Tania García, investigadora socioeducativa, revela el mayor error de los padres en las vacaciones con hijos: “Ocurre mucho”
La experta critica el uso de las pantallas: “No es el problema, es el refugio. Las madres y padres se quejan de las pantallas, pero no pueden dejar de dárselas”.


Las vacaciones en familia son esperadas con ilusión: el descanso del trabajo, la desconexión de la rutina escolar, y la oportunidad de crear recuerdos juntos. Sin embargo, para muchos padres, las vacaciones con hijos pequeños o adolescentes también suponen un desafío importante: ¿cómo mantenerlos entretenidos sin caer en el agotamiento? ¿Y hasta qué punto es necesario que estén siempre ocupados?
Las redes sociales y la presión cultural venden la idea de unas vacaciones familiares idílicas: niños felices, actividades constantes, cero conflictos. Pero la realidad suele ser más compleja. Viajar con niños implica logística, paciencia y energía. Requiere adaptarse a ritmos distintos, gestionar expectativas y enfrentar momentos de aburrimiento, rabietas o cansancio.
Para Tania García, investigadora socioeducativa y neurocientífica, y fundadora también de la Educación Real®, la clave de unas buenas vacaciones con hijos está en la presencia consciente y cuál es el mayor error que cometen los padres: “El juego libre, sin control ni juicios, pero sí con presencial y conexión, entre otras cosas, reduce el cortisol, aumenta la dopamina, equilibra el sistema nervioso, estabiliza el sueño, promueve el vínculo sano y promueve la conexión emocional. Cada vez que un niño se sube a un árbol, crea una cabaña o se tumba a mirar el cielo, no está ‘perdiendo el tiempo’, está creando redes neuronales que sustentan su bienestar emocional presente y futuro. Eso sí, no debe hacerlo solo, debes estar presente realmente (no enganchado en tu móvil o pendiente de todo menos de él, que ocurre mucho en esta sociedad hiperestimulada en la que vivimos)”.

“La clave no es el control, eso solo genera miedo y desconexión, trabajar, por tanto, en nuestro vínculo sería el mejor objetivo, generando en ellos seguridad, autoestima y autoconocimiento emocional. Recomiendo diseñar el verano con una especie de ‘mapa emocional’: horarios flexibles y siguiendo sus ritmos para dormir, comer, descansar, mucha disponibilidad emocional y presencia adulta, y espacios reales para que el niño o la niña explore lo que le interesa, jugar, disfrutar, sentir, amar… No necesitamos tenerlo todo planificado, necesitamos saber cómo nos sentimos estando juntos, conectar con ellos sin exigencias. Desde ahí, todo llega solo”, agrega.
Para nutrir esa conexión, García confía en esa presencia en la que tanto insiste: “Más que hacer cosas especiales, recomiendo estar, sin juicios, sin control, sin exigencias. Estar con apertura, con ternura. Cocinar juntos, pasear sin prisa, jugar sin evaluar ni controlar… Porque el vínculo no se fortalece con grandes planes, sino con conexión que sostiene, silencios compartidos, presencia real. Lo que nutre a un niño o adolescente no es una actividad concreta, es sentir que puede ser él mismo a tu lado, sin tener que hacer nada para ganarse tu amor”.
Pantallas
Además, García apunta a que el aburrimiento es necesario en los niños, y no se debe tapar este a base del uso de pantallas: “En una sociedad que premia la hiperproductividad, abrirse al aburrimiento es un acto revolucionario. El aburrimiento es el espacio donde la creatividad se enciende, donde el cerebro descansa y se reorganiza, donde emerge el pensamiento propio dentro de la etapa cerebral en la que se encuentran. La neurociencia ha demostrado que los estados de descanso y aburrimiento son clave para la memoria, conectar con las emociones y favorecer la imaginación, entre otras muchas cuestiones. Cuando nuestros hijos se aburren (sin abandono emocional, con acompañamiento y conexión, claro), les estamos enseñando a habitar su mundo interior, no solo el exterior. Dejar de intervenir, acompañar emocionalmente lo que precisen y confiar en su capacidad de estar consigo mismos es una forma de amar”.
“La pantalla no es el problema, es el refugio. Las madres y padres se quejan de las pantallas, pero no pueden dejar de dárselas porque prefieren que estén ‘tranquilos’ y entretenidos, y ellos necesitan el aburrimiento y la presencia de sus figuras de referencia. Si nos centramos en limitar el uso, sin atender el vínculo, perpetuamos la desconexión. En cambio, si nos preguntamos qué necesidad hay detrás (aburrimiento, soledad, desbordamiento emocional…), podemos acompañar de verdad. Por eso hablamos de presencia real, no de control. Porque cuando un niño se siente sostenido emocionalmente, no necesita anestesiarse constantemente, solo juega con tecnologías en momentos puntuales, haciendo un uso no dañino dentro de su etapa cerebral”.
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¿Cómo pueden las familias detectar si el uso de pantallas está afectando al vínculo con sus hijos o a su bienestar emocional? “El termómetro es claro: cuando la pantalla reemplaza el vínculo, lo debilita, y lo acaba eliminando. Si un niño se vuelve más irritable, ansioso, apático o dependiente tras el uso, es una señal. Si solo quiere estar con la tablet, pero no disfruta del juego libre, su sistema nervioso está probablemente desequilibrado, y es que la dopamina rápida de las pantallas sobreestimula el cerebro infantil y adolescente, y eso bloquea el desarrollo sano de su corteza prefrontal y de su vida, al fin y al cabo. Con todo y, no obstante, el primer paso es dejar de poner el foco en ellos…, y mirar nuestro propio ombligo, nuestra responsabilidad, nuestra disponibilidad emocional, nuestra conexión real”, zanja.
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