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Algunos apuntes del arbitraje

De sopetón nos hemos encontrado en este Mundial con añadidos tremendos, que difícilmente bajan de cuatro minutos en la primera parte y con facilidad superan los 10 en la segunda

Algunos apuntes del arbitraje

Hace poco comenté en este espacio los líos que se está armando el fútbol con el tiempo, y que nos llevarán irremisiblemente al reloj parado, tipo baloncesto. Este Mundial lo está demostrando. De sopetón nos hemos encontrado con añadidos tremendos, que difícilmente bajan de cuatro minutos en la primera parte y con facilidad superan los 10 en la segunda, que concentra los cambios y las pérdidas de tiempo de los que están conformes con el resultado. Es algo que despista y extraña. No hace tanto que el añadido de cinco minutos en la final de Lisboa escandalizó a los atléticos, porque en la época rara vez se añadían más de tres. Ahora se han disparado los alargues.

Es instrucción de Collina. Aquí cada cual quiere dejar su sello. La FIFA está preocupada por la pérdida de juego real, con la paradoja de que la mayor causa de que eso ocurra son sus propias decisiones, muchas poco meditadas: el VAR, las pausas de hidratación, los sermones en los córners, el creciente número de cambios… Se ha querido compensar con un alargue final que se supone fija el cuarto árbitro, sospecho que en conciliábulo con la extensa red arbitral (ya son diez) y que trata de compensar los retrasos en saques de falta y el tiempo que tarda en reanudarse el juego después de cada gol, cosas que el antiguo testamento consideraba interrupciones naturales.

Diez árbitros, decía: el trío clásico, el cuarto, dos en el VAR, un quinto como sustituto de un asistente en caso de emergencia, dos del sistema semiautomático del fuera de juego y uno más por si acaso. Tantos al saco y no es bueno, porque el saco se puede quedar en el suelo. En el Francia-Australia se reanudó el juego tras un parón con 12 australianos. Se corrigió pronto, pero dejó mala imagen. Saldrá dañada de esto, me temo, la ruandesa Salima Mukasanga, que oficiaba de cuarto árbitro. Como todo está enredado y se pide a los jugadores que salgan por donde más cerca les quede (de nuevo la obsesión del tiempo) en lugar de por la zona de banquillos, ella debió de creer que había salido por la otra banda y nadie se percató de que había 12 hasta que ya reanudado el juego se quejó Francia.

Y hablando de árbitras, han ido tres. Yo hubiera esperado que la francesa Stéphanie Frappart hubiera pitado el partido inaugural. Está largamente capacitada para ello, ya la hemos visto arbitrar con flema y autoridad partidos de envergadura, entre ellos uno reciente de Champions en el Bernabéu. Hubiera sido un gran mensaje en Qatar, pero se perdió la ocasión. Y peor: en la primera tanda de partidos no arbitró ninguna de las tres, sólo las vimos en el papel de cuarto árbitro, un puesto secundario que envía el mensaje contrario. Cuando escribo esto se han adjudicado ya muchos partidos de la segunda tanda: tres árbitros repiten y sólo quedan 10 sin partido arbitrado ni adjudicado. Entre esos 10 están las tres mujeres.

No me quiero quejar más. No todo es malo. Estamos viendo arbitrajes ordenados, con seguridad y autoridad real, sin autoritarismos. Arbitrajes más bien calmos, que a veces echo en falta en España. En eso hay buena escuela y prácticas avanzadas. Seis árbitros de Ligas menores a los que la FIFA considera con capacidad han sido trasladados a otras de más nivel para que se fogueen. Y se da el caso del argentino Rapallini, que arbitró en la Eurocopa para manejarse en el fútbol europeo. En conjunto, tengo la sensación de que se hacen respetar más, se enredan menos con los jugadores y nada con los banquillos. Veo menos protestas, aunque quizá ayude en eso que en este Mundial la suspensión de un partido llega a la segunda amarilla, no la tercera, como venía siendo.

Pero el enredo de los alargues y el desdén hacia las tres árbitras empaña lo bueno.