Venus y Henin, guerra de mujeres

TENIS | WIMBLEDON

Venus y Henin, guerra de mujeres

Venus y Henin, guerra de mujeres

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La final femenina de Wimbledon entre la estadounidense Venus Williams (2) y la belga Justine Henin (8)se está disputando en la pista central de Wimbledon. Es una final distinta. Justine Henin, jugadora menuda (menuda jugadora), se ha colado en un mundo de gigantes, walkirias y diosas de la fertilidad.

Justine Henin pelea desde su 1,67, 57 kilitos de talento reconcentrado, contra la mayor de las Tyson, perdón de las Williams, Venus, 1,88, piernas como el túnel de Guadarrama.

Es un golpe de estado al tenis fuerza, al mundo bruto. Henin, 19 primaveras, vuela como una mariposa y pica como una abeja, como el dios Ali. Ayer venció a Capriati por 2-6, 6-4 y 6-2. Bienvenida al cosmos.

Su historia es la de Cenicienta. Su entrenador desde los 14 años, el argentino Carlos Rodríguez, está casado con la hija de Eddy Merckx (Bélgica es pequeña). Es casi su tutor, porque Henin perdió a su madre, víctima de un cáncer intestinal, en 1995. Tres años antes habían acudido juntas a Roland Garros para ver la final entre Seles y Graf. “Estaba sentada allí, con mi madre, y le dije: ‘Un día tú me verás jugando como ellas en la pista central”. En 1997 ganó el título júnior en París y este mismo año alcanzó las semifinales.

Su padre, con un modesto sueldo de cartero, se quedó solo al frente de cuatro hijos. “Pensé que si mi madre moría sería el final de mi vida, pero cuando sucedió aprendí a vivir con ello”. Sin embargo, Henin no ha podido resistir más junto a su padre, obsesionado con la victoria. Desde el pasado Abierto de Australia viaja con su novio, Pierre Yves, un entrenador de tenis.

En la otra esquina de la gran final se sentará Venus Williams, 21 otoños, que ayer venció a Davenport por 6-2, 6-7 (2-7) y 6-1, con saques de hasta 200 km/hora. Poderosa, imponente. El padre de la artista, Richard, dice que la niña cualquier día se retira, que ya tiene demasiado dinero. Los Williams son así de chulos, por eso será fantástico cuando Cenicienta les estrelle la calabaza en la cabeza. Los cuentos deben acabar bien.