Saúl Craviotto: “No soy fan de las dietas milagro; soy más de sentido común”
El piragüista, que tiene en su palmarés seis medallas olímpicas, charla con Diario AS acerca de deporte y cocina, sobre la vida y, a fin de cuentas, sobre el tiempo.


Si Mary Shelley se propusiera crear la antítesis literaria de El moderno Prometeo, popularmente conocido como Frankenstein, nacería algo así como ‘Craviotto, El vanguardista Hombre de Vitruvio’. El piragüista parece haber heredado del dibujo de Leonardo da Vinci la fuerza que solo cuatro brazos otorgan, así como las proporciones de la figura; y del polímata florentino, su don innato para desempeñarse en cualquier campo: es policía, conferenciante, modelo, cocinero y, ni corto ni perezoso, el deportista español con más medallas olímpicas de la historia.
Cuando uno piensa en todos los universos que caben dentro de Saúl Craviotto (Lérida, 1984) se siente abrumado. Al recordarle su victoria en MasterChef Celebrity, allá por 2017, se quita las flores —para colmo, humilde— y reconoce que la cocina es solamente un hobby. Nada más. Toma asiento en el pasillo de una primera planta a ladrillo descubierto en pleno centro de Madrid; detrás, una botella de Coto de Caleruega, vino de la Ribera del Duero del que se ha convertido en embajador.
-¿Qué has desayunado hoy?
-Pues mira, una tostada con aguacate, jamón y dos huevos fritos encima; zumo de naranja natural; piezas de fruta, piña, melón, sandía y naranja; un yogur con un poco de avena y un cafetín.
-Todo, ¿todos los días?
-Todos los días.
-Has hecho y haces tantas cosas que es abrumador y difícil describirte.
-Soy un tío normal. Digamos que he tenido una carrera deportiva que me ha dado muchas oportunidades y que gracias a esas oportunidades he ido a programas de televisión donde se me ha visto una faceta culinaria... Digamos que una cosa me ha llevado a otra, pero la esencia de Saúl es la de un chico normal: un padre de familia, papá de tres niñas, que tiene una vida muy normal. Y eso es lo que no quiero perder.
-¿Con qué soñabas cuando eras pequeño?
-Pues como todos los niños he pasado de astronauta a bombero y a mil cosas más. Pero medallista olímpico, nunca. Creo que empecé a soñar con ello a partir de los 15 años, cuando fui al equipo nacional: iba a campeonatos de España, empezaba a tener cierto nivel, veía a los del equipo absoluto que iban a Olimpiadas... Y ahí me entró el gusanillo de soñar con algo más grande. Pero nunca tuve la ambición de llegar a ‘algo’ en el deporte. Era un niño que hacía sus trastadas e iba en bici con sus primos, que jugaba a fútbol y hacía deporte. Como cualquier chaval.

-¿A qué olía tu infancia?
-Vengo de una familia humilde y feliz. Mi padre, electricista; mi madre, cocinera en un restaurante. Los veranos íbamos de camping, estábamos rodeados de primos en el pueblo. Esos eran los aromas.
-También de ahí viene el tema del piragüismo...
-Claro. Mi padre era piragüista; bueno, es: ha quedado campeón del mundo este año en la categoría de veteranos. El tío es el que me ha inculcado la pasión por el deporte. Para que veas: yo no soy el mejor ni en mi casa, que mi padre ha quedado campeón del mundo hace cuatro días (ríe). O sea que tengo cerca a un gran referente. Mi ejemplo a seguir.
-También la cocina es muy importante para ti. ¿Qué relación hay entre el deportista y el chef?
-Nos unen muchos valores. Desde el trabajo en equipo que conlleva el mundo gastronómico y la hostelería hasta el esfuerzo, el sacrificio, el disfrute, el objetivo, y hacer feliz a la gente. El deporte no deja de ser un espectáculo. Una Olimpiada es cada cuatro años y sirve para que un español se levante del sofá, grite y se emocione con las medallas; y la comida, lo mismo: cuando vienen invitados a casa se trata de poder darles la oportunidad de disfrutar de un buen plato, de verles felices. Creo que tienen mucha similitudes.
-¿Cuando cocinas activas el gen competitivo?
-No, no. Yo lo uso más para evadirme. Me relaja mucho cocinar. Ese momento de abrirte una botella y echarte una copita de vino; hacerme una tortilla de patatas con música de fondo y tranquilo. Lo uso para relajarme. El tema competitivo lo tengo fuera de casa, dentro busco todo lo contrario.
-¿Y cual es la receta de Saúl Craviotto para la tortilla de patatas?
-Uf. La suelo hacer con cebolla, aunque sé que hay mucha controversia y mucha pelea con ello. Hace poco hice una que le puse taquitos de panceta y un poquito de queso para que le diera jugosidad. La subí a Instagram y tengo que admitir que me quedó más seca... (ríe). A mí que me gusta poco hecha, vaya. Pero de sabor estaba brutal.
-¿Siempre has cocinado?
-No te creas. De hecho, creo que empezó todo con MasterChef. Llevo desde los 15 años compitiendo, yendo de concentraciones, hoteles, centros de alto rendimiento... Al final estás como en un colegio mayor, que te hacen la comida siempre. Nunca he estado tipo soltero en un piso y cocinándome para mí; eso lo he vivido poco. Y a raíz de MasterChef cogí la pasión por la cocina.
-Hasta sacas un recetario...
-Sí, me animaron a hacerlo y... ¡pero mi libro no es nada fitness, eh! (ríe). A veces la gente cree que al ser deportista hago cosas con semillas y chía y no... Yo hago arroz con leche, fabada y torreznos. Soy un poco atípico como deportista porque me gusta también disfrutar; si no, para mí sería agonizante y, seguramente, mi carrera deportiva hubiera durado 10 años en lugar de 25 o 30.
Me gusta disfrutar de la comida. Me cuido mucho, aunque no soy radical. Entre semana me gusta no pasarme, pero yo el sábado... Abro gas, me como unos torreznos, una pizza, una hamburguesa y lo que pinte. Y si voy al cine, gominolas. No soy de los que pesa la comida.
-Da la sensación de que hay un antes y un después en tu figura mediática con MasterChef.
-Fue para mí un máster en televisión; yo, que venía de un mundo nada televisivo y nada mediático... Lo recuerdo como una etapa en la que conocí gente diferente e interesante, hice muchos amigos; buena gente por todos los lados. Y aprendí a cocinar, claro.
Para mí ha sido un trampolín de vida. Me ha abierto muchas puertas y gracias al programa he entrado en el hogar de muchas personas. Al final, el piragüismo lo ve mucha gente en los Juegos Olímpicos, pero desayunar, comer y cenar lo hacemos todos. A todos nos gusta ver una receta buena y sencilla. Y al final decidí meter la cocina en redes. Vi que el feedback era buenísimo, que a la gente le gustaba. Y ya mi contenido se estructura en deporte, lifestyle y gastronomía. Uso mucho Instagram y ahí vamos.

-Y ahora, te aventuras a la enología. ¿Por qué?
-Por la filosofía. Los valores que nos unen son muchísimos. Todo el esfuerzo que hay detrás de una botella es muy similar a los Juegos Olímpicos. Nos jugamos todo en treinta segundos, pero hay años y años de esfuerzo, de un equipo detrás y muchas horas; y detrás de un vino hay décadas de cuidado de un viñedo, porque para que la uva sea como es ahora se ha tenido que plantar hace 20, 30 o 40 años. Hay un esfuerzo detrás que no se ve.
-¿Cuál sería tu maridaje perfecto para un Ribera del Duero?
-Un bocata de torreznos con salsa kimchi, por ejemplo (ríe).
-¿Cómo definirías tu dieta?
-La dieta del sentido común. No soy muy fan de las dietas milagro, de las dietas de solo comer carne de repente; o de dejar de hacerlo y solo comer no sé qué. Estas dietas seguramente tengan su base científica, como los ayunos de tipo intermitente, que ahora se practican mucho, pero son modas.
Yo soy más de sentido común: comer saludable, variado, no excederte en nada. Todos los excesos son malos; hasta el vino, que si tomas una botella al día de lunes a lunes... Yo soy de sentido común y me abro mi botellita el fin de semana. Los excesos son malos. Y aquí, además, con la dieta mediterránea tenemos algo muy positivo.
-Y esa rutina gastronómica está mezclada con otra deportiva...
-Claro. De lunes a sábado, unas cuatro horitas al día. Ahora he bajado un poquito, pero, normalmente, antes de unos Juegos Olímpicos le damos una vuelta de tuerca. Y ahora que estoy viajando bastante, que he estado en Japón diez días, en Barcelona, Madrid... Estoy mucho de hoteles, pero para mí el requisito fundamental cuando voy a algún sitio es que tiene que entrar la ropa de entrenar en la maleta. Si no entra, casi prefiero no llevar vaqueros ni ropa para el evento. Para mí la prioridad es la ropa de deporte para ir al gimnasio del hotel o a correr. No puedo estar sin entrenar. Es mi forma de vida.
-Termina septiembre y empieza el curso deportivo. ¿Tienes los ojos puestos en Los Ángeles 2028?
-No, no. Lo veo como algo muy... Digamos que he entrado en una fase en la que voy año a año. No descarto nada, pero tampoco me atrevo a vender humo porque no me siento cómodo. Podría decir que sí, que voy, pero estaría mintiendo al resto y a mí mismo. Tengo 40 años y hay gente joven que tiene un nivel increíble, que está sacando medallas y apretándome las tuercas. Lo tengo muy complicado para ir, pero esto es deporte y voy a ir año a año... Si me encuentro bien, probaré; y si no, tampoco pasa nada.

-Cuando una persona lleva cinco Juegos Olímpicos, ¿qué le motiva para ir a unos sextos?
-Una medalla olímpica. Cuando haces lo que te gusta... (reflexiona). Todavía soy joven, digamos que no le he dado la vuelta al jamón, pero me va a ser difícil encontrar algo tan apasionante como representar a tu país, ir a unos Juegos Olímpicos, vivir la villa olímpica, sacar medallas... Va a ser muy difícil hablar en pasado de esa etapa. Si de momento estoy bien y puedo tirar para adelante, lo intentaremos.
-Cuando eras niño querías ser astronauta. Y ahora, ¿qué quieres ser de mayor?
-Mi aspiración es disfrutar más del tiempo; pasar más tiempo de calidad con mis hijas. Tener una mejor relación con el tiempo. No es una ambición de conseguir ‘algo’ o llegar ‘a’. La definición de éxito que tengo ahora no es la misma que la que tenía con 20 o 30 años; entonces veía el éxito como acumulación, o incluso dinero, reconocimiento... Ahora miro para atrás y me doy cuenta de que eso no es el éxito, sino más bien todo lo contrario. El éxito es tener la agenda con espacios verdes, poder llevar a mis hijas al cole y a actividades extraescolares; el fin de semana, tener la libertad de apagar el teléfono. Esa es la definición de éxito. Y de libertad.
-Si en 20 años nos sentamos a tomar una cerveza o un vino, ¿qué te gustaría decirme?
-Que espero que hayas conseguido tus propósitos, que es la clave de la felicidad en la vida.
-¿Y de ti?
-Que espero haber conseguido los míos (sonríe).
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