Rafa Nadal acaba con el maleficio de Australia

Tenis | Open de Australia

Rafa Nadal acaba con el maleficio de Australia

Rafa Nadal acaba con el maleficio de Australia

Juan Gisbert intentó sin éxito ganar el Abierto de Australia en 1968, como también lo hicieron Andrés Gimeno en 1969 y Carlos Moyà en 1997. Y Arantxa y Conchita. Las tierras australianas siempre fueron esquivas para el tenis español. Hasta tres finales de Copa Davis perdió España allí, las dos de Santana y compañía y la del equipo liderado por Ferrero en 2003. No había manera, no hasta la llegada de Rafael Nadal Parera.

El manacorí ha sido el elegido para romper la desgraciada estadística. Hoy no sólo ha ganado él, ha ganado el tenis español, que en una semifinal memorable con Verdasco lució palmito ante medio mundo. Es difícil encontrar un país con mayor número de tenistas entre los cien primeros. Una situación prolongada durante décadas y que ha permitido que el chico desordenado, con un aire a medio camino entre Mowgli y Toro Sentado, abandonara el fútbol para hacer historia en el deporte de la raqueta. A buen seguro que se perdió un incisivo delantero pero se ganó una estrella universal.

Rafa Nadal volvió a exhibir hoy su carácter tirano en la pista. De nuevo ante su ya eterno rival, el suizo de oro Roger Federer, que acabó sollozando desconsolado en la emotiva entrega de premios. Su sueño de superar los 14 títulos de Grand Slam de su amigo Pete Sampras empieza a desvanecerse fruto de su ansiedad y del pánico que le genera la imagen de Nadal al otro lado de la red.

Nadal, mentalmente invencible

El número uno del mundo ganó el partido a pesar de haberse anotado un punto menos que Federer (173 por 174). Un dato nada anecdótico y que habla a las claras del saber estar del español en los momentos críticos. Su juego al porcentaje acaba con las piernas y el ánimo de cualquiera. Y con el de Federer acabó ya hace tiempo. Los hechos hablan por sí solos: 13 victorias en 19 enfrentamientos, los tres últimas en finales de Grand Slam.

A pesar de las diferencia de la superficie, el partido siguió el patrón establecido en los últimos duelos, caminó por el guión establecido por el team Nadal. El preclaro esquema de juego y la contundencia de Nadal, jugando a porcentaje, volvieron a salir victoriosos ante el talento y la calidad desordenada del suizo. El ingeniero Nadal volvió a imponer su ley ante el artista arquitecto. La practicidad acabó con la inspiración.

El duelo empezó descafeinado pero acabó alcanzando las cotas de épica y buen tenis ya vistas en la memorable final de Wimbledon. Federer, que desde el primer juego -en el que cometió una doble falta y dio dos cañazos fruto del pánico- sabía que Rafa le iba a ganar, se revolvió una y otra vez antes del golpe definitivo. Nadal mantuvo el partido bajo control en todo momento, consciente de su condición de número uno y gracias a su facilidad para crecerse ante la adversidad. Su mejor cabeza para manejar las situaciones críticas hizo el resto. Al suizo poco más le queda salvo acudir a su psicólogo en busca de paz. Ya no tiene edad para modificar su forma de juego.

Nadal fue el de siempre. El jugador listo, solvente y demoledor que acostumbra. No hubo lugar para la fatiga física tras encontrar el ritmo en sus piernas. El errático primer primer set, en el que se produjeron hasta cinco breaks, se resolvió en el undécimo juego. Entonces su mirada comenzó a vibrar, atemorizada, consciente de la gravedad de haber dejado escapar un 2-4 a su favor.

El segundo episodio de la batalla invirtió los papeles. Nadal conseguía la rotura en el quinto juego (3-2), después de sufrir con su saque y olvidando el juego en blanco encajado en el tercero. Una situación que dio alas al helvético para encadenar cuatro juegos consecutivos e igualar la final a un set (3-6).

El tercer set fue el más igualado de los cinco. Ambos tenistas hicieron buena la ventaja del saque hasta alcanzar el tie break. Federer jugaba más tranquilo, por fin salvó una bola de break y su derecha comenzaba a correr endiablada. Pero en el desempate final el español mantuvo el tipo mientras que el de Basilea se bloqueaba y encadenaba un error no forzado detrás de otro. Nuevo y profundo revés para una moral tan delicada.

En la cuarta manga volvieron las alternativas y las roturas de saque. En un ataque de rabia y orgullo Federer comenzó asustando. Un juego en blanco en el primer juego y una rotura contundente en el segundo. Pero Nadal, fiel a su modos operandi, incrementó la cadencia de sus paladas -tal vez, gracias a su afición a la pesca- hasta igualar el set (2-2). Y cuando Federer ya empezaba a entrar en el estado de ansiedad que le lleva al abismo, una brillante dejada, de las muchas que probó para gastar las energías de Rafa, le sacó del atasco. Y permitió que de su chistera salieran sus mejores golpes en los dos siguientes juegos para dejar el set sentenciado (5-2). Le bastó mantener el servicio para volver a poner las tablas (6-3).

La fuerza de Nadal

Pero ni siquiera entonces Rafa pareció derrotado. Su mirada firme y decidida, plena de fe, contrastaba con el mirar incrédulo de Federer. Nadal en el descanso visualizó la victoria y ejecutó su plan al pie de la letra. Tres pelotas al revés y una a la derecha, desgastando al genio suizo y dejando sin mordiente cada uno de sus tiros. Toda una lección de capacidad de mando. La rotura del saque de Federer en el quinto juego (4-1) dejó herido de muerte al tres veces campeón del Abierto de Australia. Nadal no falló y apuntilló a Federer al resto (6-2), para despejar cualquier duda sobre el ya inevitable traspaso de poder en el tenis mundial.

Las lágrimas de Federer atestiguaron el definitivo cambio de aires y el espléndido futuro de Nadal. El español y su tenis total apuntan directamente al Grand Slam de Rod Laver. La temporada no ha hecho más que empezar.