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HISTORIA DE LA NBA

Artest, los Wallace y la mayor pelea de la historia de la NBA

El 19 de noviembre de 2004, en el Palace of Auburn Hills, Pacers y Pistons protagonizaron una de las escenas más bochornosas de siempre.

Artest, los Wallace y la mayor pelea de la historia de la NBA
GETTY IMAGESDiarioAS

19 de noviembre de 2004. Palace of Auburn Hills, ciudad de Detroit, estado de Michigan. Los Pacers visitaban la pista de los vigentes campeones, los Pistons, y estaban a un paso de apuntalar un récord de 7-2 que contrastaría con el que les iba a quedar a sus rivales al final de un encuentro (4-4) que estaban muy cerca de perder. De hecho, con solo 42 segundos por delante el marcador era favorable a los visitantes por un claro 82-97 que dejaba prácticamente todo visto para sentencia. Pocas cosas que decir le quedaban a los locales, perezosos en el inicio de curso tras ganar su primer anillo desde 1990, con un tal Joe Dumars en los despachos que había llevado la cultura perdida de los Bad Boys de regreso a casa y había congregado a una de las mejores plantillas defensivas de siempre (los Wallace, Prince, Billups, Hamilton...) en torno a un entrenador nómada como Larry Brown para ganar el campeonato de forma tan inopinada como merecida ante los Lakers de Shaq y Kobe, que pasaron a ser los Lakers de Kobe, con Shaq poniendo rumbo a Miami y Phil Jackson al exilio (temporalmente), dando por acabada una era en la NBA. Una que había llenado el vacío dejado por Jordan y que había dado como resultado una auténtica dinastía.

Los Pacers precisamente habían visto como la última oportunidad que jamás tuvieron se veía mermada por esos mismos Lakers en las Finales del 2000. Y la nueva reconstrucción, con un Larry Bird que cambió los banquillos por los despachos, trajo una horda de jugadores que hizo soñar a la ciudad con el anillo por última vez. Unos meses antes de ese encuentro, los Pistons habían eliminado a Indiana en las finales del Este (4-2), por lo que se forjaba una especial rivalidad entre los dos equipos, que habían protagonizado un serie dura e intensa que cayó del lado de los futuros campeones. Los Pacers llegaron hasta ahí con Rick Carlisle en el banquillo, otra curiosidad del destino para un hombre que el año anterior había llevado a los Pistons a la primera de sus seis finales de Conferencia consecutivas. Y en la 2004-05, su segundo año en Indiana, intentaba dar un salto más con los Pacers en la que sería, ya de manera oficial, la última temporada de Reggie Miller como profesional.

Pero el proyecto se vería bochornosamente truncado ese 19 de noviembre. Stephen Jackson, uno de esos jugadores que Larry Bird había conseguido magistralmente en los despachos justo para esa temporada (proveniente de los Hawks tras ganar el anillo con los Spurs en 2003), anotaba dos tiros libres que ponían los 15 de ventaja para Indiana. En la jugada siguiente, Ben Wallace recibió una dura falta de Ron Artest, un jugador de apenas 25 años que estaba camino de ganarse la nomenclatura de estrella y que había jugado el All Star y ganado el premio a Mejor Defensor en la 2003-04, una recompensa con mérito doble si tenemos en cuenta que estaba reservada para hombres altos, una tradición incomprensible de la que no se sale del todo salvo en contadas excepciones. Wallace (cuatro veces ganador de dicho trofeo) se revolvió presa de la impotencia generada por la superioridad del rival y desató la tormenta. Ninguno de los dos jugadores era famoso por tener un carácter apacible, y el ego de uno por el curso que venía de cuajar era directamente proporcional al del otro, que había conquistado el campeonato con una defensa excepcional sobre Shaquille, incluido un partido de 18 puntos y 22 rebotes en el quinto y definitivo partido de las Finales.

La reacción de Wallace organizó una tangana que, aparentemente, terminó con ambos jugadores tranquilizados y Artest tumbado en la mesa de anotación. El gesto de este último fue interpretado como una provocación por parte de la afición local, que le increpó de manera visible. La situación se mantuvo así unos segundos hasta que un seguidor de los Pistons llamado John Green, le tiró un vaso lleno de refresco al alero, que nada más notar su impacto trasladó la pelea a las gradas, iniciando una de las escenas más bochornosas de la historia de la NBA. Artest saltó hacia la grada para ir a por el hombre que le había lanzado el vaso. Al irse hacia el público ya empezó a causar estragos: le causó a un locutor la fractura de cinco vértebras y una lesión en la cabeza. David Wallace, hermano de Ben Wallace, intentó golpear a Artest. Stephen Jackson también accedió a la zona del público, pero no para separar a su compañero de equipo, sino para dar puñetazos a otros espectadores, lo que provocó que jugadores de ambos equipos se fueran a poner paz mientras muchos seguidores trataban de escapar de los altercados y otros se sumaban a una tangana que ya había sobrepasado lo imaginable.

Así fue la pelea del Palace

La cosa no acabó ahí, y los jugadores de los Pacers volvieron a pista perseguidos por varios seguidores de los Pistons. Artest noqueó a uno y Stephen Jackson tiró al suelo al otro, que fue rematado por Jermanie O’Neal. El propio Artest salió escoltado por un asistente del equipo y por Reggie Miller, vestido de traje por lesión. Los seguidores locales lanzaron vasos y palomitas a los jugadores de Indiana cuando encaraban el túnel de vestuarios y O’Neal se encaró con ellos mientras que el base del equipo, Jamaal Tinsley, salía del vestuario para ayudarle. El técnico de los Pistons, Larry Brown, tuvo que improvisar un discurso para calmar los ánimos. Ni que decir tiene que el partido finalizó en ese momento, sin los más de 40 segundos que restaban y con la victoria para los Pacers. Aunque, obviamente, nadie habló del resultado del partido después de aquello.

Después de la pelea

Al día siguiente, el 20 de noviembre, la NBA sancionó indefinidamente a Ron Artest, Stephen Jackson, Jermaine O’Neal y Ben Wallace. Un día más tarde, hicieron públicas las consecuencias reales: en total, 137 partidos para los jugadores de los Pacers y 9 para los de Detroit. Artest, que acabó a puñetazo limpio con el público, recibió la sanción más larga de la historia de la competición, que incluyó la totalidad de la temporada y una multa de casi cinco millones de dólares. En total, al alero le cayeron 86 partidos, los 73 que quedaban de regular season y los 13 que su equipo disputó en playoffs. En los que fueron eliminados, por cierto, por los Pistons en seis encuentros, el último de ellos en Indiana y con una ovación tremenda a Reggie Miller, que se retiró ese mismo día dejando un legado imborrable en un mercado pequeño pero que entiende y conoce el baloncesto. Los Pacers se recuperaron tras ello, primero con Paul George de mesías haciendo frente a los Heat de LeBron James. Y ahora, que han reconstruido con éxito y tienen a Tyrese Haliburton y compañía, enamorando con un juego ofensivo maravilloso que les llevó a las finales del Este el curso pasado. Otra vez. Y, en una casualidad casi poética, con Rick Carlisle como entrenador. Vivir para ver.

A Artest le costó mucho superar aquel episodio (si es que lo ha hecho), y la fama de problemático que ya tenía se multiplicó y le acompañó siempre. Muchas veces, se imponían unos juicios que hablaban de su cabeza y no de su capacidad baloncestística, en crecimiento hasta ese momento y con buenas temporadas antes y después de dicho episodio. De hecho, antes de la pelea estaba en 24,6 puntos (récord de su carrera), 6,4 rebotes y 3,1 asistencias, y lanzando con un 49,6% en tiros de campo, un 41,2% en triples y un 92,2% en tiros libres. La sanción frenó en seco una temporada que prometía mucho y de la que estaba siendo uno de los jugadores más destacados junto a Steve Nash (que acabó como MVP) o Shaquille O’Neal (segundo en dicha votación). Los Pacers se quedaron en 44 victorias tras llegar a las 61 el año anterior, y esa plantilla que prometía un campeonato se acabó deshaciendo con Larry Bird cortando por lo sano y mandando a Artest a los Kings al año siguiente, cuando llevaba disputados 16 encuentros. Allí se encontró con Rick Adelman, que intentó modular su carácter y lo utilizó junto a Mike Bibby, último reducto de las finales del Oeste del 2002 contra los Lakers en la etapa más gloriosa de la franquicia desde que se mudó a Sacramento, para llegar a los últimos playoffs alcanzados por el equipo hasta 2022, en la que fue una dolorosa racha de 16 años sin playoffs, la más larga de la historia sin pisar la fase final.

Al final, Artest siguió siendo un jugador polémico, se cambió el nombre, se lo modificó de nuevo y esa pelea siempre formará parte de la historia de la mejor Liga del mundo. Pero, eso sí, a Artest (sumergido en constantes cambios de nombre en los últimos 20 años) consiguió algo más aparte de su consabida fama de hombre duro y problemático. Fue en los Lakers, en la 2009-10, donde se reunió con su amigo de la infancia Lamar Odom. Y su momento llegó en las Finales; concretamente, en el séptimo partido ante los Celtics, en el que emergió como elemento diferenciador tras las malas series de tiro de Kobe (6 de 24) o Pau (6 de 18) atenazados por unos nervios solo comparables a lo cercano que veían un anillo que querían pero que todavía no habían conseguido. Lo hicieron gracias a un triple de Ron a un minuto del final que les dejaba seis arriba, ventaja que consiguieron rentabilizar hasta el 83-79 final. La imagen del alero (20+5, con 5 robos en ese duelo) lanzando dos besos al aire es historia viva del Staples, y sus saltos al final del choque tras abrazar a Kobe no hicieron más que enternecer su figura y concederle una redención eternamente postergada. En ese momento, Artest no era el hombre que había pegado al público en el Palace. Era el que había ganado un anillo con los Lakers tras un encuentro feo para el aficionado pero precioso en fondo y significado. Ya había algo más en su legado aparte de una pelea bochornosa. Y era un título de la NBA. Casi nada.

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