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FINAL FOUR | REAL MADRID 62 - Montepaschi 80

La herida es enorme

El Real Madrid se va de Barcelona con dos derrotas y muchas dudas sobre su verdadero nivel. Hoy, sólo Llull demostró orgullo (23 puntos, 26 val). Ahora, toca pensar en la ACB.

EDU HERRERO
La herida es enorme

Llegó eufórico y se va muy tocado. El Real Madrid de Molin se vio fuera de lugar en la semifinal ante el Maccabi y hoy tampoco encontró su sitio. El viernes perdió por 19, hoy por 18. Entrar en la Final Four fue un hito, un salto de calidad mental, un reto que se presentaba excitante, pero que se ha vuelto en su contra. Quince años después el Real Madrid se colaba entre los cuatro mejores equipos de Europa. Ése es el único consuelo que queda: es el cuarto mejor equipo europeo del año. Porque en la Final Four no estuvo a la altura. Parecía el primo pequeño en una fiesta de adolescentes: perdido, abrumado, tímido y bloqueado. "Hemos jugado como niños", dijo Molin decepcionado tras el golpe del Maccabi. Dos días después, el equipo aún no ha madurado. Y no hay mucho tiempo, porque el playoff de la ACB está a un paso.

Consciente de su falta de experiencia, los jugadores blancos hablaban de ilusión y ganas como sus principales armas antes de la cita en Barcelona. Demasiado poco para ser el mejor de Europa. Porque en una Final Four las ganas se presuponen. Sin embargó faltó madurez, jerarquía, liderazgo, experiencia, confianza, decisión, aplomo, físico y acierto de dos. Los porcentajes han sido pésimos y han confirmado las sospechas que se arrastraban durante toda la temporada: "Falta físico para llegar al aro", dijo Alberto Herreros tras el descalabro del viernes. El pesimismo se ha extendido tanto y en tan poco tiempo, que, tras estas dos derrotas de Barcelona ante los ojos de toda Europa, ya se plantean altas y bajas. El proyecto de futuro del que tanto se hablaba, puede quedar caduco este mismo verano tras la debacle vivida en un par de días. El Real Madrid como institución vive de títulos y no se permite el lujo de esperar. Una exigencia difícil de llevar, que puede resultar contraproducente si no se apuesta por la paciencia.

Emanuel Molin puede ser el principal damnificado de todo esto. Heredó el puesto de su maestro Ettore Messina y generó grandes expectativas al romper la barrera que durante 15 años ha separado al Real Madrid de luchar con los grandes de Europa. Se metió entre los mejores y quizás los mejores le han puesto en su sitio, a él y al equipo. Blatt, Obradovic y Pianigiani le han superado y le han dejado indefenso. El Madrid ha carecido de estrategia, recursos y alternativas. En una final a cuatro no se puede confiar todo a la épica, a los altibajos constantes en los que ha vivido el Madrid este año, a que Llull, o Prigioni, o Tucker, o el que fuera lograra lo imposible. Porque ni siquiera el Madrid ha estado nunca cerca de lo imposible (63 puntos en el primer partido; 62, en el segundo).

El italiano pierde credenciales para un proyecto de futuro y no es el único. Varios jugadores han quedado en entredicho, o como mínimo han generado dudas. Se esperaba más de Sergio Rodríguez, de Carlos Suárez, de Clay Tucker o de D'Or Fischer, por ejemplo. Tampoco vale de nada tener a jugadores en el banquillo en los que no se confía en momentos puntuales, como Sergi Vidal o Velickovic. El primero no pisó el parqué en todo el fin de semana; el segundo sólo salió hoy, al final.

Ante el Montepaschi, el Madrid entró al partido con ganas de que acabar cuanto antes. Con necesidad de cerrar el capítulo y comenzar otra realidad, la de los playoff de la ACB. El castigo de jugar el tercer y cuarto puesto de la competición europea era una oportunidad para recolectar nueva confianza (si lo vemos desde el lado positivo) pero el Madrid no lo aprovechó. El equipo blanco empezó cabizbajo, apático y sin ritmo. El Montepaschi Siena parecía haber asumido mejor su condición. Pianigiani, con sus aireadas instrucciones desde el banquillo, evidenciaba la importancia que tenía el partido, por lo menos a título personal. El italiano quería ganar y lo quería hacer de cara a afrontar con positivismo las eliminatorias por la Lega Basket. Era lo único que había en juego: la moral.

El Real Madrid se dio cuenta del valor del partido a raíz del segundo cuarto, cuando comprendió que había que seguir adelante. Que la temporada no está perdida, que con el tiempo se valorará la experiencia adquirida en estos días de mayo. Llull personificaba el pragmatismo en el equipo blanco y cogió responsabilidad. Mirotic intentó secundarle. Pero enfrente estaban David Moss, acertado desde el perímetro; McCalebb, veloz en la transición; Rakovic y Lavrinovic, imponentes en la zona; y los ex madridistas Kaukenas y Jaric, que cumplieron su papel de complemento.

Se fue el equipo italiano en el tercer cuarto en medio de la depresión blanca. Sólo Llull mostraba carácter y orgullo. Y sólo gracias a él, el Madrid mantuvo la dignidad. Felipe Reyes se sumó en la cruzada, pero ya estaba todo perdido. Porque Sergio Rodríguez y Tucker terminaron el partido con cero puntos y valoración negativa. Prigioni, con 1 punto. Porque el equipo tuvo 17 pérdidas y 4 de 17 en tiros de tres. Porque sólo anotó 62 puntos... Así pues, el Siena venció en la final del castigo; y el Real Madrid de Molin se fue para casa doblemente herido: por las dos contundentes derrotas y por la imagen ofrecida. Adiós a la Final Four.