Ni puto caso
Una historia que empieza en un banco de Santander, con España y los Juegos en el foco, y que cruza el atosigamiento a Luis Enrique y el ostracismo de un campeón olímpico.
Llevaba tiempo sin escribir por aquí. Tenía ganas acumuladas de hacer alguna referencia a la Eurocopa y al papel de Luis Enrique, pero la verdad es que casi todo está ya dicho. Incluso algunas cosas con sentido. Así, durante estas semanas de agitación y falta de inspiración post-exámenes he estado más cerca de atreverme con alguna reseña de Operación Camarón que con un análisis sesudo en torno al balón. Las dudas y la ausencia de chispa, lejos de atenazarme, me llevaron al ejercicio más recomendable ante los atascos que es el de leer y escuchar. Así, di con una entrevista a Ander Izagirre, un realista de cuna que, como amante del ciclismo, nos ha regalado dos obras de arte en forma de libro sobre el Tour y el Giro. Él me dio el empujón que necesitaba con sus declaraciones a Yorokobu: “Perder el tiempo es la mejor manera de encontrar historias”. Gracias a él me fui a ver transitar al personal por El Sardinero en uno de mis escarceos vacacionales. Y allí, pensando sentado en un banco en el papel de España en cuartos y en la lista de los Juegos, vi pasar delante de mis narices como un espectro al mismísimo Vicente Miera. Para algunos de los que hayan dejado Twitch a estas alturas para bucear en estas líneas, se trata del seleccionador olímpico con el que España ganó el oro en Barcelona 92, con Lucho liderando al equipo con el 8 a la espalda. Bendito cruce de caminos.
Fue entonces cuando todo cobró sentido. Miera (81 años) iba caminando solo, con zancada firme pero lenta y, pese a las nuevas medidas sanitarias en espacios libres, con su mascarilla bien ajustada. De su look me llamó la atención el pantalón corto negro, mostrando cacha como en su época, algo menos común en la tercera edad, y un chubasquero de su Racing con la serigrafia blanca desconchada. Vicente es un dandy, así que esa vestimenta tenía más que ver con los sentimientos que con la dejadez. Aun así, lo que me inquietó realmente tras observarle durante unos 500 metros de ida y otros tantos de vuelta, fue que nadie, absolutamente nadie le reconoció. Igual es una simple coincidencia. Mientras yo dudaba en si pararle, fotografiarle o simplemente aplaudirle, no hubo en el resto ni una simple mirada cómplice. Pese a ser un hijo pródigo de Santander y a ser hora punta. Entre medias, a Loli le saludaron efusivas dos compañeras de yoga. E incluso a un pescador arrimado a la curva del Chiqui, con cuyo nombre no pude familiarizarme, le dieron ánimos no menos de diez personas en su paciente rastreo.
Yo, que tuve el honor de entrevistar al míster más de una vez en mi deliciosa mili por Cantabria, no me atreví a decirle ni buenos días. Como si el COVID, además de quitarme en su día el gusto y el olfato, me hubiera dejado sin sensatez. Es cierto que no estaba de servicio pero, ahora que repaso la escena y me repito que uno es periodista las 24 horas del día, encuentro varias razones a mi parálisis. La primera es que temía frenar un caminar empoderado con pinta de etapa reina. La segunda es que recordé en ese instante la leyenda de que tenía fama de hosco, algo que nunca percibí. Y la tercera, y más dolorosa, es que fui por una vez algo supersticioso: como tenía que volver pronto a Madrid, sin fecha de regreso, tenía pánico a que me pasara como con Marquitos, que le dije un día hasta luego en el Bar Campos y no regresé a tiempo para preguntarle otra vez. Ahora, según escribo, me arrepiento de no haberle dicho a Miera que gracias por tanto y que, aunque no es Ibai, él también es la hostia.
El caso es que la escena me hizo entender mejor a Luis Enrique, que vive y entrena como quiere, con la determinación, seguridad y personalidad por bandera, respetando, pero sin detenerse ni ceder ante el juicio de los demás. Él, un sabio encerrado en el cuerpo de un atleta, conoce mejor que nadie la cita atribuida a Oscar Wilde de que “hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti", y que antes, resumidamente, ya fue una premisa quijotesca adelantada a los tiempos (“que hablen de mí, aunque sea mal”). El actual seleccionador sabe cómo funciona este mundillo y es consciente del olvido que seremos. Por eso, quizás antes de que a él no le hagan ni puto caso, considera que es mejor ir practicando de forma preventiva el mismo ejercicio a la inversa. Pero que no tema. Cuando pasee en su vejez o vaya dando cera a su bicicleta y nadie le reconozca, siempre habrá alguien a su alrededor perdiendo el tiempo en busca de historias. El afortunado, por favor, que le recuerde la gloria que dio al culé y que, sobre todo, le agradezca la cuarta Eurocopa que regaló a su país. Eso sí, con saludo, entrevista y foto incluida.