hay que jugar.
El famoso crossover a Stephen Curry
Jugar, apostar: Holmgren siempre lo ha hecho. Su padre formó con la Universidad de Minnesota, donde las lesiones de rodilla le impidieron abrirse paso. Cuando vio que su hijo medía 1,88 a los once años, quiso darle una buena formación en el baloncesto. Pero eligió ser padre, no entrenador. Le enseñaba fundamentos en casa pero dejó el trabajo duro a Brian Sandifer, famoso en el área de Minneapolis por pulir jóvenes jugadores todavia muy verdes. Con Sandifer, Holmgren reconoció que lloraba después de muchos entrenamientos (“pero yo siempre vuelvo, asumo los retos”). Su preparador le hizo trabajar con bases y escoltas, entre ellos su desde entonces (y hasta College) inseparable Suggs. Así aprendió a defender a exteriores, a atacar botando y moviéndose por toda la pista.
Sus inicios como jugador se los pasó en el banquillo y, durante horas y horas, practicando su tiro y su dribbling. En su primer año de instituto promedió 6,2 puntos y 3 rebotes. Antes del segundo, solo tenía dos becas universitarias en el buzón. Subió a 18,6 puntos y 11 rebotes. En su último año ya era una sensación nacional: 21 puntos y 12,3 rebotes de media. Treinta universidades detrás de sus pasos y un par de hazañas virales: en el campamento SC30 de Stephen Curry respondió a un triple de diez metros que le clavó el base de los Warriors con un crossover (bola por debajo de las piernas, por detrás de la espalda...) ante uno de los mejores jugadores de la historia. “En esa me has pillado”, le dijo Curry. Esa semana, su cuenta de Instagram recibió más de medio millón de visitas. En partido con televisión nacional de su instituto contra Sierra Canyon (el equipo de LeBron James en el que jugaba Bronny, el hijísimo de LeBron James) sumó 9 puntos, 10 rebotes y 12 tapones.
Eligió Gonzaba, como Suggs. Promedió 14,1 puntos, 9,9 rebotes y 3,7 tapones. Su equipo fue primero en el ranking de AP, ganó la West Coast Conference y llegó al March Madness como primer cabeza de serie y gran favorito. Pero un año después de la histórica decepción del equipo de Suggs (una temporada sin derrotas estropeada en la finalísima, contra Baylor), no hubo revancha: la dureza de Arkansas pudo más en el Sweet 16 (68-74). Holmgren se quedó en 11 puntos y 14 rebotes después de estrenarse en primera ronda con 19+17, 5 asistencias y 7 tapones. Mal sabor de boca… pero inevitable destino NBA.
Los Thunder se llevan a un jugador único. El riesgo es que su físico no aguante el ritmo NBA, o que intentar transformarlo y meterle músculo y peso le robe su innata agilidad, su rapidez de movimientos. Él bromea y recuerda a todos los aficionados dos asuntos clave: “Sí, me alimento. Y sí, hago pesas en el gimnasio”. El resto, el talento y la envergadura, están ahí. Bota, pasa, tira, crea, dribla, anota y defiende de maravilla, con una gran capacidad intimidatoria en la que influyen sus inacabables brazos pero también su sentido del timing. Holmgren es uno de los proyectos de estrella con el techo más alto pero también el riesgo más pronunciado de los últimos años. Pensar en su futuro produce vértigo. Por eso no ha sido número 1... y por eso no ha caído más abajo del 2. Ha llegado su momento, y el de OKC Thunder.