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¿De verdad hay esperanzas para los Lakers?

Un inicio maravilloso deja a los angelinos 3-0, con excelentes sensaciones y alabanzas constantes a Redick. La franquicia rezuma optimismo. ¿Espejismo o realidad?

¿De verdad hay esperanzas para los Lakers?
JOHN MCCOYAFP

Los Lakers son lo que son, para la NBA y para el mundo, por la cantidad de páginas que han protagonizado en los libros de historia. De superación, de éxitos y fracasos, de peleas titánicas y títulos agónicos. De héroes, muchos, que han sido idolatrados por el mundo entero y se han convertido en algunos de los mejores de todos los tiempos. De récords, balances imposibles, topes inhumanos y mucha capacidad de resiliencia. Por eso, incluso en los peores momentos los Lakers llenan siempre incontables páginas de periódicos, mensajes constantes en unas redes sociales que manejan de forma cada vez más insurrecta y tergiversada; opiniones diversas, debates constantes, morbo y sorna. Es lo que se han ganado con el paso del tiempo: una horda de seguidores inagotables que es directamente proporcional a la de sus detractores. Una ocasional polarización, según lo bien o lo mal que vayan, en la que tienes que elegir si vas con ellos o contra ellos. La epítome del éxito genera sentimientos contradictorios. Pero, pase lo que pase, estén eliminados o no, con opciones de anillo o en el pozo más hondo, siempre se habla de los Lakers.

La sangre que rezuma púrpura y oro es inagotable, incansable, con unas ganas de narrativa constante. La franquicia de Los Ángeles ya vio cómo después de la retirada de Phil Jackson y el inicio del declive de Kobe Bryant, los Clippers dejaban de ser el hermano malo y se situaban por delante. La eternamente postergada retirada de la Mamba Negra fue un éxito a nivel publicitario y comercial, el de una franquicia que apostó por un escolta a la que le quedaba más tiempo, y por lo tanto más telediarios que copar, cuando en 2004 el debate estaba entre su figura y Shaquille O’Neal, un pívot que se retiró cinco años antes que su némesis e inició su declive casi inmediatamente después de poner rumbo a los Heat. E incluso en esa crisis, en la que los Spurs terminaban una dinastía y los Warriors iniciaban la siguiente, se habló mucho de los Lakers. Primero, porque Kobe decía adiós a una historia asombrosa y cada partido que jugaba generaba una expectación legendaria. Y después, porque la entidad se sumió en una crisis deportiva sin precedentes que era inédita en la historia de un equipo tradicionalmente casado con el éxito y los anillos.

Los Lakers estuvieron seis años sin playoffs, de 2014 a 2019, ambos inclusive. Algo aterrador para una franquicia que acumuló cuatro ausencias totales en sus 65 años anteriores, con dos bajas seguidas como tope. Pero nadie se alertó: Jeannie Buss ganó su particular juego de tronos a sus hermanos y se hizo con el control total de un negocio que no ha sido desde entonces tan rentable como con su padre, pero que seguía generando un atractivo tremendo para la opinión pública. La propietaria esperó sólo dos temporadas desde la retirada de Kobe para fichar a LeBron James, el mayor logro de un Magic Johnson que se fue por la puerta de atrás y nunca logró como directivo lo que consiguió como jugador, acusado entre medias a Rob Pelinka (que sigue donde estaba entonces) de puñaladas traperas. El Rey, por su parte, abandonó el mercado más pequeño y llegó al más grande para seguir escribiendo la última gran historia de la NBA, quizá la mejor de todas ellas. El primer año sin playoffs se olvidó con el anillo del segundo. El número 17. El cuarto de LeBron.

Desde entonces y con la desmantelación de los Warriors, el coronavirus y el auge del nuevo convenio colectivo ya instaurado, han pasado muchas cosas en la NBA. Entre ellas, que ya no hay un dominador claro: seis campeones distintos en seis años con muchos pronósticos incumplidos de repetición, el crecimiento exponencial de la idea del superequipo totalmente obsoleta; y la ausencia de grandes plantillas reales en contraste con las del pasado. Mientras tanto, la historia de los Lakers la ha escrito LeBron porque en los Lakers siempre hay alguien que escribe la historia: en todo este tiempo, se ha convertido en el Máximo Anotador de la historia, ha seguido sumando récords de longevidad y lideró la victoria del primer In-Season Tournament. Y más cosas: muchas críticas por la gestión en el fichaje de Russell Westbrook (en el que tuvo una participación activa el propio jugador), que se cargó a la postre el competitivo proyecto de 2020, al que asolaron las lesiones en 2021. Y también dos victorias en el play in y unas finales de Conferencia que se fraguaron con la quinta y última batalla entre los Warriors y LeBron en el contexto del fin de una era. Todo esto, con el recuerdo de Kobe en las memorias tras fallecer justo antes de la pandemia, una tragedia que golpeó muy fuerte en el mundo del deporte y que se tradujo en una extraordinaria gestión de imagen en la pérdida, tanto por parte de la franquicia angelina como de la NBA.

En otras palabras: no se ha dejado de hablar de los Lakers. Ni para bien ni para mal. Y la renovación del contrato de la estrella confirmó que finiquitaría su carrera en Los Ángeles. La previa del presente curso, el 22º del jugador en la NBA (a uno de superar a Vince Carter) se hizo entre críticas que ya se han escuchado y que se han repetido con desgana. Su hijo Bronny llegaba a la entidad para sumar otro momento histórico a petición de su padre; y a la salida de Darvin Ham se sumaban el rechazo veraniego de Dan Hurley y la llegada de JJ Redick, sin experiencia previa como entrenador pero sí en los podcasts, compartiendo proyecto ahí con el propio LeBron. Las acusaciones de nepotismo (totalmente justificadas) hacia la eterna figura del jugador volvieron a aparecer mientras las apuestas y los expertos pronosticaban, en sus mejores opiniones, que los Lakers llegarían hasta donde han llegado estos años. A un equipo correcto que lucharía por el play in y competiría sin suerte en los playoffs. Así estaba todo... Hasta ahora. Que la temporada ha empezado, el equipo va 3-0 y hay que volver a hablar de los Lakers. Otra vez. Pero en otros términos, claro.

Los cambios: Redick, Davis...

El inicio de los Lakers es, cuanto menos, inesperado. No empezaban ganando el primer partido de la regular season desde 2017, algo que jamás había ocurrido, hasta ahora, con LeBron James en el equipo. Para ver tres victorias consecutivas nada más empezar tenemos que irnos a 2010, cuando el balance fue primero de 8-0 y luego de 13-2, un mero espejismo previo a una temporada en la que se acabó la etapa de Phil Jackson en los banquillos, con un 4-0 en las semifinales de Conferencia ante los Mavericks de Dirk Nowitzki, rumbo al anillo, incluido. Eso es lo que no quieren, obviamente, los angelinos, que han ganado a tres rivales de entidad (Timberwolves, Suns y Kings) en tres partidos que han dejado excelentes sensaciones más allá del juego en sí: conexión entre el cuerpo técnico y los jugadores, sentido grupal, química colectiva y mucha concentración en cada instante, peleando cuando las cosas van bien y también cuando van peor.

Tácticamente, las cosas también han cambiado respecto a la temporada pasada. JJ Redick ha hecho su trabajo y demuestra, de momento, que no es una marioneta puesta ahí por LeBron, un mantra muy repetido y una acusación que siguen enarbolando los detractores que se niegan a aceptar la realidad de la estrella, haciendo suyo un argumento que se puede atribuir a cualquier gran jugador que lo ejerció en algún momento de su dilatada carrera. El entrenador dejó claro en la previa que el epicentro de la defensa y del ataque iba a ser Anthony Davis y se está cumpliendo. Los Lakers se han dejado de tonterías y ocupa la posición de pívot de inicio, sin medias tintas ni rumores, esta vez, de que prefiere jugar de ala-pívot. Incluso cuando los angelinos han tenido otros jugadores para esa posición (Dwight Howard, JaValee McGee, Marc Gasol), la mayor incidencia de Davis está en la parte puntal de la zona, generando espacios para sus compañeros, sin renunciar nunca a la media distancia y siendo intimidador en el otro lado de la pista.

Todo gira en torno a Davis, que promedia 34 puntos, 11 rebotes, 3,3 asistencias, 1,7 robos y 2,3 tapones en los tres primeros partidos. El center ha sido el primer jugador de los Lakers desde Jerry West (antes sólo lo había hecho Elgin Baylor) en iniciar la regular season con dos partidos de 35 o más puntos y el primero que supera la treintena en los tres iniciales junto a West, Baylor y Kobe Bryant. Más allá de eso, su poder es abrumador: se comió a Rudy Gobert en el asalto inicial (36+16+4+3), dejando seco al francés (13+14), al que le ganó todos los duelos directos. Siguió a lo suyo frente a los Suns (35+8+4+2) y estuvo más desdibujado ante los Kings, con problemas intermitentes ante Domantas Sabonis (32+12+10), pero produciendo en demasía (31+9+2+3+2), dejando claro que cuando no está tan fino sigue siendo eficiente. Redick le ha dejado muy claro (eso parece, vaya) que tiene que ser agresivo y atacar el aro, no cebarse en el triple (2 de 5 de forma combinada) y recibir arriba o ir de fuera hacia dentro. Esto permite al jugador acudir mucho a la línea de personal: 15, 17 y 13 tiros libres en los tres primeros choques, lanzando en el segundo los mismos que todos los Suns juntos.

Las instrucciones de Redick son claras: a partir de Davis se genera todo lo demás. El movimiento de balón y el aprovechamiento de los espacios está siendo fundamental. El entrenador sabe que no pueden jugar a la mansalva de triples y que la plantilla es rocosa, de barro y trincheras más que de florituras exteriores. Con mucho talento para el pase y fuerte para la transición. Hachimura, tímido en buena parte del curso pasado, está en 16,7 puntos, excelso al contraataque y lanzando de tres cuando está liberado, yendo hacia dentro para aprovechar su ventaja física. Y Austin Reaves es directamente fundamental, dando un paso más en la dirección de juego, con una lectura de los espacios que Davis da en los bloqueos que demuestra una sapiencia brutal: 18 puntos, 4,7 rebotes y 6 asistencias de promedio, perfecto en la basculación del balón y en los movimientos constantes, además de ser esencial en el último pase, una misión que comparte con LeBron, pero a la que no renuncia nadie.

Redick, cuya labor está siendo muy comentada (para bien) en este inicio de temporada, deja espacio para la improvisación, pero tiene un sistema basado en Davis y soluciones para los finales apretados, algo que contrasta con la temporada pasada, donde el balón apenas pasaba por la estrella en los últimos cuartos. El organigrama táctico tiene en cuenta las intermitencias de D’Angelo Russell (10 puntos de promedio, por debajo del 40% en tiros de campo) y da paso a jugadores que pueden ser claves: Jaxson Hayes está dando minutos de calidad en la zona (6,7+4), Max Christie tiene margen de mejora (especialmente en el pase y en el tiro) y Gabe Vincent no mete los tiros liberados, pero se faja en defensa. La buena noticia en la intendencia por encima de todas, eso sí, es la de Dalton Knetch. El rookie disfruta de minutos moderados (16,3 de media), pero promedia 7,7 puntos, lanza bien de tres (41,7%) y ha tenido un +7, un +13 y un +16 en los tres partidos disputados, siendo siempre la estadística +/- una a tener en cuenta con mucha cautela. Sus minutos aumentarán presumiblemente, con más protagonismo cada vez. Y si demuestra que puede cumplir en defensa, su papel puede ser esencial para unos Lakers que son los únicos invictos de la Conferencia Oeste y uno de los tres que hay en la NBA junto a Celtics y Cavaliers. Y sí, son tres partidos. Pero...

¿Espejismo o realidad?

Los Lakers sólo han jugado tres partidos y las sobrerreacciones son un error muy común a estas alturas de la temporada, en la que las conclusiones suelen ser precipitadas y más basadas en juicios personales que en una realidad manifiesta. Eso sí, parece claro que la salida de Darvin Ham ha dado una nueva cara a los angelinos, que en algún momento de la temporada pasada, en medio de rotaciones difíciles de entender por el ahora asistente de los Bucks (algo que ya fue en el anillo de 2021), perdieron la conexión con su entrenador. Uno que, independientemente de que sepamos si es bueno o no, llevó al equipo a unas finales de Conferencia y la victoria en el In-Season. La química fluye con Redick, bien secundado por Nate McMillan y Scott Brooks (que dirigieron a equipos de importancia en su momento), cuya comunicación con los jugadores parece impoluta, al igual que con la prensa. Y que entiende, o al menos lo parece, muy bien donde está, la magnitud que tiene su trabajo, el nivel de exposición y el todo o nada al que se enfrenta.

Nadie sabe dónde acabarán estos Lakers. Todo dependerá, otra vez, de esas lesiones que les han perseguido todos estos años y la capacidad que tenga la plantilla para mantenerse sana. Cómo y cuándo llegue Jared Vanderbilt, fuera de juego sin pronósticos tempranos de retorno, será una de las cosas a tener en cuenta dentro del organigrama defensivo de un equipo en el que es una pieza fundamental. También evitar que otros fuercen o jueguen infiltrados (como LeBron en los playoffs de 2023) y que la plantilla llegue fresca a una hipotética fase final, a ser posible sin acumular partidos previos de play in, con la exigencia y la preparación que suponen unos días que constituyen uno de los pocos descansos que da el extenuante calendario de la NBA. Y a ver qué pasa con Davis, al que le ha acompañado siempre esa fama de hombre de cristal de la que quiere escapar con los 76 encuentros disputados el curso pasado, el dominio físico de este inicio y su buen papel en los Juegos Olímpicos de París. En las tres temporadas anteriores (de 2021 a 2023), Davis disputó 132 de 236 partidos posibles, un 56% del total. Que el epicentro de tu sistema sea un hombre que igual sólo está disponible algo más de la mitad de la temporada es complicado, cuanto menos. Y es capital que su salud se mantenga en auge todo el tiempo posible. Por mucho que a veces sea algo que escapa del control.

Y luego está LeBron, claro. Siempre LeBron. El único e imperecedero, que viene de ganar su cuarta medalla olímpica y su tercer oro después de que la última concatenación de estrellas haya acudido a su llamada. Que seguirá batiendo récords de longevidad, de puntos, de minutos. De todo. Y es demasiado el tiempo que se lleva hablando de su declive que no hay que contar necesariamente con eso esta temporada. El curso pasado promedió 25,7 puntos, 7,3 rebotes y 8,3 asistencias. Y esta temporada estuvo más discreto, dejando hacer, en los dos partidos iniciales... Antes de explotar en el tercero, donde los Lakers ahuyentaron fantasmas ante los Kings liderados por el Rey, que se fue a 32+14+10 (el 114º de su carrera, quinto en la clasificación histórica, una posición que llega al segundo puesto en playoffs) y cuajó un último cuarto celestial: 16 tantos (6 de 6 en tiros de campo), 6 rebotes y 5 pases a canasta. En su temporada número 22. A 63 días de los 40 años. Y ya con los deberes hechos de la foto con Bronny, algo que los angelinos se quitaron de encima en el primer partido antes de anunciar que el hijo del mesías iba a poner rumbo a la G League. Lo lógico.

Los Lakers están como están, mejor de lo que muchos se esperaban e invictos tras ganarlo todo en el Crypto Arena y antes de poner rumbo a vacas más flacas, que pronto acabarán llegando. El equipo de JJ Redick afronta ahora una serie de cinco partidos fuera de casa, en la que visitarán Phoenix, Cleveland (la casa del Rey, ya veremos si con minutos para Bronny por motivos emocionales), Toronto, Detroit (dos salidas en principio más factibles) y Memphis. Ahí se verán las costuras, alguna habrá, de una plantilla que empieza con el ritmo frenético de viajes inherente a la NBA. Hasta entonces, el inicio es esperanzador. De hecho, es maravilloso para ellos. Y todo son buenas noticias: Davis domina, Hachimura muestra su mejor versión, Reaves comanda hostilidades y el equipo gana a rivales de entidad, evitando sustos, sin caer en los últimos cuartos y con remontadas incluidas, como la de 22 puntos ante los Suns. Mientras tanto, LeBron avisa con su enésima exhibición y se muestra atónito cuándo le preguntan cuánto va a jugar, asegurando que planea estar presentes en todos y cada uno de los 82 partidos de la fase regular, salvo lesión. Todo son, hasta ahora, sonrisas en Los Ángeles. Hasta que lleguen (otra vez: llegarán) tiempos peores, toca disfrutar del momento. Es lo que hacía mucho que no tenían en un inicio de temporada y lo que les toca ahora. Carpe diem.

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