Miljanic no quiso ir a Belgrado
El técnico yugoslavo del Madrid no fue a un partido contra el Estrella Roja, su club de siempre, y los blancos cayeron eliminados.
Miljanic llegó al Madrid para la temporada 74-75. En la anterior había caído Muñoz tras 14 años; le sustituyó Molowny, que se comió el 0-5 ante el Barça de Cruyff, pero que devolvió el testigo tras ganar la final de Copa precisamente al Barça. Para entonces la semana del Madrid era así: lunes, descanso; martes, baño y masaje; miércoles, preparación física; jueves, partido contra el juvenil; viernes, baloncesto en un campo contiguo a la piscina del club, y a la noche al coche cama o a la sierra si el partido era en Madrid; sábado, paseo por el monte y cine; domingo, partido. Las semanas de partido europeo (pocas, no había liguilla) se entrenaba menos y se descansaba más.
Miljanic cambió todo. Creó un equipo que hoy parecería modesto, pero era novedad, con preparador de porteros y un preparador físico, Radisic, que impuso tres sesiones diarias. Las agujetas eran tales que algunos bajaban las escaleras de espaldas. Tácticamente, Miljanic también era severo, imponiendo entrenamientos de repetición: “Hopa, hopa, otro lado”, dos toques y cambio de banda. Marcó un antes y un después. Profesoral con los jugadores, amable con la prensa, le dio al equipo un nuevo dinamismo. En la Liga se disparó pronto.
En Recopa tocó en cuartos el Estrella Roja, el club de Miljanic, que entró desde infantil, hizo allí toda su carrera de jugador, fue entrenador de cantera y finalmente entrenador del primer equipo. Hasta el Madrid no había tenido otra casa que el Estrella Roja.
La ida fue en el Bernabéu y el Madrid ganó 2-0. La vuelta era el 19 de marzo y empezó a deslizarse el rumor de que Miljanic no iría. Se confirmó la antevíspera: no se sentía con fuerza para ir como enemigo a la que fue su casa por 35 años. Sorprendió que Bernabéu se lo consintiera. El equipo fue a cargo del segundo, Antonio Ruiz, hombre de la casa muy competente y bragado.
Miljanic pidió que se entendieran sus razones, que no le abrumaran con la misma pregunta. Para no averiar su relación con la prensa le abrió las puertas de su casa para presenciar juntos el partido. Allí se reunieron 21 personas, un tercio de las cuales eran amigos yugoslavos y dos tercios periodistas, bien plumillas bien fotógrafos. Salón grande, tele pequeña y slivoviça para todos. El día siguiente todos los periódicos acompañarían la crónica de Belgrado con el reportaje sobre aquella reunión tumultuaria.
La pantalla ofreció desde el Pequeño Maracaná (repleto, 106.000 espectadores) un ambiente desconocido en España, con bengalas, mucho humo, enormes banderas, griterío incesante… El Madrid salió amilanado, pero poco a poco se repuso. No obstante, no llegaba a puerta. En el primer tiempo encajó un gol; en el segundo, otro, convertido, otra sorpresa, por el portero, Ognjen Petrovic. Se llegó a la prórroga, en la que el Madrid jugó bien, pero no marcó. En todo el partido se notó la falta de Amancio, lesionado.
En los penaltis entran los diez de la primera tanda, que por el Madrid tiraron Del Bosque, Netzer, Aguilar, Breitner y Rubiñán. Hay que tirar alternos, hasta que un equipo coja ventaja. Djorjevic falla y le toca el Madrid, que tiene la clasificación a manos. Velázquez, que ha hecho un gran partido, no se arranca. Se anima Benito, que tira a reventar y el balón se va a las nubes. Ahora marca el otro Petrovic, Vladimir, y a Santillana se lo para Ognjen Petrovic, que a su vez había hecho el suyo de la tanda. El Madrid está eliminado. La reunión en casa de Miljanic acaba en duelo.
El regreso es difícil, porque el avión no puede aterrizar esa noche, y al día siguiente se improvisa un regreso con transbordos, Fráncfort-París-Barcelona. En Barcelona el avión de Iberia lleva las crónicas del día, durísimas con el Madrid y con Miljanic, cuyo numerito es muy criticado. Bernabéu, que viajaba en primera, las lee y se inflama. Él había admirado el trabajo del equipo en aquel ambiente desconocido (presentó una protesta a la UEFA) y con varias bajas serias y culpaba al árbitro de la eliminación. De modo que sale al pasillo, lanza un mitin contra los cronistas que habían escrito esas cosas (que iban, claro, en el propio avión) y anuncia a los jugadores que la mañana siguiente podrán pasarse por el club para cobrar la prima como si se hubieran clasificado.