Agarrado a un Cristiano inmenso
El Real Madrid pasó la complicada prueba del Pizjuán con un hat-trick del portugués. Bacca, de penalti, e Iborra, intimidaron a los blancos. Quedan tres jornadas y dos puntos de distancia.
El maestro Araújo, desde ayer dueño de la sala de prensa del Pizjuán, aconseja no criticar al delantero centro: antes o después te dedicará los goles. El consejo es una orden si hablamos del mejor delantero centro del mundo. Después de reprocharle el egoísmo y la ansiedad, Cristiano marcó tres goles en Sevilla, el último fastuoso. Su exhibición sugiere otra recomendación. No tiene sentido bucear en la psique de los buenos futbolistas cuando hay tanto que disfrutar en la superficie.
La respuesta del Madrid fue la mejor posible después del 0-8 del Barça al Córdoba, a 130 kilómetros de distancia. Más que una contestación fue un grito. Vencer en el Pizjuán es una hazaña que no habían logrado los 34 visitantes anteriores. Diría, y no creo exagerar, que equivale a un título honorífico. Hay que tener mucho coraje y mucho fútbol para imponerse a un rival con tanto fútbol como coraje, con tanto estadio y tanto himno. No hay derrotados aunque perdiera el Sevilla. Sólo distintos niveles de gloria.
No sé si lo habrán advertido, pero el fútbol es un maravilloso invento. De vez en cuando, hasta resulta comprensible. Sucede cuando la lógica vence al caos. Ocurrió en el Pizjuán. Durante la primera media hora el partido se igualó hasta el milímetro. Cada uno mandaba en lo suyo, cada equipo defendía su estilo. El equilibrio se quebró en el preciso instante que Krychowiak se rompió la crisma. El polaco debió ser atendido en la banda después de que Ramos y él chocaran sus cabezas como ciervos en berrea. Con un jugador más, marcó Cristiano. Y con un jugador más, hizo doblete.
Los aficionados prudentes y con memoria recordaron entonces que el Barça también se adelantó 0-2 en el Pizjuán y acabó empatado. Pero el fútbol no hace fotocopias, si acaso calcos con varias diferencias. Aquella tarde, Banega recortó distancias en el 38. Esta vez lo hizo Bacca en el 46, de penalti. La acción fue un despropósito defensivo del Madrid. Marcelo no fue contundente a la hora de despejar en la banda; acto seguido, Sergio Ramos atropelló a Aleix Vidal, un galgo con dorsal.
En el regreso del vestuario la pasión seguía intacta. Cualquier resultado era posible. Hasta que otra vez el Madrid se hizo el dueño, hasta que repitió Cristiano. Su cabezazo, desde el segundo palo y a pase de Bale, fue un portento de potencia y colocación, una maravilla sin gramo de casualidad.
No bastó para sentenciar al Sevilla. Los aficionados prudentes y con memoria recordaron que la segunda estrofa del himno del Centenario comienza así: “Dicen que nunca se rinde…”. Y es la pura verdad. Iborra acortó distancias y el resto fue frenesí y angustia, placer futbolero. Casillas se redimió, Marcelo se enajenó, el Pizjuán rozó el empate y el visitante ganó el partido. El Barça ya sabe lo que dura su felicidad: el tiempo que tarda en volver a jugar el Madrid.