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Atenas 2004 | Argentina 89 - EEUU 81

Argentina cambia la historia

Argentina ha vuelto a derrotar a una selección de la NBA y luchará por el oro olímpico mientras que los estadounidenses, verdugos de España, sólo pueden aspirar ya al bronce.

<b>SUPERIORES.</B> Argentina ha demostrado que es mucho mejor equipo que esta selección de Estados Unidos.

La selección argentina, subcampeona del mundo, la primera que tumbó a un equipo profesional de la NBA en competición internacional, volvió a ser el verdugo del equipo estadounidense al imponerse por 89-81 y asegurarse un puesto en la final de la competición argentina.

Argentina apareció al cabo de siete partidos olímpicos en Atenas. Hasta la semifinal no había terminado de carburar, le había faltado algo, ese toque de equilibrio entre intensidad, calidad, ambición y concentración que marca la diferencia en alta competición.

Puede que los argentinos cerrasen el círculo motivados por la camiseta que tenían enfrente, por el recuerdo de la victoria que acabó con el mito estadounidense en el Mundial 2002, por orgullo -condición inseparable del cuadro albiceleste- o, más fácil, porque había una final olímpica a la vuelta de la esquina y sus hombres entienden lo que eso supone, no sólo para ellos, sino para su país, para los rivales y para el deporte.

Una ocasión de museo, una cita con la eternidad. Argentina olió la gloria antes de salir a calentar. Cincuenta y dos años antes, en Helsinki'52, acarició la posibilidad de acceder al olimpo. Uruguay la abortó. Esta vez, había una valla electrificada, repleta de alambre de espinos, de trampas, de subterfugios. Esta vez, el rival representaba tantas cosas, tantas dificultades, que juega protegido por barras y estrellas.

Pero Argentina destila testosterona, amor propio y, algo imprescindible: baloncesto, un baloncesto precioso; de verdad, no de plástico, ni para vender camisetas; para disfrutar, para jugar, para sentir; de respeto, de lucha, auténtico. Un baloncesto olímpico, entero, universal.

Es cierto que la selección estadounidense arropa a algunos jóvenes de esplendoroso futuro y unos cuantos jugadores de presente con jerarquía. Igual de verdadero que, al tiempo, transmite sensaciones poco amistosas, ligadas a la prepotencia, al desconocimiento más absoluto de la filosofía que, hace más de cien años, inspiró al Barón de Coubertain a difundir por el mundo una idea de igualdad y solidaridad que, hoy día, late con más fuerza que nunca en casi todo el planeta.

Noche histórica

Los casi 15.000 espectadores que presenciaron la gesta en las gradas del OAKA Indoor Hall, un recinto ligado a partir de ahora a la épica de la canasta para los restos, asistieron a la noche más importante de la historia del baloncesto. A los americanos ya sólo les queda un recurso para mantener su hegemonía: o competir con los mejores de los mejores -y es probable que también lleven la fecha de caducidad impresa en la camiseta- o admitir que para ganar hay que ser deportistas, jugadores de baloncesto, no 'estrellitas' de cartón piedra.

En el 92 creyeron que Michael Jordan, Larry Bird y Magic Johnson tendrían clones por los siglos de los siglos. No. Aquellos jugadores tenían respeto por el juego, vamos, aquellos jugadores han hecho de este juego lo que es. Sus herederos han confundido la excelencia de aquellos genios con los ceros de la cuenta corriente, la luz de los 'flashes' y la arrogancia.

Argentina les ha dado una lección que no olvidarán jamás. Cuando los universitarios cayeron en desgracia por perder en unos Juegos vinieron los más grandes entre los grandes. Después de ellos, después de Ewing, Jordan, Robinson, Stockton y compañía, sólo ha habido una degradación paulatina que un equipo en toda la extensión de la palabra, un grupo de jugadores honestos, comprometidos, leales a su país y a su bandera, los argentinos, han desenmascarado.