Aral, el desierto que tiene barcos encallados en la arena
En su día fue el cuarto lago más grande del mundo, pero 50 años de explotación agrícola han reducido su tamaño en un 90%.
¿Qué hace un barco en un desierto? ¿Reflexiona acerca de lo que hizo mal? ¿Maldice a aquellos que lo abandonaron? ¿Rememora el sonido de las olas y sueña con el día en que la marea vuelva a empujar su quilla oxidada mar adentro? La imagen de los barcos varados en el Mar de Aral evocan una sensación de cruel fantasía, de náufragos de un fastuoso crucero que han quedado abandonados en una isla sin sombra. Gigantescos e inútiles, se asemejan a aquellos borrachos que nunca saben cuándo empieza o acaba la fiesta y acaban solos en una esquina del salón preguntándose dónde se ha ido todo el mundo. Esto no es una simple metáfora. La historia del Mar de Aral es la historia de una fiesta, de una fiesta desenfrenada, inconsciente e irresponsable. Cuando se acabó la bebida, todos se volvieron a sus casas. Al día siguiente, resacosos, repetían frases como: “se nos fue de las manos” o “solo una vez en la vida”. Nadie se ocupó de recoger los vasos de plástico y las colillas, de limpiar los restos de vómito de lavabo. Tampoco lo harán los barcos, únicos testigos de aquella histórica y destructiva celebración.
De lago a duna
El mar de Aral no es, precisamente, un mar, sino un lago. Y un lago muy grande. Hace 50 años el cuarto más grande del mundo, con una superficie de 67.000 kilómetros cuadrados. Hoy en día incluso el nombre de lago le queda grande. El 90% del área que antaño fue un enorme oasis situado en Asia central, hoy es un desierto seco y polvoriento. Miles de años tardaron los ríos Amu Daria y Sir Daria en rellenar con millones de litros de agua dulce esta gigantesca depresión situada en la frontera entre Kazajistán y Uzbekistán. Tan solo 50 años necesitó el ser humano para vaciarla por completo. El Mar de Aral protagonizó una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia y es un ejemplo evidente de cómo el ser humano puede arrasar con ecosistemas enteros en menos de lo que se tarda en decir “rentabilidad económica”.
Secado soviético
En 1960 la Unión Soviética, consciente de que tenía que competir con la poderosa economía estadounidense, fomentó el desarrollo industrial y tecnológico de sus estados satélite y, generalmente, cuando se trata de derrotar al capitalismo, no hay ecologismo ni sostenibilidad que valga. Si el clima y el suelo de los países de la zona no favorece la agricultura, ¿por qué no usar la mayor fuente de agua dulce que convenientemente se sitúa al lado de estos países? En 1960 la URSS realizó dos trasvases de agua en los ríos Amu y Sir Daria y el Mar de Aral se quedó sin sus dos afluentes principales. A medida que Uzbekistán se convertía en uno de los mayores productores de algodón del mundo, el mar de Aral se secaba a un ritmo alarmante. En los años 60 la altura del lago disminuía a una velocidad de 10 centímetros por año. Treinta años más tarde el ritmo era de casi un metro cada 12 meses. En este mismo período (años 90) la producción de algodón se duplicó.
Catástrofe medioambiental
La falta de agua provocó la desertificación de la región, el viento se encargó luego de arrastrar toneladas de arena salificada a al lago, que cuadriplicó su salinidad. De las 30 especies de peces que había en los 60, ya solo quedan 4. De las 40.000 toneladas de pescado que eran capturados al año, solo quedan los restos oxidados de los pesqueros. No solo la salinidad fue un problema. El uso masivo de insecticidas y pesticidas, además de un laboratorio químico soviético en las proximidades, hizo que el agua se volviera altamente tóxica. En los 80, la continúa sequía dividió al lago en dos. La construcción de la presa Korakal ha permitido que, en los últimos años, la parte norte haya podido reducir sus niveles de salinidad, recuperar parte de su fauna e incluso crecer algún que otro centímetro. La parte sur se estima que se quedará sin agua a finales de la década.
Somos un barco en el desierto
Las malas relaciones entre Kazajistán y Uzbekistán, por un lado, y Kirguistán y Tayikistán, por otro, estos últimos países por donde fluyen los ríos que alimentan al Aral, provocó que la pésima gestión soviética no mejorara tras la disolución de la Unión de Repúblicas. La ínfima calidad de los canales de irrigación, que en el caso del canal de Kara Kum, el mayor de Asia, llegaban a desaprovechar hasta el 70% del agua transportada, suma la última gota de indignación a un vaso, este sí, bastante lleno. En medio de un mundo árido, sin saber muy bien que hacer, testigos de un paisaje moribundo del que, en parte, también somos responsables. Quizás seamos nosotros los barcos abandonados en el desierto.