El orgullo verde se tambalea: los Celtics y la búsqueda de una cultura perdida
Los Celtics renuncian a un referente en su cultura como Smart, se hacen con Porzingis e insisten con la dupla de los Jays. El proyecto, descarnado, se tambalea en una línea muy fina.
El momento actual de los Celtics está muy alejado de su propia historia. Los 17 anillos son sólo un mero recuerdo, una marejada de títulos en blanco y negro con una sola victoria en los últimos 38 años. Es el tiempo que ha pasado desde que Larry Bird liderara a los verdes al tercer campeonato de la década de los 80. Desde entonces, ni el alero volvió a triunfar ni los Celtics a emerger en su retirada, hecha efectiva antes de tiempo por sus constantes problemas de espalda. Ante ellos se empezó a construir un páramo enorme, infinito, interminable. Y que sigue siendo hoy una constante objetiva, siempre enmarañada por una competitividad manifiesta, pero que no se transforma en anillos. De las ausencias de playoffs de los primeros años post Bird (6 consecutivas entre 1996 y 2001) a ser siempre parte de la fase final... pero sin el premio máximo. Ese que otrora conquistaban una temporada tras otra y que brilla por su ausencia de forma incómoda en estos momentos.
En 2008 se vivió el último gran éxito de los Celtics, un anillo comandado por un big three de lujo y una victoria, para más ende, sobre los Lakers. El eterno rival, ese que se ha llevado seis títulos en el siglo XXI para poder igualar al equipo verde en lo más alto del escalafón. Ni siquiera esa pelea eterna se ha traducido en un motivo para volver a ganar. Los éxitos no llegan: el proyecto de Kevin Garnett, Paul Pierce y Ray Allen finalizó, Rajon Rondo salió como último superviviente y se empezó una reconstrucción lenta, siempre unida al ritmo de un Danny Ainge que heredó las ideas y el poder cultural de Red Auerbach, que falleció en 2006 tras toda una vida ligada a los Celtics. En Boston las cosas siempre han sido así: un mismo proyecto a largo plazo, apostar por las mismas estrellas y rodearlas, elegir a un entrenador que esté varios años. Eso sí, lo que funcionaba en el pasado no tiene por qué ser igual ahora. Y la capacidad camaleónica es siempre una virtud en una NBA que no espera a nadie. Tampoco a una franquicia tan sumamente histórica como los Celtics.
La persistencia en el inmovilismo acabaron con la figura de Ainge, que puso rumbo a los Jazz tras años y años de servicios prestados. Brad Stevens asumió su papel en la directiva y renunció al banquillo, con rumores de desgaste con los miembros de la plantilla. Ime Udoka, problemas mediante, llegó y se fue tras las primeras Finales de la franquicia desde 2010. Y su herencia llegó a un Joe Mazzulla que ha fraguado lo justo. La plantilla peca de los mismos errores, carece de las mismas piezas, rema hasta morir en la orilla. Da la sensación de que falta algo que no llega, una pieza que de el empujón definitivo al proyecto. Y las cosas siguen igual, con un título que nunca llega y movimientos ligeros que no terminan de insuflar el aire suficiente como para que el oxígeno sea el necesario para dar el paso definitivo. Y, por el camino, la confirmación que todo el mundo recibe, antes o después, en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.
Insistir... o no
Los Celtics, si alguna vez han tenido un dilema, lo están resolviendo sobre la marcha. Y parece que van a insistir en su idea, al menos de momento. Sólo hay un matiz que ha cambiado: la salida de Marcus Smart. Un atractivo cultural enorme que tenía muy arraigado el pensamiento de lo que significa ser de los Celtics. Al menos para los aficionados clásicos, ya que el aumento del precio de las entradas ha cambiado también el tipo de público que va al Garden. Smart es peleón, tiene pasión, es duro y un gran defensor, características que siempre han ido de la mano de los seguidores verdes. Siempre intocable, otra de las carencias de Ainge en los despachos (todos lo eran), ha terminado saliendo por la puerta de atrás, con una eliminación ante los Heat verdaderamente dura y que le deja, en su adiós, como uno de los señalados. Por el camino del movimiento llegó Kristaps Porzingis, un hombre de cristal que viene a reforzar un juego interior que posee a un Al Horford envejecido y a un Robert Williams físicamente errático. El letón aporta en ataque cuando está sano (en defensa mucho menos), pero genera más dudas que certezas.
Por el camino no se resuelve otro de los problemas que sostenidamente se han repetido en el esquema de los Celtics. Desde que se inició el proyecto con Stevens en el banquillo, el puesto de base ha pasado de ser prometedor a calamitoso. El brillo de la luz de Isaiah Thomas fue efímero, la llegada de Kyrie Irving un bochorno que desmadejó el proyecto; el paso de Kemba Walker sirvió de bastante poco y, desde su salida, ha sido Smart el que ha actuado como tal junto a Jayson Tatum... y un Jaylen Brown que falla en exceso en la distribución. Ahora, se quedan con Derrick White, Payton Pritchard y Malcolm Brogdon, ninguno de ellos originales de ese puesto. Un defecto que aumenta ostensiblemente con la salida de Smart, que incluso con sus cosas aportaba más en dicha posición que si no hay nadie. Su ambivalente comportamiento, la ambigüedad de sus acciones y la discusión a puerta cerrada de la burbuja de Orlando que, se dice, acabó propiciando la salida de Gordon Hayward, han acabado con la reputación de un jugador correcto, pero con unas ínfulas de grandeza excesivas para su nivel. Por muy buen defensor que sea... que lo es. Que conste en acta.
¿Qué hacemos con los Jays?
Los Celtics van tomando decisiones y, por mucho que los rumores se empeñen en separar a Tatum y Brown, esa opción nunca ha estado sobre la mesa para ellos. Siguen manteniendo a ambas estrellas, desperdiciaron la oportunidad de deshacerse de Jaylen para conseguir a Kevin Durant el curso pasado y le han renovado por un suelo astrofísico de 304 millones en cinco temporadas que se hará efectivo a partir de la temporada 2024-25. Una clara declaración de intenciones para dos jugadores consolidados, con tintes generacionales, pero que van al ritmo de los Celtics: siempre fallan al final. En el séptimo partido ante los Heat, Brown se quedó en 19 puntos con un pírrico 8 de 23 en tiros, mientras que Tatum llegó a 14 con un pobre5 de 13. Un síntoma más de que les queda todavía algo de fritura para poder dar el salto definitivo hacia el anillo.
Tatum y Brown, especialmente el primero, están numérica y estadísticamente cerca (o iguales) que las grandes estrellas de la competición, suman All Stars con facilidad y copan de highlights los vídeos que se viralizan constantemente en la NBA. Pero tienen picos, pecan de irregularidad y sus actuaciones en los momentos cruciales siempre han estado cuestionadas. Todo ello, dentro de la atmósfera que envuelve a una entidad en la que no queda claro cuánto poder tiene Mazzulla, que sacó a Udoka sin el beneplácito (parece) de los jugadores y que no es capaz de dar un cambio radical en el mercado para fortalecer las carencias y potenciar unas virtudes que quizá no lo sean tanto.
De momento, las cosas en los Celtics están como están. Tatum tiene 25 años y Brown 26, todavía pueden estar de camino a su prime y el equipo siempre es candidato: desde que se inició el proyecto han sumado nueve participaciones consecutivas en playoffs, cinco finales de Conferencia y unas Finales, esas en las que iban 2-1 por delante y con los Warriors clínicamente muertos hasta que emergió Stephen Curry para amarrar el cuarto título de la dinastía y privar a los Celtics del premio que tanto anhelan. Smart, otrora intocable, por fin ha salido. Brown firma el contrato más grande de siempre. Y ya se especula con el que puede llegar a tener Tatum en un futuro muy cercano. Eso sí: haciendo lo mismo, es difícil que el resultado pueda ser distinto. Y los cambios no parecen suficientes para dar el salto definitivo al anillo. Todo ello, solo unos meses después de ser casi el primero equipo que remonta un 3-0 en la fase final. Y en ese casi es en el que se mueven estos Celtics. Les falta dar el paso final. Y la NBA no espera a nadie... ni siquiera a los 17 anillos de un orgullo verde que no brilla tanto como en un pasado glorioso del que se aleja mucho el presente. Y, mientras tanto, las oportunidades llegan a su fin. Y el tiempo se acaba. Tic, tac, tic, tac...