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“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"

El montaje teatral del año llega a Madrid, Sala Mirador, del 5 al 14 de diciembre. Una adaptación catártica de la novela de Tatiana Tibuleac llena de rabia, fuerza y amor. Dirigida por Miguel Alcantud y protagonizada por un inmenso Juan Díaz.

Juan Díaz y Miguel Alcantud, actor y director del montaje teatral de 'El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes' posan para AS.
ANGELA PARAMO
Patricia Cazón
Patricia Cazón Trapote nació en Zotes del Páramo, León, en 1980. Licenciada en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca y Master de El País trabajó en El Diario de León y El País Semanal antes de llegar a AS en 2004. Cronista del Atlético desde 2016, es autora de cuatro libros y tertuliana en El Golazo de Gol y Estudio Estadio.
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El montaje es como el libro. De estos que se te agarran a las tripas y te cortan la respiración. Esa historia que en el papel ya estremecía ahora tiene voz, tiene rostro, tiene ojos y vida, ahora es teatro y pintura en directo. O más. Una catarsis emocional compartida sobre el perdón llena de rabia, rencor y fuerza, pero también amor y color. A veces, lo que ocurre, es que el público contiene tanto el aliento hacia dentro que asiste como si estuviera pintado por Edvard Munch, con los ojos enormes y las emociones recorriendo como lava volcánica. Otras, lo que pasa, es que se arranca a reír, aunque lo que tenga delante sea un drama. En todas deja poso, peso. Un puñetazo en la entraña. La mano al cuello. El corazón encogido. Porque una de las mejores novelas de lo que va de siglo XXI de pronto ha cobrado vida, en el trabajo extraordinario de un actor, Juan Díaz (Madrid, 1976), y de un director valiente, Miguel Alcantud (Cartagena, 1971), que primero fue lector y, en cuanto cerró el libro, lo tuyo claro: debía subirlo a los escenarios.

Se llama ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ y llega a Madrid, sala Mirador, los días 5, 6, 7, 12, 13 y 14 de diciembre (entradas aquí, ojo, están volando, con alguna fecha ya sold out).

Las puertas automáticas de AS se abren una mañana para ellos. Madrid aún está despertando, aunque sigan la M-40 y la M-30 embebidas en sus atascos, pero ellos, Miguel Alcantud y Juan Díaz, las atraviesan con la energía de quien lleva ya muchas horas con los ojos abiertos. En su caso son meses. Casi todo un año, este 2025, el que llevan trabajando en este montaje que sube al teatro toda la brutalidad de la novela de la escritora, periodista y traductora moldava-rumana Tatiana Tibuleac. Su complicidad se palpa. En cómo se miran, se respetan y reparten turnos de palabra bajo la luz roja de una grabadora encendida. Lúcidos y perspicaces, sensibles y cercanos. Miguel con esa sonrisa dulce que hace sentir casa. Juan con esa mirada del azul del cielo que lleva toda la vida atravesando las pantallas. Esta será la tercera vez que trabajan juntos y acaban de llegar de una gira por México con, precisamente, ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’. Un país con el que Miguel, miembro de la Academia de Cine de España, tiene mucho vínculo por el formato ‘Microteatro por dinero’, del que es ideólogo y uno de sus responsables, y que recorrieron, y atravesaron en lo emocional, con tres fechas en septiembre antes del estreno en Madrid.

De ‘Cuéntame’ a ‘Águila Roja’. De ‘Aquí no hay quien viva’ al ‘Ministerio del tiempo’. De ‘Diamantes Negros’ a ‘Noviembre’. La historia del cine y la televisión de las últimas tres décadas puede tocarse en sus carreras, ambas en un scroll infinito. En teatro también. De ‘Apenas 20 segundos’, ‘La virgen de la Ballesta’ y ‘Microteatro’ a ‘Coriolano’, ‘Esperando a Godot’ y ‘El largo viaje del día hacia la noche’, entre muchas, muchísimas otras. Miguel en la sombra, Juan bajo el foco. Con el personaje de Aleksy, en ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’, derriba la cuarta pared en cuanto el primer espectador pone un pie en el teatro… Se lo cuentan a AS. Mientras la recorren, a la obra, y se recorren, a ellos mismos, en una larga conversación magnética que termina en fútbol (del Madrid y el Barça, sus equipos) y de la que es imposible despegar el oído. Pasen y lean. Con los móviles, por supuesto, en silencio modo avión.

“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"
Juan Díaz y Miguel Alcantud, para AS. ANGELA PARAMO

En la trayectoria de ambos puede tocarse la historia de la tele, el cine y la cultura de los últimos 30 años en este país...

Juan Díaz: ¿Nos estás llamando viejos (carcajea)?

No, no, no.

Miguel Alcantud: Yo lo soy y orgulloso, eh (sonríe, pleno).

Pero es que ‘Águila Roja’, ‘El Ministerio del Tiempo’, ‘Cuéntame’, ‘Aquí no hay quien viva’, ‘Sin tetas no hay paraíso’, ‘Noviembre’…

M. A.: Por un lado nos sentimos un poco mayores al mirar atrás pero, por otro, hemos tenido la suerte de colaborar en todos estos proyectos con tanto impacto en tanta gente.

J. D.: Yo diría que es una buena radiografía del panorama. Son 32 años yo, un poquito más…, bueno, no, porque empecé con 17, ¿y tú?

M. A.: Yo más tarde. Porque tuve el cambio de vida y empecé con 25, 26…

Pues le ha dado tiempo a hacer cosas, eh.

J. D.: Miguel era matemático.

¿Cómo matemático?

M. A.: Estudiaba Matemáticas. Lo dejé en 4º, cuando me quedaba un curso, para desconcierto y desesperación de mis padres.

¿Por qué ese cambio de vida?

M. A.: Desde los 15 tenía un grupo de teatro en Requena, porque nací en Cartagena pero me engordé en la Comunidad Valenciana (ríe). Y tenía este grupo que me divertía, compensaba y servía de válvula de escape. E hicimos una obra que mezclaba teatro con cine, música en directo… Y me planteé hacer en ella un pequeño cortometraje en superocho, cortado con celo en una farmacia que nos dejó el padre de una amiga...

¿Cómo se llamaba ese cortometraje?

M. A.: ‘11 días’. Estaba dentro de la obra. Yo nunca había hecho cine, no soñaba con hacerlo, no me llamaba la atención. Pero hicimos este corto absurdo, mudo, de minuto y medio, con los amigos, mi novia, mis hermanos, y fue como ver la luz. Me sentí tan cómodo y bien que decidí dejarlo todo, carrera incluida, para explorar qué era el cine. Y ofrecerme como meritorio en todas las productoras de Valencia.

Usted Juan, estaba enfocado a la Biología, también algo muy distinto del cine, ¿no?

J. D.: No, yo con 17, en la época esta nuestra de COU, que ya pasó (sonríe, tierno), quería estudiar Ciencias del Mar, Biología, Geología... Me gustaba mucho.

Ciencias puras.

J. D.: (Sonríe) Me atraía mucho la parte sanitaria. Mi abuela era enfermera y mi madre, terapeuta ocupacional con discapacitados. Y a mí desde pequeño me encantaba ir al centro en el que trabajaba, sentía una cercanía y una facilidad para relacionarme con las personas con dificultades, divergencias como se dice ahora. Con 17, a ver, estaba perdido, no sabía qué quería hacer y eso era lo que me llamaba un poco.

“Esta obra no es una tragedia al uso, ni un melodrama. Es la vida”

Juan Díaz

Pero usted ya había tenido una primera experiencia de niño en televisión, con un chimpancé…

J. D.: En ‘El Kiosko’, en el año 1987, que fue mi primer contacto con la televisión y un poco bestia. Porque éramos muy pequeños y fueron unos programas infantiles hechos de aquella manera. Sin mucha sensibilidad con los niños, las horas de trabajo o el propio animal.

Pero a los 17 años…

J. D.: Encontré la vocación estudiando en la sala Cuarta Pared, con Adolfo Simón, mi primer maestro. Él fue quien, a los seis meses, me dijo: “Preséntate a un casting profesional en la Sala Olimpia”, lo que ahora el Valle-Inclán, Centro de Nuevas Tendencias Teatrales se llamaba.

Y lo hizo.

J. D.: Sí. Al casting de una obra que se llamaba ‘Caricias’, de Sergi Belbel, que me cogieron. A partir de ahí ya me dediqué a estudiar y formarme como actor. Me licencié en Arte Dramático y, al mismo tiempo, trabajé mucho. De los 17 a los 28 no paré. Televisión, teatro, cine... Y por esa época, cuando yo tenía 25 o así, nos conocimos Miguel y yo.

En otro casting.

J. D.: Sí, para una película que él escribió y dirigió (‘Anastezsi’, 2007), que me cogió. Estaban Ángela Molina, Derek Jacobi… Era una especie de ‘Operación Triunfo’ de violines. La rodamos en dos meses en la Puglia, el sur de Italia, en un pueblo que se llama Otranto maravilloso. Fue un rodaje, puuuf, lo recuerdo de las cosas más bonitas que me han pasado en esta profesión.

¿Entonces usted ya conocía a Juan, Miguel?

M. A.: Conocía a Juan Díaz ‘actor’, pero no personalmente.

“‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ es dificilísimo de adaptar. Toda mi obsesión era que su espíritu quedase intacto y que, en la obra, pudieras sentir lo que sientes con el libro”

Miguel Alcantud

¿Volvieron a trabajar después?

J. D.: Sí. Él dirigió, entre otros, ‘Al final del Camino’, una serie para TVE sobre la fundación de la Catedral de Santiago de Compostela, y me cogió para hacer de Raimundo de Borgoña, el marido de doña Urraca.

Reina de León.

J. D.: Exactamente. Y después de esta serie, sí que pasó un tiempo que no nos volvimos a ver y un día me dice: “Tengo esto”. Y esto era ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’.

En la que usted es el único protagonista. ¿Pensó en Juan desde el principio?

M. A.: No. Primero pensé en abstracto. Primero pedí los derechos para hacer la dramaturgia y demás, pero no fue la primera persona que me vino. De hecho, no me vino ninguna. Luego ya me senté a ver quién y barajé varios nombres pero, al final, creo que Juan era el perfecto. Y lo hablé con Santiago Molero, con quien conversé mucho de la dramaturgia, el texto…, y me decía: “No hay actor más idóneo para este personaje que Juan”.

J. D.: Por la locura (sonríe, entre pillo y dulce)… Aunque sí que es verdad que me siento muy familiarizado con el personaje de Aleksy sin haber tenido, por suerte, una familia tan desestructurada y con tantos problemas como él tuvo él. Pero hay algo en su fuerza y en su locura y en su arte en lo que sí que me siento identificado. Siempre he ido un poco a la contra de las cosas que me han pasado en la vida y me ha gustado siempre hacer las un poco más transgresoras. Y creo que Aleksy es así. Es una gozada realizar este monólogo.

¿Qué pensó cuando se lo dio Miguel? Porque al principio no lo veía, ¿no?

J. D.: A ver…, siempre que te dan un monólogo, por mucho que te apetezca, tú ves el grosor…, empiezas a leer y dices: “Hostia, ¿dónde me estoy metiendo?”.

“Esta obra es un homenaje a las madres”

Juan Díaz

¿Por qué?

J. D.: Porque luego tú sabes que estás solo ahí en escena. Ahí no está tu mamá para ayudarte. Tienes que estar muy convencido de que, lo que leas, te mueve y de que es acción. Porque una cosa es una lectura dramatizada y otra es crear un personaje y eso tenga vida. Entonces, yo cuando lo leía, decía: “Cada frase está llena de mil conceptos, colores, poesía, adjetivos…”. Y representar todo eso no es tan fácil en una hora y veinte, ¿sabes? De primeras me asusté. Pero Miguel tenía muy clara la puesta en escena y, a medida que lo fuimos ensayando, fui entendiendo el concepto y me fui enamorando del montaje. Me han ido gustando mucho las propuestas que me ha hecho y que me hicieron, de alguna manera, crear a Aleksy, que al final es de lo que se trata: de que la gente, cuando entra en el teatro, vea un señor que es un pintor que les abre su estudio y les va a contar a través de su pintura como fue su trágica vida familiar. Y sobre todo la relación con su madre, que es de lo que hablamos. Esta obra es un homenaje a las madres.

También habla del perdón. ¿Cómo llegó este libro a usted, Miguel?

M. A.: ¡No me acuerdo! Supongo que alguien me lo recomendaría. Sólo sé que, de pronto, un día lo tenía.

Y leyó la primera frase (“Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años”) y, boom, puñetazo.

M. A.: Claro. Me senté a leer y descubrí que tenía mucho que ver conmigo y, un poco, por la pregunta que me hacías antes del casting de Juan, es porque él tiene eso. Por un lado esa capacidad infinita de jugar, aunque, los que le conocemos un poquitito más, sabemos que tiene esta ultrasensibilidad que se le escapa y a veces no sabe cómo manejar. Son las dos cosas de Aleksy. La mezcla entre la poesía y la brutalidad.

Qué bonita definición.

M. A.: Entonces yo leí esto y me movió muchísimo, muchas cosas, como a tanta gente, porque este es un libro que, sin una gran campaña detrás, ha vendido muchos miles en España y en toda Europa.

¿200.000 ejemplares puede ser?

M. A.: Creo que ya lleva más de 100.000 en España. Pero porque tiene muchas cosas que te tocan.

Pues ustedes lo han subido ahora al teatro. ¿Qué fue lo más difícil de adaptarlo?

M. A.: El libro es dificilísimo de adaptar. Toda mi obsesión era que el espíritu del libro quedase intacto y que, en la obra, pudieras sentir lo que sientes con el libro.

“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"

¿Y cómo se consigue eso?

M. A.: Hay que sacrificar tramas, cosas… Pero terminé el libro y, según lo cerré, pillé el ordenador, busqué el contacto de la editorial (Impedimenta) y les escribí: “Lo quiero, ¿está libre?”. Y me pusieron en contacto con la autora, Tatiana Tabuleac, porque los derechos no los lleva la editorial.

¿Cuánto de usted hay en esta adaptación?

M. A.: Todas las palabras son de Tatiana. Yo no me metido una sola mía. Lo que hice fue casi un corta-pega para darle un nuevo sentido dramático. Un poco como ‘Rayuela’. Despiezarlo y volver a armarlo para que, dramáticamente, tuviese la curva que nosotros necesitábamos.

¿Cuánto tiempo le llevó eso?

M. A.: Tres, cuatro meses.

Cuando lo acabó llamó a la autora para ver si lo quería revisar y le dijo que no, que era su versión, la de Miguel Alcantud, ¿verdad?

M. A.: Ella no sabe lo que he hecho. No tiene ni idea. Yo le dije, cuando hicimos el acuerdo: “Te lo paso para que le eches un ojo, para que protejas tu obra, si quieres”. Pero ella me contestó: “Si yo confío en ti como para que hagas la obra, tiene que ser tu versión, lo que tú hayas visto. Con lo cual no quiero ni leerla. Yo, eso sí, si me invitáis al estreno, quiero verla, para descubrir qué habéis hecho y disfrutarla”.

¿Sabe castellano?

M. A.: Yo creo que entiende español.

Llevan casi todo 2025 trabajando en esta obra, en mayo hacen un ensayo abierto en Madrid, en septiembre representan en Torrelavega y, antes de girar con ella por España, lo hacen en México. ¿Por qué?

M. A.: Por Microteatro y las cosas que yo estoy haciendo allí. Trabajo bastante en México y me surgió la posibilidad de tener varias plazas donde poder hacerla. Nos pareció divertido y allí nos fuimos. Casi como de banda de rock.

J. D.: De furgoneta…

M. A.: Nosotros y la escenografía todo en la misma furgoneta y a recorrer ciudades.

J. D.: Con gente que nos llevaba.

M. A.: Sí, sí, claro. Teníamos un equipillo allí, de producción.

“Juan Díaz es un actor en el que se mezclan perfecto la poesía y la brutalidad”

Miguel Alcantud

Sí, porque México no es un país fácil para echarse a la carretera a la aventura.

M. A.: Todo fue súper tranquilo.

J. D.: Sólo tuvimos un (la risa se le atraganta) pequeño susto del que Miguel y yo ni nos enteramos. En un Blablacar, porque Lila Valencia, la persona que es todo allí nuestro…

¿Qué pasó?

J. D.: El Blablacar es algo de fiar allí, porque tú ves el perfil del conductor, y cuando montamos en el coche, Miguel y yo nos quedamos dormidos atrás. El viaje eran dos horas, pero cuando había pasado muy poco tiempo, el conductor puso: “En diez minutos estamos”. Entonces Lila lo vio.

Y, claro, ustedes dormidos.

J. D.: Sí, sí. Y ella lo vio. “¿En diez minutos, dónde?”. Y ella pensando: “Voy con dos guiris en el coche, van a parar en cualquier lado, nos van a desvalijar…”. Pero cuando llegamos lo de los “diez minutos” era que le daban una lámpara al conductor. Aunque ella, del susto, el dinero se lo había guardado en otro lado y todo. Y nosotros salimos de ahí, despreocupados (ríe)…

M. A.: De hecho estábamos monitorizado. O sea, abrió, abrió el whatsapp para hacer el seguimiento en tiempo real para que una persona de fuera supiera dónde estábamos.

J. D.: Eso es algo que viven así. Constantemente.

M. A.: Ellos están muy alerta. Nosotros como buenos guiris…

J. D.: Pero ha sido una experiencia brutal porque hemos actuado en tres ciudades, y teatros, totalmente diferentes. Con público muy distinto. Y lo que hemos recibido es que la obra gusta, llega, toca y mueve cosas.

“Esta es una obra que gusta, llega, toca y mueve cosas”

Juan Díaz

¿Todos los públicos han respondido de la misma manera?

M. A.: En una de las ciudades, Orizaba, Veracruz, la primera de la gira, se formó como una especie de gran terapia de 200 personas. Porque a nosotros, al finalizar, nos gusta tener un encuentro con el público para conocer sus sensaciones.

J. D.: Y cada una que hablaba contaba su historia.

M. A.: Y el efecto de la obra y la necesidad de sacar las cosas estaba muy vinculado a la salud mental. En cambio, en Ciudad de México la charla fue mucho más técnica, mucho más sobre teatro y la obra, sobre otras cosas.

J. D.: Allí el público se reía mucho más. Y eso es lo bueno que tiene el monólogo, que por eso engancha. Porque tiene sarcasmo, ironía, humor… Y luego crudeza. Ese contraste es lo que te hace un poco como reírte y luego te toca. Que no es una tragedia al uso, ni un melodrama. Es la vida.

Qué bueno eso. ¿Qué aprendizaje les deja para ahora, en la Mirador, la gira por México?

M. A.: Cada vez que lo hacemos vamos hablando, tocamos cositas. Del texto, de ritmo, de movimientos. O sea, la obra sigue viva y va estar siempre en construcción. El haber tenido tres públicos tan distintos, porque el tercero de allí fue en Puebla, una ciudad muy conservadora, en un teatro lleno con 700 personas y un público muy conservador.

J. D.: Es que la obra tiene algo que allí impactó. Porque en México las dos cosas más sagradas que hay son las madres y la Virgen de Guadalupe. Eso nos lo explicaron desde el primer momento. Que no se toca. Entonces yo allí en México empiezo la obra cambiando “gilipollas” por “pendeja”, que es lo peor que puedes decir a una madre.

¿Sí?

J. D.: Claro, yo empiezo diciendo (la voz de Aleksy toma como de pronto sus cuerdas vocales): “Mi madre esperando como una pendeja”. Ya la gente decía: “Pero este tío…”. Pero poco a poco, poco a poco, se van reconciliando con mi personaje y el amor hacia mi madre va transformándose en otra cosa. Lo que pasó allí en Puebla fue un poco eso. En México, lo que te decía, se reían desde el primer momento a carcajada limpia y en Puebla todo lo contado, parecía como pintado.

M. A.: Casi ni parpadeaban (desliza, en un susurro).

J. D.: Yo no sabía si les estaba ofendiendo, aburriendo o si no estaban entrando y, como hacíamos el coloquio después, resulta que a ellos les había llegado desde un lugar como más relajado, más interno. No veían tanto el humor.

M. A.: Pero les impactó muchísimo. Pero lo contaron todo después del aplauso, Durante la obra estaban como (simula una estatua, congelada, a continuación vuelve su voz al susurro) no se oía nada.

J. D.: Sí, de hecho, Lila nos contó, porque al final se sinceró un poco con nosotros: “Es que vosotros, ustedes, no dejan al público aplaudir”. Y es verdad. A mí hay un punto donde, si pudiera, quitaría los aplausos. Como el salir a saludar. Me gusta como hace La Zaranda, un grupo andaluz, maravilloso, que no sale a saludar. Ellos se van porque les gusta que la gente del público se quede con el recuerdo del personaje y no que vean al actor saludando. Y a mí hay un punto que, cuando acabo, empiezan a aplaudir y yo: “Venga ya, ya, vamos a hablar un poco de esto”. Siempre me da como pudor el aplauso. Y ella nos decía: “No, no, no. Aquí no. Aquí para la gente es un momento súper importante”.

M. A.: Importantísimo. El protocolo es el protocolo y, sobre todo en estas plazas conservadoras, tienes que hacer todos sus pasos. Entonces nosotros íbamos como…

J. D.: Un poco acelerados europeos.

“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"
Juan Díaz y Miguel Alcantud, para AS.ANGELA PARAMO

Que viven en Madrid.

M. A.: Agrediéndoles, rompiendo su protocolo.

¿Qué ocurre con las pinturas cuando termina la obra?

J. D.: ¡Me ducho yo con ellas!

M. A.: Vamos a ofertar pases VIP para ver la ducha de Juan con las pinturas (carcajea alto).

Porque, claro, utilizan un soporte de metacrilato y siempre el mismo, ¿no? Yo que iba a preguntar cuál de ellas guardaban con más cariño…

M. A.: Nos ha pasado una cosa curiosa. Sí nos han comprado obra. Después del primer pase en mayo, el ensayo abierto en el Centro Cultural, la Pilar Miró, alguien del público se puso en contacto conmigo, que quería una de las obras. Entonces le explicamos que nuestro proceso no permite eso.

Porque, claro, ya se había duchado Juan con ella…

M. A.: Y aunque no se duchara con ellas: se descomponen en un mes. Por el tipo de pintura, que es de dedos para niños, sin gluten, por si quiere comérsela el actor, que nunca sabes lo que va a hacer… Entonces lo que hicimos fue que se lo dijimos a Bárbara Shunyi, quien ha diseñado todas las piezas y la con la que hicimos el entrenamiento, y ella le pintó ese cuadro concreto.

J. D.: Ojalá vendamos muchos…

M. A.: Porque aparte de compañía teatral somos galería (ríe).

J. D.: Lo cual nos vendría muy bien para pagar todos los gastos (ríe). En los procesos de ensayos, hicimos una residencia en el estudio de Bárbara en Puerto del Real, Cádiz. Estuvimos cinco días en los que ensayábamos mañana y tarde. Y ella se ponía en una esquinita y pintaba lo que a ella, según escuchaba el texto, le inspiraba. Esos cuadros que ella hizo al principio no fueron los definitivos. Fuimos descartando por colores, composición, cosas y, al final, se quedaron así, los definitivos que replico cada vez que hago un pase y ensayo. Nunca va a quedar igual, porque un trazado nunca va a serlo, pero el concepto del cuadro sí que lo tengo claro en cada uno. Lo bonito es que el público, cuando lo ve, se piensa que esas obras son espontáneas y que las estoy improvisando. Y no es real, pero actuar es eso: darle al público la sensación de que lo que están viendo está pasando por primera vez.

“Actuar es darle al público la sensación de que lo que están viendo está pasando por primera vez”

Juan Díaz

Qué bueno. ¿Cómo llegó Bárbara al proyecto?

M. A.: Porque somos amigos de hace mil años del barrio de Lavapiés, cuando yo vivía allí. Y, digamos que, cuando hice el casting de la obra, no hice solo el del actor, sino también el de quién podía expresar mejor lo que queríamos contar desde la parte del pintor. Juan es la cara, la voz, las expresiones. Pero necesitaba el arte. Y Bárbara era perfecta para eso, para hacer esa parte de Alesky. Hablé con ella, le pasé el texto e, igual que Juan, me dijo: “Tú estás loco”. “Fantástico. Estamos en lo mismo”, le contesté. Y entonces quedamos en hacer esta residencia de cinco días, los tres metidos en un taller trabajando juntos texto y pintura.

J. D.: Cada uno tiene sus complejos y para mí pintar siempre me había costado. Imagínate hacerlo delante de 800 personas mientras estás contado una historia y no eres pintor…

M. A.: Ahora ya lo eres.

J. D.: Ahora, a base de pintar, pintar y pintar. Y de que Bárbara me ha ido corrigiendo. Pero desde cómo coger un pincel. Según lo coges ya ves si eres pintor o farsante.

Y a usted le daba mucho miedo que alguien entre el público experto le viera así.

J. D.: Me da mucho respeto. Contar historias no me cuesta. Lo que me cuesta es desprenderme de mí mismo para contar historias. Y pintar contando historias ya me parecía la cosa más loca. Cada vez que llegaba el momento en el que tenía que pintar un cuadro empezaba a temblar y a sentirme mal. Miguel tenía muy clara esa idea y me insistió e insistió, y yo siempre le iba tirando un poquito para abajo. “Pero ¿seguro?, ¿tú crees que es necesario que pinte?”. “Sí, confía”.

Porque el público que vaya a ver la obra verá algo más allá del teatro, con la pintura en directo. Porque Juan, usted interactúa con el público mucho, y desde el principio, según entran en la sala...

J. D.: Yo he hecho otros monólogos, en otras obras, y como espectador me gusta verlos, pero la tendencia es que el actor está en su mundo, en su burbuja, y la gente le mira a través de una ventana. No están con el actor, el personaje. Aquí sí. Hemos buscado eso en éste. Dirigirme directamente al público desde el primer minuto, es la primera vez que lo hago en una obra de estas características. Para implicarle en la historia, que le sea cercana, con una comunicación directa para que Aleksy, dentro de su locura y de su arte, le sea cercano a todo el mundo. Y eso es lo que queremos mostrar. Y, además, me ayuda mucho porque estamos jugando entre la performance y el teatro.

M. A.: Los hacemos presentes desde el minuto uno.

J. D.: Y esto ayuda para esta historia, porque la gente lo recibe mucho más cerca. Ven a alguien humano que, de alguna manera, está conectando con sus vidas y se abre en canal para que el resto del mundo entienda qué le ha pasado.

“Juan es la cara, la voz, las expresiones de ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’. Y Bárbara Shunyi es el arte”

Miguel Alcantud

Y desde que ponen un pie en el teatro ya tienen enfrente a su personaje.

M. A.: Nos gustaba que fuese así, desde el minuto uno. Queríamos que el público estuviera metido desde que entrara en la sala, que supiera que este señor estaba y que les estaba viendo. Eso les mete desde el minuto uno, desde antes de empezar a hablar.

J. D.: Desde que el primer espectador entra por la puerta yo ya estoy trabajando. Y lo he notado en todas las funciones. Que solo mi presencia…

M. A.: Hace que el público hasta hable distinto entre ellos.

J. D.: Y es flipante, porque, de repente, va a empezar la función y todo el mundo está callado. Respetando que hay un tipo ahí trabajando, que soy yo, y que no saben por dónde va a salir. Jugamos a esa incomodidad, que es maravillosa para mí y el espectador. Establecemos ya un vínculo desde el principio.

M. A.: Y tiene que ver mucho con la curva que queremos dentro de la obra.

“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"
Juan Díaz y Miguel Alcantud, para AS.ANGELA PARAMO

Hábleme de esa curva.

M. A.: Nuestra lucha, al contrario que la mayoría de narrativas, es que tú no sientes empatía desde el minuto uno por el personaje sino todo lo contrario. Buscamos que haya una distancia, en libro pasa también. Que hay una distancia. Que estás intentando entender qué le pasa a este señor, por qué es así y por qué no te gusta y aún así te atrae. Y poco a poco entras como en su mundo.

J. D.: Gracias a lo que te cuenta.

M. A.: Y su mundo va evolucionando y tú evolucionas con él. Se establece esta relación hacia el final de la obra o, hacia el final del libro, donde todos caminamos juntos. Pero para eso tenemos que marcar mucha distancia. De ahí su presencia al inicio. Todo tiene un por qué.

Luego la escenografía también es muy peculiar.

J. D.: Estéticamente toda la idea es suya. La primera pieza fue mi vestuario y, a raíz de eso, tiramos todo por una línea muy parecida.

La primera pieza el vestuario, ¿por qué?

J. D.: No, eso fui yo, que pensé: “¿Cómo iría vestido este tío?”. Entonces me imaginé algo elegante y dije: “¡Mi traje de boda!”. De mi boda primera, bueno, mi única, que fue un fiasco, y lo tenía ahí, apolillado en el armario (sonríe). A raíz de eso, porque el traje es blanco, empezamos a idear cómo serían las sillas, los soportes donde pintaba, el carro que lleva las pinturas… Y a todo le fuimos dando un toque estético bastante homogéneo.

M. A.: Lo divertido del proceso es que ha sido un juego entre dos, en el que hay muchas cosas que, si ahora mismo me preguntan, no sé ni de dónde han salido exactamente. Los dos hemos ido aportando. Los dos nos hemos ido enjuiciando uno al otro creativamente. Ninguno somos conformistas. Y a los dos nos gusta mucho aportar. Es un espectáculo de creación entre los dos.

J. D.: Lo que sí nos gustaba era la idea, que en teatro a mí me gusta mucho, de que cuando empieza la función la puesta en escena es una y, cuando acaba, otra totalmente diferente, tendente además al caos y a la cosa más loca. Y aquí ocurre. Pasamos de algo muy aséptico, muy limpio, a algo muy desordenado, muy loco y colorido. Y ese es un poco el viaje que hace Aleksy para reconciliarse con su madre. Y con la vida.

“En una hora y veinte pasamos de algo muy aséptico, muy limpio, a algo muy desordenado, muy loco y colorido”

Juan Díaz

Hablando de limpieza. Su traje acaba también muy manchado de pintura…

J. D.: Lo llevé a la tintorería. Y no hay manera (sonríe, pillo). Se ha quitado un poquito, pero está bien.

¿Qué le dijeron los de la tintorería cuando lo vieron?

J. D.: Les dije: “Esto es una cosa muy especial”. Y miraron el traje y me contestaron: “¿Y qué quieres que hagamos con esto?”. Me echaron seis tratamientos diferentes porque, claro, no solo son las funciones, también los ensayos, y cuando yo pinto me mancho y llega un momento en el que se mancha tanto (se le cruza la risa) que dices: “Ostras, va a perder el blanco”. Pero le hemos ido quitando un poco de pintura para que no quede tan sucio.

Pero está vivido.

M. A.: Es lo que queremos.

J. D.: Es muy bonita esa cosa de que, a cada función, vaya teniendo manchas nuevas. Como si llega un día que es todo de colores.

M. A.: Le hemos hecho un exorcismo de color al traje de boda de Juan (carcajea).

La gente que ha leído el libro, ¿por qué tiene que ir a ver la obra?

M. A.: Porque es lo mismo y distinto. Porque tiene el espíritu, pero te aporta cosas nuevas. No lo sigue tal cual. Es una versión donde muchas cosas cambian, se reinterpretan, pero el espíritu está, con lo que es como leer el libro otra vez pero con otros ojos. Es lo que te decía de ‘Rayuela’: si lo lees en otro orden, con otros ojos, te aporta cosas distintas.

J. D.: Yo, por suerte o desgracia, no me he leído la novela porque Miguel no me ha dejado.

“Hay algo en la fuerza, en la locura y en el arte de Alesksy, protagonista de ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ en lo que me siento identificado”

Juan Díaz

¿Por qué?

J. D.: Porque hay cosas, o información añadida, que me podría confundir, me dijo. Y es verdad. Yo he hecho más obras adaptadas de novelas o películas y, a veces, al principio sobre todo, es mejor centrarte en lo que pone en el libreto. Yo, sin haber leído la novela, lo que sí puedo recomendar a la gente que la ha leído es que, aparte de lo que ha dicho Miguel, creo que es una propuesta muy novedosa. La gente puede llegar, incluso, a olvidarse de la novela porque van a ver algo que, de repente, les va a mover hacia otros lugares y porque está más cerca del happening, de la performance que de la cosa más narrativa y lineal. Huimos de la novela teniendo en cuenta que somos la esencia de la novela.

¿El mejor halago que les han dicho sobre su montaje de ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’?

J. D.: A mí, de momento, las devoluciones de Orizaba. Nos pusieron los pelos de punta.

M. A.: Aquí hubo alguna…

J. D.: Sí, porque hubo gente que se sintió súper identificada con estos problemas. Te hablo de depresión con toques de suicidio, gente que no podía ni hablar después de la función de lo que les había removido. A mí lo que más me ha impactado es que, sin saberlo, esta obra, cuando la ve gente que ha tenido dificultades a la hora de relacionarse con su familia, su pareja, la vida…, de repente les toca, les emociona y se sienten muy identificados con Aleksy y, al mismo tiempo, súper agradecidos porque creen que es una especie de obra liberadora. Porque la gente no se sale con un agobio de: “Vaya tragedia, me voy súper triste”. Tiene mucha luz y eso es lo que nosotros queríamos trabajar, que hubiera luz en todo. Tras un principio súper desagradable, donde un chico trata fatal a su madre, acaba haciéndole el homenaje más bonito que se le puede hacer. Y eso la gente lo ve. Lo recibe siempre.

Oh.

J. D.: Es lo que tiene esta obra, que siempre hay una herida. Esa que se genera entre Aleksy y su madre. Que tiene pus, se abre y no para de sangrar y, entre los dos, consiguen cerrar aunque quede una cicatriz.

M. A.: El éxito de Aleksy, en cierto modo, no es que cure la herida, es que asume que la tiene y que la va a llevar. Por eso viene toda esta evolución de la escenografía hacia el color. Porque todo nos lleva hacia la luz, el color. Tanto lo que dice como lo que sientes como lo que ves.

“Huimos de la novela teniendo en cuenta que somos la esencia de la novela”

Juan Díaz

La primera vez que trabajaron juntos, usted, Juan, tuvo que aprender a tocar el violín y ahora a pintar. ¿Qué es más difícil?

J. D.: Lo del violín fue bastante difícil también…

M. A.: Por eso no quiere trabajar conmigo más (ríen ambos).

J. D.: Tuve la suerte, además, digo la suerte, que mi personaje era un virtuoso del violín y yo en un mes debía serlo.

¿Y había tocado alguna vez ese instrumento?

J. D.: No, nunca. Lo más difícil de tocar un violín no son las partes más virtuosas, porque ahí puedes disimular. Haces ahí un poco el loco, te mueves y tal, siempre teniendo el violín quieto, no como un jamón. Esto lo trabajábamos todos los días. De memoria sensitiva que se llama: acostumbrarte a tener los objetos y hacerte preguntas con ellos. Con y sin el objeto. Entonces, a mí me costó, pero podía imitar a un violinista. Poníamos un violinista ahí (señala al fondo) y yo tenía la cámara y entonces le imitaba los gestos. Pero cuando tienes que hacer algo delicado… Ahí es donde canta La Traviata (ríe). Ahí sí que hay que sustituir al actor por alguien profesional, porque se nota. Cuando vas de una nota a otra, despacito, y el arco. Se nota más que el actor no ha tenido ese contacto. Y eso lo dice Russell Crowe y Jude Law que, en Master and Commander, que Russell toca el violín y Jude, el chelo, estuvieron ocho meses para preparar la pieza que tocan y hacen playback.

M. A.: Y Juan lo hizo en un mes.

J. D.: Luego, esto de pintar ha sido una dificultad. Pero gracias a Bárbara, que me dio muuucha tranquilidad. Gracias a Miguel, que ha confiado mucho en mí también y gracias al trabajo. Si no trabajas no sale nada.

M. A.: De hecho, construimos una especie de atril especial para que él pudiera practicar.

J. D.: Practicar y practicar y practicar. Y quitarme los complejos.

“Soy del Real Madrid desde niño. Mi mejor regalo de Reyes fue una equipación que me regalaron con seis años”

Juan Díaz

Porque, claro, esta obra también ha sido una redención propia para usted, ¿no?

J. D.: Claro, porque tú, imagínate, al que pinta mal toda la vida la gente de su alrededor siempre le ha dicho: “Madre mía qué mal pintas”.

¿Y eso le pasaba a usted?

J. D.: A mí siempre. O mi letra. “Qué letra de niño tienes” o “qué dibujo más feo”. Pues todo eso quieras que no… Pero, bueno, a base de confiar, de coger bien el pincel, de escuchar a Bárbara, de hacer caso a Miguel, al final haciéndolo.

¿Y ahora, cómo se siente pintando?

J. D.: Pues ahora, la verdad, en escena disfruto mucho de pintar. Me gusta que llegue ese momento. Me gusta hacer algo diferente. El teatro es vida y la vida la creas tú con un texto, pero que tienes que integrar de tal manera que hagas creer a la gente que lo estás haciendo por primera vez y que tú eres el personaje, ¿no? Es un juego. Y esto es jugar.

Hablando de juegos. Ustedes viven su propio Clásico. Juan es del Madrid y Miguel, del Barça. ¿Les ha pillado algún gran partido de ambos en alguna representación?

J. D.: Sí (carcajea entre dientes).

M. A.: Justo yendo de Orizaba a Puebla, en México.

¿Hay muchas discusiones de fútbol entre ustedes?

J. D.: Sí, sí. Yo me meto mucho con Lamine Yamal (carcajea, ahora expandido).

M. A.: (Con la risa en la boca también) Sí, sí. Pero en plan divertido y sano. De hecho, en ese viaje de Orizaba a Puebla, conseguí una red y nos vimos el último Madrid-Barça en un autobús, yendo de una ciudad a otra. Nos sentamos ahí juntos, nos pusimos el móvil y vimos el partido.

“El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ llega al teatro en un montaje imperdible: ”Es como el libro pero distinto"
Miguel Alcantud y Juan Díaz, para AS. ANGELA PARAMO

¿Cantando los goles?

J. D.: No, soy muy discreto (ríe de nuevo). Allí eran las diez de la mañana.

El año pasado el Madrid no le ganó ningún partido al Barcelona…

M. A.: Y justo me tiene que tocar con él cuando lo hace (ríe).

J. D.: Yo reconozco que soy del Madrid de toda la vida.

De hecho, una vez en una entrevista contó que uno de los regalos más especiales de Reyes que ha tenido, es cuando le regalaron la equipación del Madrid.

J. D.: Sí, sí, sí. Con seis años. Me acuerdo perfectamente de ese traje. Del día y el momento. Mi abuelo me hizo socio del Madrid con seis años aunque después me quité. Mi hermano sigue siendo. Yo soy del Madrid por familia, porque toda lo es, pero, también me cae muy bien el Atlético. Me gusta verle y que gane. El Barça no. No por rivalidad histórica y porque, además, es bueno que no desees que tu enemigo gane ni tenga más títulos que tú aunque reconozco que me gusta Flick y cómo juega el Barça. El Madrid lleva dos temporadas, la pasada y esta, irregular. Aunque tenga a Mbappé.

¿Cómo ve a Xabi Alonso?

J. D.: Pero yo creo en su Madrid, aún es pronto. Un sistema nuevo que aún se ha de ajustar y Xabi Alonso, que conoce bien la casa por los cinco años que vistió su camiseta, les irá impregnando de la filosofía del club. Es verdad que la nueva Champions parece más difícil, el Madrid a lo mejor estaba más acostumbrado a ganar las Copas de Europa en un formato más reducido y la diferencia con la Premier parece en estos momentos abismal con el resto de ligas europeas, pero el Madrid se viene arriba cuando van pasando los meses...

¿Su primer recuerdo de fútbol?

J. D.: Pues ese que has dicho. Cuando me trajeron los Reyes el traje del Madrid. Luego, por ejemplo, cuando fui socio era la época de la Quinta del Buitre y, jo, yo me acuerdo que íbamos al campo a ver cuántos goles metía el Madrid. Es que ibas al campo y ganaba 3-0, 4-0 o 5-0. Estaban Míchel, Hugo Sánchez, Butragueño, Martín Vázquez… Era una gozada verles. En aquella época el Barça no tenía nada que hacer. Ni el Atleti.

Hasta que llegó Cruyff al Barcelona…

J. D.: Y luego la época ya que nos destrozaron con Messi, con Xavi, Iniesta... Pero, claro, si te gusta el fútbol no te puede no gustar cómo juega el Barça. El Barça de la época de Messi es para mí el culmen de lo que he visto en mi vida de fútbol y eso que soy madridista.

Y a usted, Miguel, ¿de dónde le viene el fútbol?

M. A.: A ver, yo soy de Cartagena. Es difícil ser solo del Cartagena (se escucha la risa de Juan de fondo). Tienes que buscar otro equipo que de vez en cuando gane. Y, en esa época, cuando yo coleccionaba cromos, había un señor que se llamaba Cruyff y un señor que se llamaba Neeskens y yo dije: “Pues yo soy de estos”. Pero fue decisión de niño, por los cromos. Y, a partir de ahí, ese fue mi equipo.

“Los partidos del Barça son más divertidos con Flick, aunque sufrimos muchos, pero se gana”

Miguel Alcantud

¿Es muy seguidor de los partidos?

M. A.: Suelo verlos bastante. Con mi hijo. Nos sentamos en el sofá y nos intentamos tragar todos los que podemos. Y alguna vez también al campo.

¿Cómo ve al Barça de Flick?

M. A.: Me parece interesante. Divertido. Tiene esta cosa de montaña rusa que hace que, aunque sufrimos a veces mucho, por el sistema kamikaze que tiene, me parece que los partidos con Flick son más divertidos que cuando no estaba. Lo bueno es que, encima, muchos ganamos. No juega a vamos a tenerla, vamos a amarrar o a hacer mil pases horizontales. No, no, no.

J. D.: Es romper líneas todo el rato.

M. A.: Claro. Propone algo tanto en defensa como en ataque que hace que los partidos siempre sean mucho más divertidos que los de otros equipos que no nombraré.

Si tuviera que adaptar al teatro un Madrid-Barça, ¿qué obra resultaría?

J. D.: ¿'Romeo y Julieta’?

M. A.: Yo, de hecho, una película futbolera, ‘Diamantes Negros’, y yo creo que el fútbol es el mega amplificador del mundo. Cualquier cosa que pasa en el fútbol tiene muchísima más repercusión que otra que exista. Y de ahí nació ‘Diamantes negros’, sobre el tráfico de niños africanos para ser futbolistas. Tuvo un impacto súper grande e hizo que la FIFA y la UEFA endurecieron la controles. Y ahora estoy con otra película, primicia, que ya la tiene una productora, Dínamo, que no puedo contar mucho de ella pero también habla de temas sociales respecto al fútbol pero ahora en clave comedia. El fútbol en sí es precioso. Muchas veces su problema son los alrededores. Tiene muchísimas cosas turbias, feas. De poder, de utilización. Cosas que no tienen nada que ver con el deporte. Pero, volviendo a la dramaturgia no se me ocurre cuál sería.

Juan dice ‘Romero y Julieta’…

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M. A.: Podría, podría...

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