En las buenas y en las malas
Nacho Llovet es el único superviviente del MoraBanc Andorra que descendió, jugó en LEB y ascendió la temporada pasada. Este domingo, ante el Madrid (12:30, ‘M+D’).
La vida da muchas vueltas. Y si no, que se lo pregunten a Nacho Llovet. El ala-pívot (32 años y 2,02 m) aterrizó en el verano de 2019 en un MoraBanc Andorra que se comía el mundo, convertido en uno de los nuevos nobles de la ACB con presencia en Europa (Eurocup) y siempre con un pie dentro y otro fuera de la Copa y del playoff por el título. Un club asentado en la élite, molesto para los grandes y poco accesible para la clase media-baja de la ACB. Todo iba rodado… hasta que en la temporada 2021-22 se desató lo inimaginable: el descenso.
“Las cosas empiezan a ir mal desde el principio, pero no eres consciente. Piensas que ya se remontará, que no pasa nada. Pero es a partir de enero-febrero cuando comienzas a decir ‘ojo, que ya no es un bache de un mes o dos, que llevamos media Liga y estamos en una posición delicada, no hagamos el tonto”, recuerda para AS Llovet sobre el curso maldito en el que el Andorra desciende a Segunda nueve años después de su ascenso. Una campaña rara en la que ganan al Madrid, su rival este domingo (12:30 horas, M Plus y M+D), en el WiZink Center con solo nueve jugadores en rotación y alcanzan las semifinales de la Eurocup: se quedaron a tan solo dos victorias de clasificarse para la Euroliga. “En Europa estábamos compitiendo superbién y ganando muchos partidos. Nos distrajo un poco y no nos dejó ser lo suficientemente conscientes de que teníamos una situación muy delicada”.
El descenso se produjo en la última jornada ante el Lenovo Tenerife con una canasta en el último segundo de Shermadini y tras cosechar tres victorias en las cuatro jornadas previas: Burgos, el otro noble que cayó a la LEB ese año, Fuenlabrada y Casademont en Zaragoza. “Fue un jarro de agua fría”, recuerda el canterano del Joventut. “Quedando casi un mes, había ya un run-run muy grande de que ya estábamos descendidos prácticamente, que estaba la cosa muy complicada. Entonces, empezamos a ganar, a competir. El final fue muy cruel porque lo tuvimos ahí, porque fue en casa, delante de nuestra gente y porque fue un tiro sobre la bocina. Son muchas cosas que son casi de película”.
“Fue la primera vez en mi carrera que no dormía bien, que no descansaba. El tema deportivo me afectó en lo personal, que no me había pasado nunca. Fueron muchas emociones, muy duro”, continúa el catalán, que a pesar de bajar decidió quedarse en un club en el que se había “sentido querido y respetado”, un sitio en el que estaba “a gusto, feliz, valorado”. El reto, la LEB y regresar a la Liga Endesa. Fue el único superviviente de un equipo que esa temporada tuvo tres entrenadores, Ibon Navarro, David Eudal (“su dimisión fue un golpe moral enorme porque lo hizo por amor al club y porque creyó que tenía que hacerlo por ayudar al Andorra”) y Óscar Quintana, y 17 jugadores.
¿Por qué tomó esa decisión? “Valía la pena el riesgo y luchar un poquito por lo que quieres”. Pero no fue inmediato. Hubo dudas. ¿Cómo no iban a existir tras 12 temporadas en la Liga Endesa? El peligro de salirse de la rueda de la élite estaba ahí: “Quedarte en LEB y no subir, seguramente me habría convertido en un jugador de LEB para lo que restaba de mi carrera”. ¿Cómo no iba a haberlas si se quedaba solo en el vestuario? “Me doy cuenta de eso y me entran dudas de ‘hostia, quizá esté haciendo una locura’. Creo que es lo normal, pero el tiempo al final me ha dado la razón y, de hecho, en los meses siguientes hablé con excompañeros y alguno me dijo que quizá debería haberse quedado”.
¿Cómo no iba a tenerlas tras haberla “liado muy fuerte”? “El club habló con un núcleo de jugadoras que quería que siguiera. Hubo unas semanas de calmar la cabeza, un periodo de descanso. Y le das vueltas y dices ‘¿por qué no?’ Era arriesgado, pero de la misma forma que el club confiaba en mí y me lo transmitió, yo también tuve una conversación muy honesta con ellos, en la que dije que me quedaba, pero necesitaba su palabra de que el proyecto iría en serio, de que no habría medias tintas: tuve que confiar en la apuesta que quería hacer el club”, prosigue el seis veces internacional con España (Ventanas de clasificación para el Mundial 2019 y Eurobasket 2022).
Y el club “cumplió con creces” con un equipo que arrolló en la LEB con 30 victorias en 34 jornadas. Ascenso directo tras estar 25 jornadas primero, incluidas las 13 últimas. Tan solo el Zunder Palencia pudo aguantar el ritmo con 27 triunfos. Los castellanos fueron los únicos (sin contar al Albacete en el fin de semana inaugural) que le arrebató durante ocho jornadas el liderato al MoraBanc: “Tuvimos una presión muy grande por su parte, nos exigieron ser mejores, pero te vas oliendo que éramos un equipo campeón para ganarlo todo”. “Fue de las temporadas más divertidas de mi carrera, quién me lo iba a decir”, comenta entre risas Llovet. “La disfruté un montón. Ganar en el deporte lo es casi todo y para la mayoría de los clubes de la ACB vencer la mitad de lo que juegas ya es un temporadón. Y nosotros ganamos prácticamente el 90% de los partidos. Fue una alegría constante”.
Y tras la tristeza del descenso, la alegría por retornar: “Fue más un alivio. Un, vale, hemos conseguido el objetivo y hemos cumplido con lo que queríamos hacer y para lo que estábamos aquí”. Y de quedarse solo, a disputar este curso la Liga Endesa junto a otros siete compañeros de la LEB: “Hay confianza porque las cosas salieron bien y porque hay un compromiso por parte del club con los jugadores que vienen de que se quedarían si ascendíamos. Y el Andorra lo cumple”. Un viaje de ida y vuelta en la que solo ha existido una constante: Nacho Llovet. En las buenas y en las malas.
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