Al otro lado de la última frontera
El Dubai BC es mucho más que una novedad exótica en la Euroliga: es un proyecto deportivo con fundamento, una idea divisiva y una baza en la batalla geopolítica del baloncesto europeo.


“Cuando vine a ver al Dubai Basketball en un partido de la ABA, salí del Coca-Cola Arena cuando ya era de noche, vi el skyline con la silueta del Burj Khalifa y me di cuenta de que la Euroliga tenía que estar en un sitio así. Eso es lo que vivirán también los aficionados. Este es un gran lugar para venir de visita, una ciudad de primer rango mundial para el turismo. En el pabellón había un gran ambiente, mucho espectáculo, y el equipo compitió muy bien en su primera temporada en la ABA. Así que en realidad fue una decisión muy fácil”. Así explicó Paulius Motiejunas, el CEO de la Euroliga, la entrada, en realidad una revolución para el baloncesto europeo, de un equipo de los Emiratos en la Euroliga: el Dubai Basketball que debutó (con victoria, además), un partido que fue más que un partido, contra el Partizán de, nada menos, Zeljko Obradovic. Un bonito contraste, si se quiere ver así; un entrenador que ha ganado nueve Euroligas en casa de un equipo que no existía hace tres años y que, antes de ese, no había jugado ni un partido en la competición. Ahora lleva cinco, y no va mal: tres victorias, dos derrotas. Ha ganado, por ahora y además de al Partizán, al Fenerbahçe, el actual campeón, y al Barcelona.
Esa presentación, el pasado 30 de septiembre, fue también la evidencia tangible, sobre el terreno, de que la Euroliga pasaba a vivir con un pie en cada mundo. El escenario, las lujosas Jumeirah Emirates Towers, ejerció de metáfora al lado de un Museo del Futuro que concretó, para el que quisiera verlo así, la zancada de la competición al otro lado del espejo; fronteras hechas añicos a los pies de los versos que adornan su arquitectura imposible, señal de las barreras derribadas: “El futuro será para aquellos que sean capaces de imaginarlo”. Allí, Motiejunas se hizo una foto que será trascendental en su legado como dirigente de la Euroliga, la de un nuevo tiempo junto a Eisa Sharis Al Marzooqi, director del departamento de eventos deportivos del Dubai Sports Council y Dejan Kamenjasevic, un bosnio de 50 años con pasado en el baloncesto español que es CEO y general manager de un equipo que hace un suspiro, en realidad, solo existía en su imaginación: nació en 2023, compitió por primera vez en la temporada 2024-25 y debuta ahora, en esta 2025-26, en la Euroliga.
Después, Motiejunas fue muy claro en AS cuando dibujó un futuro para el que Oriente Medio, más allá de las fronteras entre continentes, es perfectamente estratégico para la Euroliga. El discurso, guste o no es, es recto como el astil de una flecha: “Por qué vamos a cerrarnos puertas y a decir que no, por qué vamos a tener miedo a pensar a lo grande. esto es abrir una puerta nueva; no es que nos estemos marchando de Europa: estamos abriendo un camino hacia Europa para los equipos de Oriente Medio”. Es, desde luego, un debate incómodo: hay aficionados que no creen en esta visión moderna y líquida, de impulso obviamente económico de las competiciones; y dedos que señalan al sportwashing, el viraje estratégico del deporte hacia regímenes en los que las posibilidades de negocio ponen fácil olvidar otras realidades. El que paga, manda; y maneja las narrativas. De Emiratos Árabes dice Amnistía Internacional que, por ejemplo, sigue “criminalizando el derecho a la libertad de expresión y de reunión pacífica”. Human RIghts Watch se dirigió directamente a los vínculos cada vez más estrechos de la NBA con Abu Dabi: “Debería tener cuidado porque los Emiratos buscan eventos de ocio, cultura y deporte de primer nivel para vender una imagen de tolerancia y aperturismo que choca con las violaciones gubernamentales de los derechos humanos, sistémicas y constantes”.
Una nueva geopolítica en el deporte
A nadie se le escapa que hay una obvia novedad deportiva pero también un claro viraje geopolítico en esta decisión de la Euroliga, que crece hasta los veinte equipos y en la que el Dubai Basketball, que encuentra así acomodo y entra con wildcard para cinco años, es la punta de lanza de una nueva vía de crecimiento que da zancadas. Al equipo, que juega en el máximo nivel europeo en su segunda temporada en competición, le precedió la pasada Final Four en Abu Dabi y le acompaña un acuerdo que convierte en socio prioritario de la Euroliga, con Turkish Airlines fuera de la ecuación después de quince años, al Departamento de Cultura y Turismo de Abu Dabi y Etihad Airways. La Final Four, por cierto, volverá en 2027 y 2029 a ese Etihad Arena en el que sacó buena nota (organización, producto, envoltorio…). El acuerdo, una pata de esos lazos que ya se han demostrado más profundos, se cerró por 25 millones de euros al año. Cinco veces más de lo que desembolsaron antes otras ciudades organizadoras.
“Queremos llevar nuestra pasión por el baloncesto a otros mercados, y por eso estar en Dubái es perfecto. Aquí vive y viene gente de todo el mundo que podrá ver partidos de la Euroliga, compartir nuestros valores. Este acuerdo es un win/win, un match perfecto. Son los primeros pasos de lo que queremos que sean muchos. Y no solo es una cuestión de dinero. Es ampliar nuestras raíces, ayudar a que el baloncesto crezca aquí, a que se desarrolle su cantera… los chicos jóvenes ahora van a tener un equipo al que animar. Es un gran primer paso”, confirmó un Motiejunas que no descarta, porque no son pocos los que se hacen esa pregunta, que siga creciendo la competición con más equipos en Oriente Medio: “Por qué no, a nosotros nos encantan las buenas rivalidades, así que claro que podría haber otros equipos de esta zona del mundo en la Euroliga”. Si alguien quiere volver la vista hacia algún sitio, por si acaso, que la dirija hacia Abu Dabi. A una hora y media, o un poquito menos, en coche y con un proyecto de tren de alta velocidad que enlazará ambas ciudades en trayectos de treinta minutos.
Después, y en charla con AS, un CEO sometido a máxima presión por la alargadísima, y cada vez más concreta, sombra del desembarco de la NBA en Europa, dejó claro que no percibe como algo negativo que se difuminen más los límites geográficos de la Euroliga. De hecho, su discurso está ya situado en suavizar el mensaje y reforzar una identidad que no todos ven a salvo: “Sabemos que Oriente Medio es un mercado que puede crecer muchísimo, y eso no implica olvidar los que siguen siendo clave en Europa: siempre hablamos del Reino Unido, Francia, Alemania… No se trata de cambiar nuestros objetivos y poner el foco en otro lado, es más bien aumentar el número de focos. Hay que encontrar un equilibrio. No es que, si añadimos cuatro equipos nuevos, vayan a ser los cuatro de Oriente Medio. Faltan, por razones políticas, los equipos rusos; falta ahora también uno más de Alemania, podríamos tener uno en Reino Unido… así que no vamos a hablar de expansión y señalar solo a una parte del mapa sin tener en cuenta otras que también son cruciales. Pero no podemos cerrar las puertas a ese crecimiento”.
En todo caso, y con la certeza de que el escrutinio -de la curiosidad a la suspicacia- es inevitable, todas las partes dejaron claro en aquel kilómetro cero de su unión, en las torres Jumeirah, que esto ni pretender ser un experimento freak ni tiene vocación de traca muy cara, pensada para deslumbrar en el corto plazo y agotarse, con mucho ruido, a toda velocidad. El que más, un Kamenjasevic que llegó a Dubái en 2014 y se puso manos a la obra, prácticamente desde un lienzo en blanco: “Es como una película si se piensa en todo el trabajo que hemos hecho desde la nada, con la base de una academia para los chicos jóvenes… Esto no es un proyecto a corto plazo; es un viaje largo, un plan para mucho tiempo. Y una historia de película porque esas son las historias que se pueden escribir aquí, en Dubái”. Si 2014 fue el inicio, la primera piedra, 2020 propició el estirón crucial, el que había acabaría explicando todo lo que vino después, cuando Kamenjasevic conectó con Abdullah Al Naboodah, empresario y CEO del Dubai Multi Commodities Centre (DMCC) y, un dato que en esta historia es cualquier cosa menos anecdótico, un gran amante del baloncesto. Ahí, realmente, comenzó tomar forma lo que acabó siendo un equipo que en 2024 se puso a competir y en 2025 entró en la Euroliga.
Un escenario inédito en lo deportivo
Para eso, para jugar contra los mejores de Europa, la logística requiere (los mapas físicos no cambian) hacer cosas que rompen con el guion de lo que hasta ahora se consideraba lógico en el deporte europeo. Y eso incluye el equivalente a 22 días en el aire, un régimen de vuelos y desplazamientos que no se parece en nada que haya conocido hasta ahora la Euroliga. Desde Madrid, la chincheta más alejada de Dubái de todas las paradas de la competición, son más de 7.600 kilómetros. Casi 2.000 más que los que separan a la capital de España de Nueva York.
Kamenjasevic, que entra en este intríngulis sin perder un optimismo radiante, cuenta que han hablado con cuatro expertos en medicina deportiva para intentar saber si esos desplazamientos suyos, tan largos, es mejor hacerlos después de los partidos o a la mañana siguiente, con una noche de descanso en el cuerpo. En una muestra de hasta qué punto este diario de a bordo está por escribir, dos dijeron una cosa y los otros dos, la contraria. Todo lo que ya ha empezado a hacer el Dubai Basketball aportará unos datos que ahora mismo no existen. Las próximas evidencias llevarán escritos sus ensayos y sus errores. Es un equipo en un escaparate rodado de mirones, que tendrá que aprender a competir desde esa fórmula mientras busca puesto en playoffs sin pagar el peaje del debutante, un reto complicado pero cuya senda han enseñado en los últimos años Mónaco o París. Mientras, por el camino, lanza los dedos de la legitimidad en Europa y la llamada a una afición también en pañales, en crecimiento, en su casa.
La Euroliga era mucho más que la siguiente meta volante; un trampolín necesario, aunque en algunas cosas haya habido que poner el carro delante de los bueyes, para hacer crecer una base social que, todavía de forma modesta, ya ha arraigado en una ciudad cuya área metropolitana reúne a casi cuatro millones de personas y que se ha asentado entre las siete que más turistas recibe en todo el mundo: “Es importante dejar claro que somos únicos. No por ser un equipo nuevo, sino porque estamos en un escenario distinto al de cualquier otro. En el pabellón planteamos un espectáculo más parecido a lo que pueden ser los partidos en Estados Unidos, más americano. Pero en la pista nuestro estilo es europeo, con la pasión del baloncesto de la Euroliga. Esa mezcla es la que convierte a Dubái en único”, asegura un Kamenjasevic, que alarga el apretón de manos con su nuevo socio sin mirar hacia la NBA: “No hablamos de hipótesis, ahora la mejor competición de Europa es la Euroliga y por eso es con la que hemos firmado para los próximos cinco años”. Y que tiene claro que la fórmula es juego a la europea y show a la americana: “Queremos que nuestros partidos sean como los de los Knicks en Nueva York, ser una gran ciudad a la que llegan muchos turistas de todo el mundo que vienen a vernos al pabellón, conocen también otras cosas de la ciudad… en nuestras gradas habrá turistas y ciudadanos expatriados, pero también aficionados locales. Creo que podemos tener un ambiente espectacular, pero para eso también hace falta que el equipo sea competitivo”.
El cerebro detrás de todo el proyecto
Y en eso está un bosnio que hizo carrera en España y que ahora vive con los pies en los despachos y la mirada fija en la cancha. El Dubai Basketball tiene un pabellón espectacular, un Coca-Cola Arena de estilo y nivel NBA encajado, además, en el corazón de un distrito financiero definido por un skyline vertiginoso, con la vibración de uno de los puntos más vívidos del nuevo mundo. Que es también, por muy imponente que resulte, la de esos sueños del hipercapitalismo que tantos monstruos acaban produciendo.
Un entorno en el que, obviamente con un músculo financiero aplastante, se redimensiona una economía que ya va lanzada hacia un futuro menos dependiente de los combustibles fósiles. Allí, y a partir del impulso de los expatriados europeos y estadounidenses, los que ya llevan el baloncesto en su ADN, Kamenjasevic va recogiendo frutos de lo que empezó a sembrar hace once años, una visión en la que muchos no creían y que comenzó, cuenta, “un día de septiembre, en un parque y con solo dos niños”: “Ahora tenemos una academia de baloncesto con más de 600 chicos y chicas, jugamos la fase final de la última Euroliga Júnior (Next Gen Tournament)… Es el futuro que queremos, con jugadores de esa cantera en el equipo profesional. Y si son de aquí, de Dubái, mejor todavía. Porque todo es posible aquí; en Dubái decimos que el dinero no te da la visión, es la visión la que te hace ganar dinero”.
Con una energía contagiosa, explica su proyecto y confiesa que, ya metido en harina, está harto de hablar de legitimidad, de qué demonios hace un equipo de Oriente Medio en la Euroliga: “Está el equipo en macha, que hablen los hechos: nuestros jugadores, nuestra hospitalidad, nuestra pasión y nuestra profesionalidad. Esta es, seguramente, una de las mejores, y mayores, historias del baloncesto europeo de los últimos diez o veinte años. Durante los siete últimos he insistido y luchado para convencer a todo el mundo. Ya no tengo que convencer a nadie más, es el momento de los hechos. Ahora mucha gente se va a dar cuenta de lo que importante que es esto para el baloncesto europeo”.
El hecho es que, en un visto y no visto, el Dubai BC consiguió licencia para jugar la Liga Adriática (ABA), torneo nodriza del baloncesto balcánico con equipos de Bosnia, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Eslovenia. Entre ellos, dos de Euroliga como Partizán y Estrella Roja. En nueve meses el proyecto pasó de virtual a real y el 22 de septiembre del año pasado se estrenó en su pista contra, precisamente, un Estrella Roja que defendía título de campeón. En la víspera los operarios todavía se afanaban para adaptar y ajustar la cancha: “La prueba de que en Dubái suceden milagros”.
La primera temporada fue un éxito: 25-5 y semifinales en la ABA. Con Juric Golemac, un entrenador brillante y ahora renovado, y fichajes como el exNBA Davis Bertans, Klemen Prepelic y Kenan Kamenjas, que había sigo MVP de la ABA con el Buducnost. Después, llegó la licencia para entrar, con cierta estabilidad por ser para cinco años, en la Euroliga. ¿En mal momento porque asoma la NBA? Parece que no: “Cualquier otro partner que quiera entrar en el baloncesto europeo tiene que hacerlo con la Euroliga". Y con mucha ambición. El presupuesto en plantilla era la temporada pasada de 4,9 millones de dólares, el sexto de la ABA. Para esta es de unos 18,6 (16 de euros). Este verano han llegado nombres importantes como Dzanan Musa, Dwayne Bacon, Justin Anderson, McKinley Wirth IV, Filip Pretusev, Mfiondu Kabengele… Y desde los despachos se atiende a los jugadores que están siendo descartados estos días en la NBA. Por si acaso.
“No nos van a presionar los resultados solo para demostrar cuanto antes que somos un equipo legítimo. Esta es una historia de gente; de unión, de pasión, de visión. Y eso es lo que nos importa. Por lo demás, vamos a ser competitivos. Vamos a ir a cada partido a pelear y ganar. Muchos equipos querían a los jugadores que tenemos nosotros, pero nos hemos movido con previsión, visión y anticipación. Al 80% los fichamos el año pasado, durante la competición, cuando ni sabíamos que íbamos a jugar la Euroliga. Asumimos un riesgo muy grande y los jugadores vinieron porque confiaban en el proyecto, en nosotros. Mucha gente pensará que vinieron por dinero. Pero ningún jugador de estas características viene aquí solo por dinero y pensando que solo va a jugar la Eurocup. Los convencimos con un proyecto, con una visión, explicando lo que tenemos aquí”.
Un pulso estratégico trascendental
En el Dubái BC, si se echa un vistazo a las entrañas del equipo, todo huele a nuevo. A ilusión y oportunidad. Es obvio que la estructura está en proceso y que se apenas se ha cruzado el extraño, para muchos hombres de negocios, umbral que separa a las organizaciones deportivas de cualquier otro entramado empresarial. Hay riesgos, pero el pesimismo que podría invitar a pensar en un futuro fallido se disuelve con facilidad bajo la silueta imposible del Burj Khalifa y sus imposibles 828 metros. El tótem de este rincón tan particular del mundo, también de sus contradicciones y lugares oscuros, pero una invitación a soñar con posibilidades infinitas en un equipo que trabaja entre la novedad y la tradición. Que intenta hacer cosas a su manera sin olvidar que muchas no tienen más formato que el clásico, el que exprimen desde hace décadas los mastodontes del baloncesto europeo que ahora son, tan de repente, sus rivales.
La historia, desde dentro y en lo más puramente deportivo, es bonita de contar. Sus protagonistas trabajan con cariño, dedicación y un libro de instrucciones que van escribiendo según avanzan. En un nivel tan alto del deporte profesional como el baloncesto de Euroliga, parece imposible encontrarse, con todos sus cabos por atar, una historia recién estrenada que parece perseguir la tradición con el mismo ímpetu con el que huye de ella para construir su identidad. Y que, en cuanto se dan unos cuantos pasos fuera de las triplas del Coca-Cola Arena, al otro lado de la sala de máquinas, obliga a seguir el rastro del dinero. Y, aunque ambas cosas están profundamente unidas, de una geopolítica del baloncesto en un momento crucial, un camina o revienta en los niveles más altos de estrategia.
Porque parece obvio que detrás del equipo de Dubái crujen los engranajes que impulsan los movimientos de la Euroliga en unos Emiratos Árabes que son tablero de tantas partidas de Stratego en el deporte mundial. Justo ahora, hace unos días, un artículo de Brian Windhorst (uno de los pesos pesados de ESPN) conecta este nuevo proyecto con, imposible no hacerlo, la batalla por el alma del baloncesto europeo que libran la Euroliga y una NBA que lleva a FIBA de la mano. El rastro del dinero: James Dolan, el particular y muchas veces polémico propietario de los Knicks, choca con el comisionado Adam Silver en cuestión de política interior (es uno de los que ha paralizado la expansión de la NBA a 32 equipos), pero se coge de su brazo para viajar a los amistosos de Abu Dabi, ya un clásico de nuevo cuño en la pretemporada y un donde dije digo, digo Diego que ha evidenciado la brecha que se ha abierto con China, hasta hace unos años el gran socio estratégico. Uno que, en todo caso, también obligaba a una buena sesión de gimnasia diplomática para avanzar donde los valores no coinciden, no en todo, con los que la NBA expresa. Al menos, ejem, como marca.
La NBA cogió carrerilla, en gran parte, por venderse como la liga más liberal de América, la más preocupada por su perfil social y más conectada con el retrato robot de la nueva inyección de aficionados que impulsó esta edad de oro (al menos en lo económico) en la que la liga lleva metida una década sin que nada le haya afectado. Ni los eternos debates en redes sobre el nivel de juego y la caída -o no tanto- de las audiencias ni eventos trágicos para muchos otros sectores como la pandemia de 2020. Pero es, al fin y al cabo, una empresa capitalista con un comisionado que representa a treinta equipos que quieren, como metal última, ganar dinero. A veces, como en la burbuja de Florida, eso marida de maravilla con un determinado posicionamiento político. Otras, no. Pero se avanza en todos los frentes, casi siempre en paralelo y por muy incongruente que a veces resulte. La puerta que se ha abierto al profundamente tóxico mundo de las apuestas es mucho más que un precedente peligroso: es la prueba de cuáles son los objetivos y dónde están las lealtades cuando no queda más remedio.
El reverso de este discurso siempre conduce a esa línea no siempre fina que separa los dos lados del debate: con las apuestas, Silver insiste en que si van a existir, es mejor que asciendan al nivel público y se gestionen desde la legalidad. La que, mira tú por dónde, permite a la propia NBA dar un bocado enorme a los muchísimos millones que genera mientras provoca, en paralelo, su propia crisis social y de salud mental.
En Abu Dabi, otro caso de dos reversos de una moneda (uno de ellos muy incómodo), si las organizaciones no gubernamentales insisten en la situación poco saludable de los derechos humanos, especialmente en lo que se refiere a las mujeres, el comisionado responde con la mirada voluntarista: “Creo que compartimos con sus líderes la fe en el poder del deporte. No vemos en el mundo muchas cosas con la misma capacidad de generar empatía, comprensión mutua y entendimiento. Por ejemplo, a mucha gente fuera de Oriente Medio le sorprendería que en las canteras y programas de formación de baloncesto hay el mismo número de chicos que de chicas. Y ahí se enseñan valores universales como el respecto, la disciplina, el esfuerzo, el trabajo en equipo, la empatía... son valores fundamentales que compartimos. Y en estos tiempos en los que hay tantas cosas que nos dividen, es bueno ver que también podemos poner el foco en las que nos unen”. La realidad de estas palabras recogidas en el artículo de Windhorst, aunque por eso mismo obliguen a una mirada en profundidad a cada caso concreto, es que es un obviamente buen mensaje que encierra también, muchas veces, hipocresía y conveniencia. El filo es más o menos fino según el caso.
Knicks, Lakers, Catar, NBA Europa...
Los Knicks lucen “experience Abu Dhabi” como logo en el parche publicitario de su camiseta mientras la NBA afianza sus acuerdos con el emirato: más pretemporada, más infraestructuras a través de sus academias de cantera y ahora, seguramente el quid de una cuestión fundamental, una posible inversión en la próxima NBA Europa que no se hará, según Windhorst, con equipo de Oriente Medio sino, como en el modelo fútbol, con (mucho) dinero redirigido hacia el Vejo Continente (Catar con el PSG, Abu Dabi con el City…).
Dolan, en paralelo y mientras las canteras se llenan de niños y niñas, cierra el acuerdo construcción de una esfera al estilo de (The Sphere) la que su entramado empresarial diseñó en Las Vegas, por ahora una catarata de pérdidas que quedarán absorbidas por un proyecto que durante años ha chocado con trabas legales en Londres. Finalmente, solo había que apuntar al lugar correcto del mapa. Así funcionan las cosas, en lo que toca a la NBA de la mano de Mohamed Khalifa Al Mubarak, una figura clave para la llegada del deporte, y sobre todo de un baloncesto que es su pasión, a Abu Dabi. Su vehículo, un Departamento de Cultura y Turismo (DCT) que es también el patrocinador principal de la Euroliga para, al menos, esta temporada y tres más. Así que la Euroliga amarra a Dubái mientras la NBA habla con Catar y ambos universos profundizan en sus vías de negocio en Abu Dabi. Allí, en el Etihad Arena, se han jugado en los últimos meses tanto la Final Four que ganó el Fenerbahçe como partidos de pretemporada de la NBA. Si eso puede ejercer de facilitador, entre bastidores, para que ambas estructuras caminen de la mano en esa dichosa competición futura es algo ahora imposible de saber. Una píldora para voluntaristas.
Silver quiere que su competición en Europa esté en marcha en 2027, veremos si caminando con la Euroliga o en paralelo a ella: un previsible desastre como mínimo para una de las partes, posiblemente para las dos. Y habla de los Emiratos Árabes como un “inversor de ensueño” por la estabilidad y la capacidad organizativa, y desde luego económica, que ha mostrado con el fútbol: Abu Dabi inyectó una montaña de dinero para convertir en una historia monumental al Manchester City, y ahora la NBA se plantea poner un equipo en esta ciudad para su competición europea. La misma en la que ha llevado por primera vez su programa Basketball without Borders o con la que negocia un partido de regular season de su gran liga, la estadounidense. Que es la que genera unos contratos televisivos monstruosos (los últimos, 76.000 millones de dólares por once años) a los que parece imposible acercarse ni en lo más remoto, prácticamente ni a las migajas, en una competición europea con el sello NBA pero finalmente separada de la matriz, la que tiene a Lakers, Warriors, Knicks y todos los demás. Esa es, ahora mismo entre el salto de fe y las tablas de Excel, la gran discusión sobre la mesa. Cuánto más se puede crecer y cómo.
En todo caso, nadie da puntada sin hilo y con acuerdos como esos que avanzan con el entorno Manchester/Abu Dabi, o las conversaciones con el PSG de dinero catarí que en paralelo hace negocios con Kevin Durant, una figura trascendental en la NBA, parecen más cercanos los cientos de millones que al comisionado le gustaría sacar de cada nuevo equipo interesado en entrar en su competición a estrenar. Tal vez, en menos de dos años.
Parece obvio que ese envite de la NBA ha acelerado el movimiento de fichas también por parte de la Euroliga. Otra vez, y en más datos del muy interesante artículo de Windhorst, el rastro del dinero: uno de los tentáculos de los fondos soberanos de inversión de Abu Dabi, Mubadala Capital, metió 10.000 millones en TWG Global, el paraguas inversor que lidera Mark Walter, el multimillonario que está en proceso de comprar los Lakers, una de las operaciones más importantes de la historia del deporte mundial, por una valoración de… unos 10.000 millones que, parece, finalmente acabarán siendo más. Catar, en el juego de los fondos soberanos de inversión, estiró su influencia con la compra del 5% de Washington Wizards a través de su Investment Authority. Tendrá, además, el Mundial de baloncesto en 2027… y esa opción del Paris Saint Germain en la NBA Europa a través de Qatar Sports Investments. Los caminos se abren de par en par, desde los más movimientos más finos entre bastidores a los grandes anuncios con cacareo mediático. Y la NBA, mientras, va recogiendo el guante de ese nuevo mundo en sus convenios colectivos. Según el último, los fondos soberanos de inversión, el gran elefante en todas las habitaciones en las que ahora se mueven los billetes a gran escala del deporte mundial, todavía no pueden ser propietarios principales de una franquicia pero sí hacerse, ya, con hasta un 20% de ellas.
Así que tenemos una mezcla muy compleja de narrativas, negociaciones, pulsos, discursos públicos, manejos privados, cuestiones éticas, confluencia o distancia de intereses... y la certeza de que el sonido del dinero que resuena desde Oriente Medio va a jugar, ya lo está jugando, un papel crucial en la redefinición que, parece inevitable, va a vivir el baloncesto europeo en el próximo lustro. La Euroliga entendió que tenía que estar en ese escenario, y está.
El Dubai BC, mientras, se sacude el sambenito de peón en esa trascendental partida, o al menos intenta no pensar en eso. Dentro, en los pasillos de ese Coca-Cola Arena construido a la americana, por los que uno se pierde como en muchos de los gigantescos pabellones de la NBA, se intenta, que bastante es, poner el foco solo en competir en esta tremenda Euroliga, una competición excelente, esto casi nadie lo pone en duda, en lo puramente deportivo. De avión en avión, con una pechada de kilómetros nunca vista en el baloncesto europeo y con el objetivo de que los cánticos de “Yalla Dubai” resuenen cada vez más fuerte, y desde más gargantas, en una grada que querría abrir en un futuro no muy lejano el anillo superior, el que descorcha una capacidad completa que llega a 18.000 espectadores. Ahora, acuden a los partidos una media de entre 6.000 y 7.000. Un buen inicio para los que están ahí dentro y que forman, todavía con un buen montón de cosas por estrenar y entre tantos matices, asteriscos, narrativas y suspicacias, solo eso: un equipo nuevo de baloncesto.
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