ENTREVISTA
Ferrándiz: "Este Madrid es capaz de no perder en toda la Liga"
Pedro Ferrándiz ganó 12 Ligas, 11 Copas y 4 Copas de Europa. Recuerda su gloriosa historia y alaba al actual Madrid, que ha batido un récord suyo con 25 triunfos seguidos.
—Usted se retiró en 1975, con sólo 46 años, porque decía que los títulos le salían por las orejas. Siempre ha presumido de éxitos. ¿Le ha afectado que el actual Madrid haya batido su récord, el del mejor inicio en una temporada?
—No. Estoy encantado de que lo haya superado, aunque no lo crea. Y el Madrid debe considerarlo como un incremento de la riqueza de su patrimonio histórico al tratarse de un suceso dentro del club. No sería lo mismo en otra entidad.
—Pero el propio Pablo Laso le ha restado trascendencia en público.
—Esa fue una estrategia inteligente de Pablo antes de que se produjera el hecho. Él y sus jugadores eran conscientes de su importancia histórica y simplemente estaban locos por conseguirlo, lo que acredita su actual estado de ambición.
—¿Cree que Laso alcanzará algún día el reconocimiento que usted ha tenido?
—Si sigue por este camino, sin duda. Aunque igualar mis títulos (12 Ligas, 11 Copas y 4 Copas de Europa) le resultará un poco más difícil que la racha de victorias actual.
—El éxito de Laso ha sido inopinado, nadie lo aventuraba.
—Sí, señor, un éxito clamoroso, pero una parte de ese éxito se debe a que antes fue jugador del Madrid y eso le sirvió de escuela para entender lo que es la casa. En los últimos años han pasado por la entidad algunos de los mejores entrenadores de Europa, pero la mayoría no entendió el funcionamiento del club. Y, además, eran unos pelmazos por el juego que proponían. Tenía una confianza ciega en Messina, pero quedé algo decepcionado. En 1995, cuando era directivo, ganamos la Copa de Europa con Obradovic. Fue un gran éxito, pero no recuerdo una final peor en toda mi vida, horrorosa. El triunfo lo borra todo. Ahora creo que se está jugando un poquito mejor porque el Madrid lo ha dispuesto así. Y el resto de equipos tendrá que adaptarse o no podrán vencerle.
—Siempre ha sido un visionario, ¿qué futuro le intuye al baloncesto del Real Madrid?
—Con la estructura actual, bien dirigido por Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros, al que también fiché como jugador, y con Pablo Laso en el banquillo, veo una base firme y perdurable en el tiempo. Tal y como anda el equipo es capaz de ganar todos los partidos de la Liga, aunque hace unos meses eso me hubiera parecido imposible. Quizá pueda pasarle factura haber empezado muy fuerte, pero tiene un fondo de armario tan bestial que se puede permitir el lujo de que algunos jugadores clave atraviesen un bache y no ver mermadas sus posibilidades.
—Y a su favor cuenta con el Palacio de Deportes. Usted dirigió al equipo en el frontón Fiesta Alegre y luego en la Ciudad Deportiva...
—No hay comparación posible. El domingo estuve en el Clásico y me emocioné viendo a 13.000 personas aplaudiendo al Real Madrid, se me pusieron los pelos de punta, algo increíble. El baloncesto tiene tirón, pero la gente lo que quiere ver es un buen equipo y un juego atractivo. Sin embargo, a pesar de todo lo que ha pasado y lo que se ha dicho en los últimos años, jamás ha habido un presidente que haya siquiera considerado suprimir la sección de baloncesto, y eso que a algunos el baloncesto les traía totalmente sin cuidado. Todos han asegurado que la sección era inaguantable por el déficit económico, pero luego la han apoyado.
—Su época de éxito como entrenador del Madrid, la de las Copas de Europa de las décadas de los sesenta y los setenta, coincidió con un bajón del equipo de fútbol. ¿Cómo se vivió eso en el club?
—Recuerdo una vez que iba al estadio y por la calle la gente empezó a decirme que tenía que ocupar el puesto de Miguel Muñoz, entonces entrenador de la primera plantilla de fútbol. Así estaba el ambiente, el baloncesto triunfaba y el fútbol bajaba su rendimiento. Para el Madrid fue muy beneficioso a efectos de prestigio.
—¿Era cierto que en el equipo de fútbol les llamaban ‘los niños bonitos de Saporta’?
—Algo de eso había, desde luego. Decían que el dinero que se llevaban para el baloncesto no iba para el fútbol. Había gente reacia, el mismo Miguel Muñoz. Pero el respeto era total. Algunos jugadores confraternizaban entre ellos, a Luyk llegaron a sacarle de tabernas para que conociera la gastronomía. En general, había empatía, pero también existió alguna tirantez, quizá menos por parte de los jugadores y más por el lado de entrenadores y directivos... Nada grave en cualquier caso.
—¿Cómo de costoso era el baloncesto? ¿Cuánto le pagaba a usted el club, por ejemplo?
—La sección no suponía un gran gasto, mi primer sueldo durante mucho tiempo fueron 60.000 pesetas al año y fiché a Emiliano por 100.000. A Sevillano, por ejemplo, nos lo trajimos por una docena de balones del Maristas.
—Retrocedamos más en el tiempo, hasta sus inicios. Descubrió el baloncesto en su ciudad natal, Alicante, y luego se fue a la aventura a Madrid. ¿Cómo recuerda aquella etapa en la década de los 50?
—Llegué a Madrid sin oficio ni beneficio. Era empleado de Sindicatos y me trasladé a la capital sin tener nada fijo. Me presenté en Educación y Descanso y el jefe de deportes, Manolo Martínez (campeón de natación), me preguntó si me gustaba el fútbol. Le dije que no y me respondió: ‘Pues mañana vienes a trabajar conmigo’. Y así empecé. Luego conocí a Raimundo Saporta (entonces tesorero del Madrid y luego vicepresidente; siempre pieza clave del baloncesto) y me dio una oportunidad. El primer año trabajé organizando un torneo de niños, pero cuando un día se marchó de la cantera Pepito Garrido, técnico y exjugador, Saporta me llamó y me preguntó si quería hacerme cargo del infantil y del juvenil. Quedamos campeones de Castilla y de España y ahí empezó mi carrera.
—¿Cómo se formó?
—No llegué del todo en ayunas a Madrid. Mi ambición al trasladarme a la capital era dirigir un equipo de baloncesto, lo que no sabía es que iba a ser el Real Madrid. Cuando descubrí este deporte fue como la caída del caballo de San Pablo en el camino de Damasco. Para mí fue una revelación tan absoluta que me absorbió todos los sentidos. Me dediqué a aprender todo lo que pude y, estando todavía en Alicante, me di cuenta de que el baloncesto estaba anquilosado en la estrategia, en la forma de jugar... Aposté por el contraataque rápido y modifiqué totalmente las estructuras técnicas, cambiando el puesto a los jugadores, prácticamente inventado el de base en España, porque en EE UU si existía el playmaker. Varié la forma de jugar y así fue como le dimos la vuelta totalmente al baloncesto español. Poco a poco los demás fueron imitándonos.
—¿Quién le influyó para tomar el camino de la revolución?
—Nadie, fue una absoluta convicción personal. Me la tenía que jugar si quería triunfar de verdad, tenía que cambiarlo todo y tenía que hacerlo con arreglo a lo que yo había aprendido porque no tuve maestros por delante. Digamos que fue una idea revolucionaria que salió bien.
—Siempre fue un hombre audaz, pero ¿tuvo vértigo?
—Sí, durante muchísimo tiempo, pero debo contar una anécdota que nadie creerá, ahora que estamos en plan de confesiones. Cuando Saporta me dijo que me hiciera cargo del infantil y del juvenil, me marché desde la entrevista al parque de El Retiro, a la avenida de las estatuas, y allí juré que, si no triunfaba en el Madrid, me suicidaría. Me lo prometí a mí mismo, imagino que la gente no se lo creerá, pero es la pura realidad. Ahora bien, que más tarde lo hiciera o no es otra cosa, pero en aquel momento estaba decidido a cumplir aquel juramento.
—Es más fácil imaginar ahora su ambición. Explíquenos sus pretensiones con aquel proyecto de cantera.
—La revolución vino desde abajo y luego la desarrollé en la primera plantilla. Apliqué la idea que yo tenía de cómo debía ser la estructura técnica. Di el paso, quedamos campeones de España y por eso también Saporta me cogió para el primer equipo. Entonces, el juego se basaba en dos defensas, dos aleros y un pívot. Los defensas eran los hombres altos y los aleros, los hombres bajos. Yo puse sólo un defensa, lo que luego se llamó base, e hice mucho hincapié en los hombres altos y en el rebote para facilitar el contraataque de los jugadores más bajos y veloces. Así, resumido, esa fue durante años la razón de los triunfos del Madrid, lo que provocó también el aumento de las anotaciones. En un determinado momento, además, Saporta nos daba 25 pesetas por punto una vez alcanzados los cien.
—Y la fórmula también la desarrolló con éxito en el Viejo Continente. En su primera Copa de Europa fue semifinalista y en la segunda, subcampeón.
—Sorprendimos con el mismo sistema. Ahora escucho decir que en mi tiempo era más fácil, pero... Hoy en día en la Euroliga los equipos son muy similares. En aquellos años, sin embargo, era imposible vencer a los equipos del Telón de Acero: soviéticos, polacos, checoslovacos... Al final, lo logramos y nuestra forma de jugar resultó determinante. Cogimos con los calzones bajados a la mayoría de los rivales. También ocurrió eso con el reglamento y la famosa autocanasta (evitó con ese enceste de Alocén en propio aro ir a una prórroga ante el Varese en la que hubieran perdido por más puntos cuando la eliminatoria era a ida y vuelta). Tenía la idea en la cabeza, sabía que en algún momento se podía dar la situación y justamente esta se presentó el día que se lo había planteado al equipo. Al principio, la afición italiana se burlaba de nosotros, pero descubrieron el engaño y nos querían matar.
—Otra de las claves de sus éxitos fueron aquellos viajes por EE UU sin saber nada de inglés. ¿Qué recuerda?
—Al primero que fiché fue a Joshep Sheaff. Fui a Seattle para traerlo a Madrid, pero mi primer gran fichaje fue Wayne Hightower (metió 56 puntos en un partido), que se lo quité a los Globetrotters. Más adelante mi relación con Lou Carnesecca fue una ayuda inestimable. Y traje a Clifford Luyk y a Wayne Brabender, que fueron figuras legendarias del club junto a los Emiliano, Sevillano y Lolo Sainz, al que nombré mi sucesor dos años antes de retirarme.
—¿Cómo era entrenando y cómo cree que sería ahora?
—Era muy estricto, no permitía, por ejemplo, que se utilizaran motes en la plantilla porque me parecía denigrante, pero a la vez era muy paternal, a veces les trababa como escolares pequeños. Ahora sería imposible, porque desde que tienen agentes y conocen la valía de los contratos no podría utilizar los mismos métodos. Fui el primero en apostar por el profesionalismo.
—¿Con quién hubo tensión?
—Con Miles Aiken. Planteé al club que él o yo, pero fue una excepción. Durante mucho tiempo pensé que Aiken había fallado a propósito una bandeja fácil que nos hubiera dado el título ante el TSKA en 1969. Supongo que no llegaría a tanto, aunque le pillé en una habitación conspirando contra mí. Muchos años más tarde me lo encontré en el Hall of Fame y me dio un abrazo. Quizá siga hoy engañado, pero creo que mis jugadores me respetaron y apreciaron.
Felipe Reyes es como Clifford Luyk, una institución
Pedro Ferrándiz elogia a Pablo Laso y al Real Madrid de hoy y se atreve a comparar a históricos de sus equipos con varios jugadores de la actual plantilla. “Felipe Reyes es ya una institución. El domingo ante el Barcelona hizo algo memorable. Se puede parecer a Clifford Luyk (abajo, junto a Llull en la imagen). Llull también es hombre del Madrid por excelencia, sin un mal gesto. Tiene cosas de Corbalán y de Emiliano. Sergio Rodríguez representa para mí la genialidad de Carmelo Cabrera elevada a la enésima potencia. Y Mirotic es un fenómeno total, por su altura el jugador más completo, pero pensar que se va a ir a la NBA le resta carácter afectivo”.