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CLEVELAND CAVALIERS

Mitchell, la ocasión de Ricky y el renacer de los Cavs pos-LeBron

Con el fichaje de Mitchell, los Cavs se convierten en una de las referencias del Este. La sombra de LeBron se hace más pequeña y hay oportunidad.

Con el fichaje de Mitchell, los Cavs se convierten en una de las referencias del Este. La sombra de LeBron se hace más pequeña y la oportunidad de emerger, más grande.
Jason MillerGetty Images

Los Cavaliers son lo que son, para Cleveland y para el mundo, gracias a LeBron James. Su alargada sombra, su imponente figura y su incuestionable leyenda son parte inherente a la historia de la NBA, así como su extraordinaria longevidad y su capacidad para mentenerse competitivo camino de los 38 años (los cumplirá el 30 de diciembre). La estrella, ahora en los Lakers, encara su 20ª temporada en la mejor Liga del mundo, una más que las que disputó Tim Duncan, las mismas que hizo Kobe Bryant y sólo una menos que otro jugador contemporáneo como Kevin Garnett. Vince Carter, con 22, tiene el récord histórico, uno que parece que LeBron va a conquistar (junto al de máximo anotador de siempre y un largo etcétera) si tenemos en cuenta su espectacular físico, el cuidado milimétrico de su cuerpo y sus incansables deseos por dejar una huella imborrable (ya lo es) en la historia.

LeBron ha disputado 11 de sus temporadas en los Cavs, en su Akron natal, ciudad del estado que le vio nacer, Ohio. Un mercado diminuto, de los más pequeños de la competición norteamericana, puesto en el mapa por obra y gracia de un ser eterno. La franquicia, nacida en 1970, tuvo sus dosis de protagonismo con Bill Fitch y Lenny Wilkens y llegó a disputar dos finales de Conferencia a lo largo del siglo XX. Pero con el advenimiento de una nueva era, sólo ha estado en playoffs con LeBron James: 23 temporadas y 9 participaciones en la fase final con 14 ausencias, dos de ellas con el alero en las dos primeras campañas de su carrera. El resto es de sobra conocido: 5 Finales y el título prometido en 2016, el anillo que elevó a LeBron al Olimpo, el éxito más grande ante una de las dinastías más grandes de siempre, los Warriors de las 73 victorias, esos que iban 3-1 arriba en las Finales y con el séptimo partido fuera de casa, en un escenario que ya es histórico: un Oracle que se vio batido por el empuje del compromiso de un jugador con la gloria.

La franquicia de Cleveland nunca se consiguió sobreponer a la pérdida de su gran referencia. En sus dos salidas (2010 y 2018), el equipo se hundió, consiguiendo hasta el año pasado un cuestionable récord de 157 victorias y 374 derrotas. La racha se cortó hace unos meses, con el único balance positivo sin LeBron desde su llegada a la Liga en 2003. Y el único también desde la 1997-98. Un páramo intelectual motivado por la ausencia de un ídolo caído en desgracia tras su polémica The Decision, y convertido en héroe poco después, ya con sus teóricos pecados perdonados y los recuerdos positivos del pasado venciendo con creces a unos negativos que no dan siquiera lugar al más mínimo reproche. Al final, los Cavs son LeBron. Y uno de los cuatro anillos del Rey, el más grande de todos, lo ganó junto al equipo que le vio crecer, en ese hogar que emocionalmente jamás abandonó. James nunca renunció a sus raíces, y levantó una fundación en Akron que lleva su nombre y que se encargaba de cubrir las necesidades de los niños sin recursos, con una supervisión del jugador que se ha mantenido diaria incluso en la distancia.

La resurrección de los Cavs

Ahora, llega el turno de los otros. Sin prisa pero sin pausa, los Cavaliers han ido concatenando buenas decisiones hasta conformar una plantilla joven y prometedora, de mucho talento, que trabaja sin descanso para un entrenador como J. B. Bickerstaff, que ha comprendido perfectamente dónde está y, sobre todo, sabe hacia dónde quiere ir. Que ha creado una cultura, una idiosincrasia, una forma de ver las cosas y de ir de lo humano a lo táctico. La consistencia todavía es una cuenta pendiente, el récord de 44-38 del año pasado deja entrever un futuro que se aleja de lo aciago de años difíciles y el equipo que llegó a estar entre los tres primeros puestos de la Conferencia Este en enero se vio abocado, por las lesiones y el entendible bajón, a jugar un play-in en el que cayeron ante Nets y Hawks. Una buena temporada, pero un final agridulce. Y un verano que ha servido para constatar el meritorio rumbo que llevan los Cavs: el objetivo son los playoffs, el final debe ser satisfactorio y el futuro, ya a corto plazo, tiene que estar empapado de los pasos correctos.

Donovan Mitchell ha llegado a los Cavs a cambio de Collin Sexton, Lauri Markkanen y Ochai Agbaji más tres primeras rondas del draft y otras dos intercambiables. Uno de los traspasos del verano y palabras mayores para los Cavs, que consiguen a uno de los jugadores más apetecibles del mercado y el jugador con más talento bruto desde que, primero Kyrie y después LeBron, pusieron rumbo a otros climas y diferentes destinos. Se va Sexton, al que había que dar salida tras apostar por una promesa emergente y un futuro que ya es presente como Darius Garland. Un Markkanen que ha tenido relativa importancia pero era necesario para amarrar el movimiento. Y un Agbaji que es la 14ª selección del último draft, un escolta prometedor, con un físico imponente y constancia en los dos lados de la pista, que viene de Kansas (donde fue campeón) y ha sido incluido en el traspaso. Eso, y una parte del botín de rondas del draft acumulado en los últimos tiempos ha servido para hacer un movimiento de altura. Dar un paso adelante. Convertir a los Cavs en un equipo a seguir.

La plantilla que queda en Cleveland es, sobre el papel, una maravilla. Un teórico quinteto titular formado por Garland, Mitchell, Isaac Okoro, Evan Mobley y Jarret Allen. Un banquillo con Ricky Rubio, Caris LeVert, Cedi Osman, Kevin Love y Robin Lopez. Un entrenador como Bickerstaff. Una afición ávida de nuevos éxitos, que vive de la añoranza y sueña con renacer. Y un proyecto que, por tiempos y estructura, ha seguido los pasos adecuados desde la salida de David Griffin (que empieza a dar con la tecla en los Pelicans), con un General Manager, Mike Gansey, que ha hecho buena la decisión de su nombramiento por parte de Dan Gilbert, propietario de la franquicia. Ambos están muy bien asesorados y por ahí anda también José Manuel Calderón, que guarda una excelente relación con los jugadores y ha sido, a buen seguro, uno de los responsables de que Ricky regrese a la entidad después de su malograda lesión y traspaso a los Pacers, para los que ni siquiera ha jugado. En definitiva: de la cúpula hacia abajo, las piezas encajan. Falta por ver hasta qué punto.

¿Y ahora qué?

La plantilla de los Cavaliers exige un salto hacia delante del proyecto. Ya no vale el play-in, por mucho que las conclusiones generales de la pasada temporada fueran positivas y que las excusas sean válidas a la hora de hablar de lesiones, coronavirus, desmanes y mala suerte. Bucks y Celtics son teóricamente intocables, mientras que Sixers y Heat seguirán teniendo su oportunidad. Pero después de esos cuatro fantásticos, incluso por delante de alguno de ellos, deberían estar los Cavs. Su flamante fichaje, Donovan Mitchell, es una estrella consolidada que llega ligeramente cuestionada a su nuevo destino (los problemas con Rudy Gobert, su actitud errática...), un jugador que suma tres selecciones para el All Star, que jamás ha promediado menos de 20 puntos por partido y que ya ha jugado con Ricky en Utah. Se vuelve a juntar con él y su compenetración con Garland será esencial. Ambos pueden jugar con o sin balón, pero Mitchell viene de intentar más de 20 tiros por noche y Garland ha sobrepasado los 17. El reparto de tareas y los roles bien definidos serán la clave. Mobley seguirá, si le respeta el físico, con su consabida línea continua ascendente; y Okoro puede ayudar en la defensa exterior a ambos jugadores mientras Jarret Allen protege la zona. Veremos.

La presencia de Riky y Kevin Love será esencial para mantener el grupo unido. Cada vez está más infravalorada la existencia de veteranos en las plantillas que impriman un punto de calma y relajen tensiones, controlen egos, eviten peleas. La química tendrá que fluir y mantener a un grupo focalizado durante 82 partidos nunca es fácil. Extensiones de Bickerstaff en pista, Ricky y Love (que jugaron juntos en los Timberwolves) serán los encargados de que el narcisismo brille por su ausencia y que todo esté espiritualmente equilibrado. Robin Lopez también puede participar en la labor. La inclusión de Mitchell en el sistema será esencial y todo dependerá de lo rápido y efectivo que sea dicho proceso. Su relación con Garland, Mobley y el resto de la plantilla deberá desarrollarse con cierta presteza. Y ellos serán también los encargados de limar posibles asperezas procedentes de la edad: 22 años de Garland, 21 de Mobley, 24 de Allen, 21 de Okoro... y casi 26 de Mitchell, que deberá dejar atrás el pasado y comportarse como lo que ya ha demostrado que es: una estrella.

Así están las cosas en los Cavs. Si Mitchell es ese jugador que en su año rookie eliminó a los Thunder de Westbrook, Paul George y Carmelo en primera ronda con 28,5 puntos por partido y 38 en el sexto y definitivo asalto, los Cavs tendrán mucho que decir. Su mayor enemigo es él mismo, pero presencias imponentes y que emanan un gran respeto como Ricky y Love podrán contener su ego. Garland (21,7 puntos y 8,6 asistencias el último curso, en el que fue All-Star) es una estrella llena de luz de cuya compenetración con su nuevo compañero depende en buena medida lo que ocurra el próximo curso. Y, si las lesiones respetan a los jugadores y las desgracias no hacen su aparición, los Cavaliers serán una de las plantillas más interesantes y divertidas (esto ya lo eran sin Mitchell) de la NBA. Y todo, en busca de la redención, la reivindicación, la reafirmación. La resurrección. Muchas palabras que se engloban en un solo concepto: escapar de la alargada sombra de LeBron. Una leyenda inabarcable que puso a los Cavs en el mapa. Unos Cavs que, ahora sí, tienen la opción de emerger sin su mesías. Eso es lo que hay que aprovechar a toda, costa; lo que te da, al menos, una NBA que no espera nadie: una oportunidad.