Pedro Ferrándiz ficha a un ‘globetrotter’
Una sugerencia a Pedro Ferrándiz le llevó a conocer a Wayne Hightower. Un portorriqueño le hizo de intérprete y se hizo la magia.
A principios de los años sesenta, Santiago Bernabéu presentía que su glorioso equipo de fútbol se iba haciendo viejo y que inevitablemente perdería la hegemonía en Europa. Así que escuchó el consejo de Raimundo Saporta, que siempre sabía mirar unos años por delante. Sin demasiada inversión y ganando a los demás por la mano, se podía hacer un equipo campeón de Europa en baloncesto, que mantuviera en lo más alto el nombre del club. Saporta contaba además para eso con un técnico joven y audaz, quizá extremadamente audaz, llamado Pedro Ferrándiz. Le había confiado el equipo al final de una catastrófica campaña en la 58-59 y, tras una agresiva política de bajas y contrataciones, había hecho doblete de Liga y Copa en la 59-60 y 60-61. La segunda de las temporadas, había llegado incluso a la semifinal de la Copa de Europa, creación del propio Saporta. Ahí estaban ya los Emiliano, Sevillano y Sainz, y hasta un buen americano, Montgomery, traído de Trieste, pero Ferrándiz quería algo más. Pidió carta blanca a Saporta para hacer una contratación sensacional. Saporta se la dio. La tele asomaba ya en los hogares y era tentador meter en todas las casas de España un poco más de Real Madrid, ahora empaquetado en forma de baloncesto.
Y Ferrándiz se fue a Estados Unidos, en busca de no sabía qué. Se echó al bolsillo una insignia de oro y brillantes del club, por si le podía abrir alguna puerta. Como no sabía inglés ni tenía contactos allí se hizo acompañar de Carlos Pardo, célebre periodista barcelonés de la época (corresponsal en España de L’Equipe, entre otras cosas) y con grandes contactos en todas partes. Era, además de periodista, organizador de eventos deportivos. Trajo a España espectáculos tales como los Seis Días de Madrid, el Hollyday on Ice o los Globetrotters, que entonces causaban sensación.
Se dirigieron a Filadelfia, donde se iba a celebrar el gran encuentro anual de la NBA, que incluía una cena en homenaje a Bob Cousy, el mítico base de los Boston Celtics. Carlos Pardo tenía amistad con Eddie Gottlieb, propietario de los Warriors de Filadelfia, un supermillonario que vivía en un apartamento de 40 metros cuadrados. A Gottlieb le hizo gracia el afán de ese joven entrenador español y decidió colarle, junto a Carlos Pardo, en la cena oficial. Allí, ni corto ni perezoso, Ferrándiz solicitó el honor de imponerle a Bob Cousy la medalla de oro y brillantes del Real Madrid, afamado club de fútbol y baloncesto de España. La organización no puso pega y llegado el momento se anunció en el micrófono al spanish coach Pedro Ferrándiz, que subió al estrado y le puso la insignia a Cousy, que por supuesto no sabía qué era el Real Madrid ni a qué venía aquello.
Gottlieb, cada vez más divertido, decidió ayudarle con una buena sugerencia. “Está en la ciudad un buen jugador llamado Wayne Hightower, que no puede entrar en la NBA porque le faltan notas en su universidad. Alto, 2,03. Te puede interesar. Me parece que se ha comprometido con los Globetrotters. Lo que no sé es si ha firmado ya o no”. Lo de los Globetrotters le puso como una moto. Se movió por allí, se hizo con el teléfono y a la mañana siguiente estaba llamando a la puerta de un apartamento en las afueras.
Por suerte, Hightower vivía con un puertorriqueño que hizo de intérprete. En dos horas, Ferrándiz ya había convencido al jugador con una oferta de cinco mil dólares plasmada en un contrato que llevaba preparado, a falta de nombre y cantidad. Tuvo incluso la ocurrencia de bajar a la calle con un balón y colarse juntos en un imponente Cadillac descapotable para que el amigo puertorriqueño les hiciera una foto que luego utilizaría en España profusamente para agitar el fichaje.
Y se volvió con Hightower, tan feliz. Al poco de llegar, el Madrid jugó un torneo internacional en París, que ganó con una portentosa exhibición del flamante fichaje, 38 puntos en el primer tiempo, 56 en el partido completo. L’Equipe se desbordó en elogios y Saporta presumía orgulloso ante Bernabéu del vuelo que cogía la sección.
Pero en esas llegó una carta a las oficinas del Madrid, en la Calle Valenzuela, dirigida al mismísimo Bernabéu y firmada por Abe Saperstein, el propietario de los Globetrotters, en la que en tono indignado acusaba al Madrid de un acto de piratería internacional y anunciaba que si el funcionario del club que lo había perpetrado en persona, el que había dicho ser y llamarse Pedro Ferrándiz, volvía a poner pie en Estados Unidos, sería inmediatamente detenido en el primer aeropuerto que pisase. Bernabéu, tan cuidadoso de la imagen del Madrid, llamó a Saporta y Ferrándiz. Que le escucharon temblando:
- Esto lo han hecho ustedes y tienen que arreglarlo ustedes.
A continuación, Saporta se retiró a su despacho con Ferrándiz, que le escuchó temblando:
- Esto lo ha hecho usted y tiene que arreglarlo usted.
Y a Ferrándiz no se le ocurrió otra cosa que coger el toro por los cuernos: voló a Nueva York, donde comprobó con alivio que no le detenían en el aeropuerto, fue a Filadelfia, se presentó en el apartamento de Gottlieb y le mostró una copia de la carta. Gottlieb, que le había cogido verdadera simpatía, llamó a Saperstein para provocar un encuentro de disculpas. Ferrándiz acudió temblando, pero a Saperstein se le había pasado la ira, se había desahogado con la carta y la intervención de Gottlieb había acabado de aplacarle. Le tomó también cariño a ese muchacho que luchaba por implantar un deporte tan americano en la vieja Europa. Rompió la copia de la carta e invitó a ambos a pescar en una propiedad suya en Vermont.
A los cuatro días de partir regresó Ferrándiz y se presentó a Saporta:
- ¿Qué ha pasado?
- Nada, fui a pescar con Saperstein y ya está todo arreglado.
Con Hightower, el Madrid repitió el doblete español y llegó a su primera final de la Copa de Europa. Fue en el curso de ese campeonato cuando Ferrándiz inventó la autocanasta, pasar salir de un apuro en Varese. La final la perdió el Madrid, en Ginebra, ante el Dinamo de Tbilisi. Resuelto su problema de notas, pudo por fin entrar en la NBA, a través de la franquicia de San Francisco.
Pero su sensacional aportación había contribuido al lanzamiento del Real Madrid de baloncesto que Ferrándiz pretendía. Y para el curso siguiente incorporaría otro americano de 2,03 que iba a durar más tiempo: Clifford Luyk. Con él llegarían las Copas de Europa.
(Este artículo fue publicado por primera vez en el blog Memorias En Blanco y Negro, de EL PAÍS, el 4 de noviembre de 2012)