¡AMARILLO!
Levanté el balón con ambas manos.
Estaba rodeado de niños y adultos que corrían a mi alrededor.
—¡Amarillo! —grité entusiasmado—. ¡Estoy en el equipo amarillo!
Voy a ser sincero.
Me hacía ilusión por una sola razón: porque así estaría con Helena.
La busqué con la mirada, pero no la encontraba.
Aquello era un caos tremendo.
Vi a Anita, que sujetaba un balón azul.
—Creo que estoy con Felipe… en el equipo Tristeza —dijo, sin saber cómo reaccionar.
—Enhorabuena —dije, y seguí adelante.
Me iba topando con niños de todos los equipos que corrían con sus balones.
—Yo no estoy de acuerdo —protestó Marilyn, mostrando el balón rojo que le había tocado—. Equipo Enfado. ¿Por qué? ¡Y encima me ha tocado con Toni!, y con el abuelo Benemérito…
—Bueno, seguro que os lo pasáis genial —dije, por decir algo.
La verdad es que no me habría gustado estar en ese equipo.
Pero como había dicho Jolly, en realidad, era el balón el que elegía a cada uno.
Seguí avanzando entre la maraña de jugadores.
Vi a Laura, nuestra alcaldesa y madre de Anita, sosteniendo un balón negro entre las manos.
—¿Miedo yo? ¡Ja! —exclamó.
Tampoco ella parecía muy conforme con su color.
—¡El negro no es para mí, soy pura energía, alegría y buen rollo! —aseguró Laura.
Laura era muy… enérgica.
Creo que le pegaba más el rojo.
Sin embargo, le había tocado el negro y tenía que aguantarse.
—¿Alguien me lo cambia? —preguntó.
—No se puede cambiar, si te pillan te echan del campamento —dijo Molly, agobiada—. El año pasado echaron a dos niños que se intercambiaron los balones.
—¡El negro mola! —soltó Ocho.
Tanto él como Tomeo también tenían entre las manos balones negros.
—Será porque por las noches siempre le digo a mi madre que deje la luz encendida —suspiró Tomeo.
—En mi caso porque todos son más altos que yo y muchas veces estoy un poco asustado —confesó Ocho.
—Vamos a quedar los últimos, ya lo estoy viendo —dijo Angustias, con su balón negro—. Me están entrando ganas de llorar.
—A mí también —dijo Molly—. Todo es horrible, seguro que nos lesionamos en el torneo y tenemos más de un accidente y nos caemos al río…
Angustias y Molly se abrazaron, muy angustiados.
Al abrazo se unieron Ocho, Tomeo, dos niñas inglesas con pecas, un chino muy delgado y un argentino con gafas enormes.
Todos con sus balones negros.
Era el equipo Miedo en plena explosión de negatividad.
—¡Todo va a salir fatal! —exclamó Angustias, que se había convertido en el líder de los angustiados.
—¡Sí, sí, todo va a ser horrible! —contestaron los demás.
—Me habéis convencido, chicos, va a ser espantoso, y yo voy a estar todo el mes con vosotros —suspiró Laura, que era la única adulta que parecía haber en el grupo—. Madre mía, vaya campamento que me espera.
Me di la vuelta, seguía buscando a Helena.
Quería decirle que estábamos juntos.
Que íbamos a compartir equipo.
Al girarme, me choqué con alguien.
—Upppssss —dijo—. ¡Ahí va, tienes un balón amarillo! ¡Qué alegría, ja, ja, ja!
Era Jolly.
Tan alegre como siempre.
—Sí, qué bien —dije.
—Vamos a pasarlo súper, ya lo verás —aseguró.
—¿Ahora qué tenemos que hacer? —pregunté.
—Nada, juntarte con los de tu equipo y disfrutar, aquí todo es felicidad y alegría y… —contestó.
¡PLAF!
¡Un balón rojo le impactó en la cara!
Y Jolly cayó al suelo del golpe.
—Ten cuidado —dijo Dolly, recogiendo el balón—. Es que te has puesto en medio… y, claro, te has llevado un balonazo.
Dolly y varios miembros de su equipo se pasaban el balón a lo bruto. Toni parecía disfrutar con ese grupo.
Jolly miró a su hermana, suspiró como si ya estuviera acostumbrada y dijo:
—Uy, sí, perdón, ha sido culpa mía, je, je.
Encima de que le habían dado un golpetazo en el rostro, era ella la que tenía que disculparse. Aquello era una injusticia.
Noté un calor que me subía por todo el cuerpo.
—Oye, también podíais tener cuidado vosotros —intervine—, que aquí hay mucha gente y vais sin mirar, ya os vale.
Jolly se incorporó y me cogió de la mano.
—No digas eso, somos el equipo Alegría, nada de enfadarnos —dijo—. Nosotros siempre con buena cara.
—Ya, somos Alegría, pero no somos tontos —repliqué.
—Uy, qué carácter, a lo mejor te has equivocado de balón — me sonrió Dolly—. ¿Te habría gustado más estar con nosotros en el equipo Enfado?
—No, no y no —contesté, apretando los puños—. Estoy muy a gusto en el equipo Alegría, porque soy una persona muy feliz y muy… alegre.
Tuve que contenerme.
La verdad es que me estaba enfadando.
Un poco.
Un poco bastante.
Para colmo, Toni dio un paso al frente y me señaló.
—Pakete no es tan alegre como quiere aparentar —dijo—. En el fondo es muy miedoso y también un poco enfadica. Cuando las cosas no le salen bien, se pone de muy mal humor…
—¡Que no! —le corté—. ¡Que yo no me enfado, dejadme en paz, que sois unos pesados! ¡Y tened cuidado con la pelota!
Me miraron un poco asustados.
La verdad es que había pegado un buen grito.
—Pues nada, genial entonces —dijo Dolly—. Ha quedado clarísimo que tú nunca te enfadas, je, je. Hasta luego.
Dolly echó a correr y siguió pasándose el balón con Toni y los otros.
Una vez que se alejaron, Jolly posó su mano sobre mi hombro.
—No te preocupes, es normal que te pongas así —me intentó tranquilizar—. Todos somos una mezcla de emociones. Todos tenemos un poco de miedo, de tristeza, de enfado, pero si has cogido un balón amarillo es porque en ti predomina la alegría.
—Hum —respondí.
—Venga, vamos a buscar al resto del equipo, ya verás como te animas —propuso Jolly.
No tuvimos que buscar mucho.
Unos metros más allá, apareció Alicia con un balón amarillo en las manos.
—¡Pakete, qué alegría! ¡Estamos juntos en el equipo Alegría! —exclamó al verme.
—Sí, fenomenal —dije.
—No sé qué me pasa, pero desde que he cogido el balón amarillo tengo una especie de subidón y buen rollo por todo el cuerpo, ja, ja, ja —explicó la entrenadora.
—Yo también… más o menos —murmuré.
—Somos un equipazo —siguió Alicia—. Mira, tenemos jugadores del Boca, del City, del Tao Feiyu…
Efectivamente, otros niños y niñas sostenían balones amarillos cerca de nosotros.
Todos parecían encantados.
Sonrientes.
Felices.
—Ah, y tenemos al mejor portero infantil del mundo —siguió Alicia, señalando a un niño con una gorra—. Alucina, es… ¡Parker Parkenson!
Allí estaba:
El famoso Parker Parkenson.
Un niño inglés de once años que había batido todos los récords de precocidad.
Imbatido durante 48 partidos seguidos.
Había parado 55 penaltis en partidos oficiales.
Mejor portero de la liga infantil de Inglaterra.
Mejor portero del campeonato europeo.
Mejor portero del mundial infantil y juvenil.
Se rumoreaba que ya tenía firmado un contrato profesional secreto con el Manchester City.
¡Era un crack!
Y sostenía un balón amarillo.
¡Toma ya!
Llevaba una gorra con un enorme uno dorado que brillaba desde lejos.
—I’m the best goalkeeper in Manchester, Europe and the whole world, ha, ha, ha —soltó como si tal cosa.
—Dice que es el mejor portero de Manchester, de Europa y del mundo… ja, ja, ja —tradujo Alicia, que parecía muy contenta.
—Welcome al equipo, Parker Parkenson, más conocido como Big Parker o The Best! —dijo Jolly, dando brincos—. ¡Qué emocionante!
—Thank you, gracias —respondió él—. Yo ser uno más en equipo. Todos poder llamarme a mí Parker Parkerson.
—Qué humilde y qué majo —sonrió Alicia—. Yo soy Alicia, entrenadora, encantada. Contigo en la portería, seremos un equipo invencible.
—¡Un momento, un momento! —intervino alguien.
En ese instante, llegó corriendo con un balón amarillo en las manos.
—¡Camuñas! —exclamó Alicia—. Genial, tú también estás en el equipo Alegría.
—Sí, genial, pero que conste que yo también soy un gran portero —dijo él—. ¡Soy el mejor portero de mi familia! ¡Podéis llamarme Big Camuñas… o The Best Camuñas… o también Camuñas a secas, si lo preferís!
Parker Parkenson se acercó a él y chocó su mano con la de Camuñas, que se quedó muy sorprendido.
—Encantado, Big Camunias —sonrió Parker Parkenson—. Somos equipo Alegría, nosotros siempre very happy… y siempre ganar, ja, ja, ja…
—Eso, very happy —contestó Camuñas—. Pero ya veremos quién es el portero titular… ah, y me llamo Camuñas, con eñe.
—You are very gracioso, Camunias con eñe, ja, ja, ja —dijo Parker Parkenson, que no paraba de reírse.
En ese momento, me daba igual quién fuera el portero del equipo.
Yo solo estaba buscando a…
—¡Pakete! ¿Dónde te habías metido?
Helena con hache surgió entre una maraña de jugadores.
Con un balón amarillo.
Mirándome con sus enormes ojos.
—Estoy súper mega contenta —dijo.
—Yo también, me encanta que estemos juntos —confesé.
—Claro, claro, a mí también —dijo Helena—. Pero me refería a otra cosa… ¿¡Has visto que Parker Parkenson está con nosotros!? ¡Es increíble! ¡Parker Parkenson en persona! ¡Guauuuu!
—Ya, eso está muy bien… —empecé a decir.
Helena no le quitaba ojo al portero inglés.
—¡Si es que tengo un póster suyo en mi habitación! —exclamó ella—. Y ahora… ¡Vamos a jugar juntos!
Me quedé un poco cortado.
Helena estaba exultante.
Dio unos saltitos.
Lanzó su balón al cielo y lo volvió a atrapar.
Sin más, salió corriendo, disparada.
—¡Hey, Parker Parkenson, soy Helena con hache! —gritó, acercándose al inglés.
Él chocó su mano con Helena.
—Españoles todos very graciosos —comentó Parker Parkenson—. Camunias con eñe, Helena con hache, yo… Parker Parkenson con ka, ja, ja, ja.
Helena se rio con ganas de aquel chiste malísimo.
—Eres la bomba, Parker Parkenson, ja, ja, ja —siguió Helena.
Alicia y los demás miembros del equipo amarillo rodearon al portero inglés.
Le pidieron autógrafos, selfis y no paraban de reír y de exclamar: ¡Guau! ¡Qué simpático! ¡Me flipa tu gorra! ¡Ji, ji, ji!
Estaba claro que era la gran estrella de nuestro grupo.
Camuñas y yo permanecíamos un poco apartados.
—No te preocupes, ríe mejor el que ríe el último —me dijo Camuñas—. Te apuesto lo que quieras que al final seré yo el portero titular.
—No creo, es Parker Parkenson, el mejor portero del mundo —respondí con sinceridad.
—Ya, la verdad es que es buenísimo —admitió Camuñas.
Había esperado otra reacción de Helena al descubrir que estábamos en el mismo equipo.
Pero Parker Parkenson lo eclipsaba todo.
Supongo que Camuñas estaba un poco picado porque veía que le iba a tocar ser portero suplente.
—¡Todos subir a trenecito de Parker Parkenson, chuuu, chuuuu! —exclamó Parker Parkenson.
De inmediato, todos se pusieron detrás de él, agarrados por la cintura, haciendo el trenecito.
Era una celebración que había hecho famosa Parker Parkenson.
Cada vez que paraba un penalti o despejaba un balón difícil, ¡hacía el trenecito en el campo! Y siempre, siempre, todos los miembros de su equipo iban detrás.
Había un montón de fotos y vídeos en todas partes con aquel baile que se había inventado.
El dichoso trenecito pasó a nuestro lado.
—¡Chuuuu, chuuuuu! ¡Ja, ja, ja! ¡Big Parker, The Best, The One! ¡Chuuuu, chuuuu!
Se lo estaban pasando en grande con aquella tontería.
—Vamos, Camuñas, Pakete, no os quedéis mirando como dos pasmarotes, uníos al trenecito —dijo Alicia—. Con esa cara de mustios parecéis del equipo azul. ¡Venga un poco de… alegría, ja, ja, ja!
No tuvimos más remedio que unirnos.
No habíamos marcado ningún gol.
Ni había detenido ningún penalti.
Ni siquiera habíamos empezado el torneo.
Pero allí estábamos.
Celebrando algo, aunque no sabía muy bien el qué.
—¡Chuuuuuu, Chuuuuuuu!
Y venga risas.
No sé cuánto tiempo estuvimos haciendo el trenecito, pero se me hizo eterno.
Después de aquello, ayudamos a recoger la malla.
Los balones que, por lo visto, teníamos que quedarnos durante todo el campamento.
Cada uno con su balón, del color que le había tocado.
—¡El que pierda el balón será expulsado, más vale que no lo perdáis de vista! —advirtió Dolly.
—¡Venga, vamos, no os retraséis, que luego vienen las lágrimas! —añadió el abuelo Benemérito, que parecía muy integrado.
El equipo rojo del Enfado, a pesar de que protestaban por todo, fue el primero en organizarse.
Era como si su malhumor les impulsara, o algo así.
Nosotros, sin embargo, entre el trenecito y otras celebraciones absurdas, fuimos los últimos en llegar a todo.
El campamento funcionaba así:
Había dos tiendas de campaña por equipo: una muy grande para los menores y otra más pequeña para los adultos.
Los miembros de cada equipo dormíamos juntos.
Luego estaba la gran cabaña de piedra, donde se hacían el desayuno, la comida y la cena.
Las actividades diarias y los horarios aparecían programadas en un tablón de anuncios muy rústico que había a la entrada de la cabaña.
A primera hora de la mañana se publicaba lo que había que hacer ese día.
Los primeros días no paramos ni un minuto.
Excursión al lago.
Senderismo.
Aprender a hacer una hoguera.
Clase de remo.
Natación en el río.
Escalada.
Explorar las montañas.
Ah, bueno, y preparar las comidas, recoger el comedor y limpiar las tiendas todos los días.
Fue muy… interesante.
Y agotador.
No era exactamente lo que había esperado.
Muy bonito todo, pero no había ni un minuto libre.
Aunque Benemérito había repetido mil veces que era un lugar peligroso y lleno de misterios, por ahora no había ocurrido nada raro.
Simplemente estaba agotado.
Y echaba mucho de menos jugar al fútbol y, sobre todo, a mis otros compañeros del Soto Alto, apenas nos cruzábamos con ellos.
Yo me pasaba casi todo el día con Camuñas.
De la organización, a las únicas que veíamos era a las cuatrillizas.
—Perdonad que insista, pero me gustaría hablar con algún adulto del campamento —repitió Laura varias veces.
Ellas siempre le daban largas.
—Si está todo fenomenal, ¿tienes alguna queja? Está yendo de maravilla, ¿verdad que sí? Todo el mundo es tan increíble y encantador —dijo Jolly.
—Ya, ya, pero querría intercambiar algunas sugerencias con los responsables, como alcaldesa tengo varias propuestas —insistió Laura.
—Se nota que eres del equipo negro, Laura —se lamentó Polly—. Anímate, por favor, cuando alguien no está contento, me pongo muy triste.
—Pues a mí me entran ganas de golpear cosas —intervino Dolly.
—No os metáis con la pobre Laura, encima que le ha tocado nuestro equipo —intercedió Molly—. Todo va fatal, lo raro es que no se haya lesionado nadie todavía, ay, ya lo veo venir…
El caso es que ningún adulto de El Trébol asomaba por allí.
Todas aquellas actividades las hacíamos por grupos, con los miembros de nuestro propio equipo.
—Así nos vamos conociendo, es muy importante —aseguró Jolly—. Cuando llegue la competición, tenemos que estar muy unidos.
En el equipo amarillo éramos diez menores y cuatro adultos.
Jolly fue elegida capitana, como era previsible.
—Cómo sois, no me lo esperaba, ja, ja, ja —dijo Jolly, haciéndose la sorprendida.
Alicia fue haciéndose amiga de los otros mayores del equipo: un matrimonio argentino, que había venido acompañando al Boca Juniors, y una mujer china muy mayor, creo que era directora de una escuela.
Nombraron a Alicia entrenadora del grupo, era la única que tenía experiencia en el puesto.
Lo peor fue que Helena se pasaba el día con Parker Parkenson. Habían hecho muy buenas migas y no se separaban.
—You are the best, Parker —le decía Helena.
—No, no, you are the best, Helena con la hache —contestaba Parker.
Y los dos se echaban a reír.
Así discurrieron las primeras jornadas.
Pero al amanecer del quinto día, todo cambió.
Desde muy temprano, empezó a llover.
Muchísimo.
Caía tanta agua que parecía que el valle se iba a inundar.
La gran sorpresa llegó cuando acudimos a la cabaña para desayunar.
El cartel del tablón de anuncios decía:
¡HOY EMPIEZA EL TORNEO!
TENÉIS QUE ELEGIR QUÉ MODALIDAD PREFERÍS.
A LAS 10 EN PUNTO SE DISPUTARÁ LA PRIMERA PRUEBA.
VOTAD EN EL DESAYUNO.
PROHIBIDO ABSTENERSE, TODO EL MUNDO DEBE VOTAR.
Enseguida empezaron los rumores.
Cada equipo reaccionó de una manera distinta.
El equipo negro estaba muy alterado.
—Pero ¿¡se puede elegir la prueba!? —preguntó Ocho.
—Yo prefiero que elijan los organizadores. ¿Y si nos equivocamos? —dijo Angustias, atemorizado.
—Perdonad, pero tenemos que votar entre todos —contestó Molly—. Ya sé que es demasiada responsabilidad, lo siento muchísimo, ay.
En el equipo azul estaban a punto de echarse a llorar.
—¿¡Vamos a empezar el torneo con la que está cayendo!? —preguntó Felipe, observando las nubes—. No lo han pensado bien…
—Pues como elijan las tirolinas bajo la lluvia, va a ser horrible —añadió Anita—. Me da mucha lástima solo de pensarlo.
—A mí también me da pena, pero hay que votar obligatoriamente —recordó Polly—. Qué tristeza tan grande.
En el equipo rojo, sin embargo, parecían muy decididos.
—¡Son todos unos flojos! —bramó el abuelo Benemérito—. Por un poco de lluvia se acobardan.
—Se van a enterar, les vamos a pegar una paliza —amenazó Toni.
—Es que ni siquiera vamos a tener rivales, vamos a arrasar, ya lo estoy viendo —zanjó Dolly.
Por último, en el equipo amarillo había división de opiniones:
—Great! I love jugar bajo lluvia! —exclamó Parker Parkenson.
—¡A mí también! —aseguró Helena—. ¡No hay nada más divertido! ¡Estoy deseando empezar! ¡Viva!
—¡Yuhuuuuu! ¡Viva la lluvia! ¡Y viva el torneo! —aplaudió Jolly.
—Que conste que yo también estoy muy alegre, aunque no se note —intervino Camuñas, ajustándose su gorra.
—Yo igual, a tope de alegría —dije, intentando animarme un poco.
Ya puestos, hubiera preferido empezar por el fútbol.
Pero por lo visto estaba reservado para la gran final.
Durante el desayuno hubo comentarios de todo tipo.
Y nada más terminar, se produjo la votación.
Por primera vez en mi vida, iba a participar en una competición jugando contra muchos de mis compañeros del Soto Alto.
Solo faltaba por saber cuál sería la primera prueba…