Un número puede cambiar la vida de una persona. De vivir asfixiado por las facturas que se acumulan y se pagan buenamente como se puede a disfrutar de una vida más relajada. Cómoda, incluso, en función del premio percibido en el juego de azar que corresponda. Cada año millones de personas atienden ansiosas al Sorteo Extraordinario de Navidad, con la ilusión de que caiga un ‘pellizco’ para tapar esos agujeros que siempre hay, o bien para sustituir el viejo coche que ya no puede circular por las Zonas de Bajas Emisiones.

Para el sorteo de este año se repartirán más de 2.700 millones de euros en premios, con la mirada puesta especialmente en uno de ellos: ‘El Gordo’, que reparte felicidad valorada en 4 millones de euros a la serie (400.000 euros al décimo). La alegría que se debe sentir al estar en posesión de un décimo ganador tiene que ser desbordante (un servidor, de momento, no ha tenido dicha suerte). Pero igual de frustrante debe ser creer que se tiene un billete premiado, y de golpe, que te avisen de que no es así.

Un ‘pequeño’ fallo de miles de euros que, para colmo, ocurrió en pleno directo. Una mujer de Pinos Puente (Granada) celebraba por todo lo alto el primer premio del Sorteo Extraordinario de Navidad del año 2016, pero no había reparado en un error: el número premiado, el 66513, no era el que guardaba entre sus manos. Un número, el 8 en lugar del 5, que dieron al traste con parte de sus ilusiones. “Me ha tocado el Gordo”, decía, ingenua, la protagonista.

El ‘segundo’, la consolación

La televisión pública andaluza se desplazó hasta la localidad granadina para buscar a la afortunada, que salió de su casa para celebrar el premio. Pero no era así, y desde el plató de televisión intentaban trasladar el mensaje a la reportera allí presente, para que se lo comunicara a la ‘no ganadora’ del premio mayor del sorteo.

Cuando el bullicio baja de decibelios y consiguen enviar en mensaje, la cara de la mujer cambia de forma repentina. Junto con ella, la de decenas de amigos y familiares que se habían desplazado hasta allí para celebrar el premio.

“No es el gordo”, decían desde el plató de televisión. “¿No es el ocho?”, preguntaba la ‘afectada’ por la pequeña confusión en mitad de la euforia. Pero nunca el hecho de no ganar el Gordo cuando se daba por ganado había dejado sabor alegre. “Bueno, tengo el segundo, me da igual”.

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