NBA | BLAZERS 107 - LAKERS 105

Los Lakers tocan fondo... o no

Bochorno en Portland, esta vez sin Westbrook, contra unos Blazers totalmente en cuadro y en pleno proceso de tanking. Fracaso absoluto y poco que hacer ante el cierre de mercado.

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No hay fondo cuando sigues cavando, cuando cada vez eres peor, cuando no hay nada lo suficientemente malo contra lo que estés vacunado. Nada: porque lo mereces. Decía James Worthy en la retransmisión de Spectrum para Los Ángeles que este partido de Portland había marcado el “punto más bajo para los Lakers en años”. Y Magic Johnson tuiteó tras el partido esto: "Despues de esta derrota estoy mudo, no hay palabras que definan cómo me siento". La situación es tan terrible, tan de pesadilla, tan mutada de dramática a cómica, que ni siquiera es fácil discernir si es una de las tres peores derrotas de los Lakers… solo en esta temporada. Y desde luego lo más fácil es apostar a que vendrán peores, a que este póster de la disfunción, la infelicidad colectiva y la desvergüenza competitiva será superado, tal vez en el próximo partido. O en cualquier momento de las próximas semanas. Por qué no. No hay fondo cuando te empeñas en cavar y cavar y cavar

Los Lakers perdieron en Portland (107-105) contra unos Trail Blazers que venían de seis derrotas seguidas y ocho en nueve partidos. Que están sin Lillard y que han traspasado a Powell, Nance, Covington, CJ McCollum… que tienen un equipo con trazos de G League más allá de Jusuf Nurkic, el emergente y brillante Anfernee Simons y un lote de esforzados jornaleros (CJ Elleby, Keljin Blevins…) y outsiders (McLemore, Dennis Smith, Justise Winslow…). Tan improbable y tan increíble (o no) como pueda sonar, eso basta hoy en día contra estos Lakers. Los Blazers, en pleno tanking y con más ganas (al menos en los despachos) de perder que de ganar, se impusieron a un rival tan necesitado que puso a LeBron James en back to back y pese a sus molestias de rodilla. Y que no tuvo la escapatoria de Russell Westbrook, que se perdió su primer partido del curso por problemas de espalda. Reales, en teoría, aunque veremos si convenientes en el día en el que se cierra el mercado.

Qué harán los Lakers en las próximas horas es difícil de saber. En la NBA todo puede ser, no hay nada literalmente imposible. Pero sí hay cosas casi imposibles. Una de ellas, que estos Lakers sean un equipo digno, no digamos ya un aspirante, palabra que ahora mismo no merece ni ser escrita. Quizá sea una tarde para dejar la vida pasar, para rumiar la derrota y para pensar en el verano: cómo colocar a Westbrook, quién poner en el banquillo, cómo coser lo que se ha roto de una forma tan obvia, tan bizarra, tan dantesca. Un error gigantesco y sostenido de Rob Pelinka, una serie de malas decisiones en las que influyó de forma obvia LeBron James y un pésimo trabajo de Frank Vogel, que ni es el responsable principal ni tiene un equipo que hable su idioma en pista… ni está haciendo por su parte un buen trabajo, con ese espantapájaros al lado que responde al nombre de David Fizdale.

El partido fue horrible, espantoso. Una muestra de lo poco que tienen los Blazers, que venían de perder por 18 en cada una noche antes contra Orlando Magic. Nada menos. Pero si tu rival te deja coger 11 rebotes de ataque (11-3), falla más tiros libres de los que mete (6/13) y regala 21 bolas para darte 28 puntos (8-28), no tienes más remedio que ganarle. Aunque sea por inercia. El peor (no tiró a canasta en el último cuarto) Anthony Davis desde su regreso (probablemente) fue superado por Nurkic, y el talento de Simons se abrió paso en la segunda parte (29 puntos, 5 asistencias). El base anotó los dos triples definitivos en un final (desde el 97-98) en el que nadie parecía querer ganar. Los Blazers no sabían, los Lakers no podían. Un espanto que cayó del lado del menos malo. Esa fórmula hará que los de Oregón pierdan casi siempre. Pero no siempre: si están enfrente los Lakers, ellos se encargarán de que acabes siendo el menos malo.

Es cuestión de aguantar en el partido, cosa que estos Blazers B hicieron sin problemas pese a que los Lakers tuvieron un buen tramo en el tiro, sobre todo en el segundo cuarto (47-56 en el inicio del tercero). Pero la defensa angelina es un bochorno, un agujero negro, una nada tan nada que parece algo. Los Blazers anotaron 81 puntos en los tres últimos cuartos, 31 en el último. Y ganaron entre pérdidas y errores de los Lakers, que jugaron un primer cuarto espantoso y un último circense, absolutamente dantesco, un primor del vodevil.

LeBron James acabó con 30+7+7 pero también con 6 pérdidas, algunas francamente estúpidas, molestias de rodilla y un pésimo lenguaje corporal en un equipo que hace mucho que no se divierte, que no tiene química, para el que cada minuto en una pista de baloncesto es un trabajo molesto, ir a fichar al curro mientras piensas en la hora de salida, en que llegue el momento de desconectar. En cuanto Monk no tiene el día, no hay mucho más. Y esta vez tampoco se puede culpar a Westbrook, así que hasta ese culebrón quedó desactivado. Porque la realidad es que los problemas van más allá, mucho-más-allá. Hasta donde se extiende la vista, hasta el límite de la lógica. Porque al final es cuestión de eso, de lógica pura: los Lakers son un pésimo, penoso, lamentable y tristísimo equipo de baloncesto. Y pierden y pierden porque es lo normal. Porque son un pésimo, penoso, lamentable y tristísimo equipo de baloncesto. Uno que en Portland avergonzó a James Worthy y Magic Johnson, a todos sus seguidores y a la entraña de su propia historia. Sin baloncesto, sin orgullo, sin ideas, sin defensa y desde luego sin alma. Podría parecer el fondo del abismo pero si hay que apostar, parece más seguro hacerlo porque vendrán noches todavía peores. Seguro.