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MR. PENTLAND

Táctica en Luz de Gas

Vuelve el PSG al Camp Nou, así que se desempolvan los recuerdos de aquella jornada mágica en la que se acabó una fobia y sacamos el entrenador que llevamos dentro.

Táctica en Luz de Gas
FERNANDO ZUERASDIARIO AS

Nunca nada me salió tan caro como defender a Luis Enrique. Y pocas veces un ataque de ese entrenador que todos llevamos dentro fue tan poco compartido. El 14 de febrero de 2017 el PSG barrió del mapa al Barça en París. Y, entre la espuma resacosa del oleaje, quedaron los mensajes con bala al móvil que recibimos aquellos que, desde la distancia capitalina, abrazamos un estilo de juego y creemos más en Messi que en Dios. Lo peor no fueron los dardos, sino las preguntas a modo de epitafio: “¿Y ahora qué? ¿Remontada?”. Nadie confiaba. En mis primeras respuestas les hablé a los amigos más encendidos del tridente. Recordé el peso del Camp Nou. Y, ya apurado ante las risas y la indiferencia, saqué a relucir las bondades del 3-5-2 como plan heroico hacia cuartos. Así que como mis razones no me reforzaban, tiré de un atajo en busca del respeto: compré un billete de avión para el encuentro de vuelta del 8 de marzo y sólo informé de la aventura en casa, pidiendo compresión, y a mi hermano en Barcelona. No tenía acreditación aún ni entrada, pero el pálpito me desbordaba.

Aquel miércoles pasó de todo. Y cada momento que vivía superaba al anterior. Volé a primera hora, de madrugada, y ésa fue realmente la mayor de las remontadas. Por una maldita fobia, llevaba cuatro años sin volar solo, sin muletas, fruto de un pánico claustrofóbico consecuencia del estrés. Imaginen el cuadro en la sala de embarque antes de afrontar el reto: parecía primo hermano de Pocholo. Respiré hondo en mi asiento como me habían enseñado en la terapia, escribí unas líneas atropelladas en el bloc de notas como desahogo para distraerme y, ya aterrizado en El Prat, solté tensiones como diciéndome a mí mismo “esto empieza bien”. Y tanto. Allí continuó un día inolvidable. El gol de Sergi Roberto sólo fue un detalle más.

Un amigo de los de verdad, periodista de raza recién afincado en Cataluña, me esperaba entre sorprendido y escéptico para comenzar un protocolario orden del día. Sus objetivos, cumplidos en su totalidad, transitaban entre premiarme por mi arrojo e ir contagiándose de mi fe. Ríete tú de los free tours. Ante la estampida general del personal, primero me confirmó que tenía listo un pase de prensa que, por momentos, parecía estar en el aire. Visitamos Montjuïc para ponernos al día con aquellas vistas de pájaro, luego llegó una comida inolvidable con una futbolera sobremesa de las buenas, a continuación unos desorbitados refrescos a cara de perro en el Majestic como conjura y, al final, para hacer tiempo y como el que emprende su camino hacia Fátima, hicimos el paseo de siete kilómetros desde La Barceloneta al estadio.

Lo que pasó en el césped ya lo saben. Y poco se ha hablado de que el 6-1 llegó con Arda y André Gomes en el campo. Lo que sucedió alrededor fue más o menos igual de emocionante. Que nadie diga que sólo cuentan los títulos. Hay noches, como en el 12-1 a Malta, en las que no se levantan copas pero levitan para siempre las emociones.

La única vez que había ido al Camp Nou antes fue en un Barça-Valencia (2-3) a las cuatro de la tarde, del que sólo recuerdo la peor resaca de mi vida por culpa de una execrable pareja de periodistas catalanes y de que compartí pupitre bien cerca del añorado Topo. Tenía ganas de volver y, esta vez sí, de comportarme. Puedo decir de ese regreso que jamás vi a nadie tan empoderado en un campo como a Neymar, ni tan pálido en un tanatorio como allí se nos mostraba Emery. Con el gol final llegó la locura. Hubo ordenadores por el suelo. Y no me digan, que los veo venir, que no son formas como profesionales. Lo que estaba sucediendo, por histórico, hubiera desatado los mismos gritos y abrazos en un Torneo Carranza. Pero lo mejor de esos instantes llegó cuando mi colega, recompuesta la figura y el texto que apuraba, sacó fuerzas de no sé dónde -con los jugadores del PSG llorando en el césped, el árbitro con el silbato en la boca y Messi subido en una valla publicitaria (¡qué fotón, profe Zueras!)- para suplicarle a todos los que le rodeaban: “¡Tranquilidad, esto no ha acabado todavía! ¡No ha acabado, por favor!”. La final de Sevilla contra el Steaua aún le tenía muy marcado.

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Se detuvo el balón y empezó el show. Desde mi asiento salí del armario y tuiteé un mensaje con la foto de la acreditación (“Tenía una corazonada de que hoy había que estar en un día histórico”). Al bajar a zona mixta, como oyente, recibí un Whatsapp con uno de esos vídeos que atiendes como si fuera un simple meme. Luis Enrique estaba a punto de comparecer en sala de prensa mientras Emery, como confesó luego a Valdano, daba patadas al mobiliario. Al darle al play, casi por compromiso, vi que era una secuencia grabada sin permiso por una periodista de Sport Bible que tenía a la espalda, en cuyo pasaje de 24 segundos se nos veía en el momento de júbilo en el que se certificaba la remontada. Creo que llevaba casi un millón de reproducciones. Lo tomé como la mayoría de los que me fueron enviando el mismo documento una y otra vez. Con humor. A algún merengón, con el disgusto, pareció no sentarle tan bien nada más consumarse la proeza ni, cuando al día siguiente, entré por la puerta del periódico como el que vuelve a casa tras pisar la Luna después de tres semanas en silencio.

Tal fue la excitación y la flojera post-partido que, recogidos los bártulos, emprendimos el camino de vuelta a casa sin reparar en que en esa época había bares abiertos. Al final la cosa, como es lógico, se alargó con los portátiles en el guardarropa de una gran discoteca de la ciudad, copa en mano con la música a toda pastilla dispuestos a redondear la jornada. Y cumplimos. Al poco tiempo, por esa suerte que nos envolvía, mientras analizábamos los fallos de Emery en el planteamiento, se acercaron un par de chicas bailando y solicitando en primera instancia algo de atención y charleta. Estrategia de primer curso de apareamiento que mi amigo, soltero a esas alturas, cortó en seco con tanta asertividad como educación: “¿Pero vosotras no sabéis lo que ha pasado? Dejadnos, por favor: estamos hablando de fútbol”.

Fue la guinda. Y lo mejor hoy es saber que, al final, todo vuelve siempre y volverá en esta cíclica vida. El PSG, los ataques del entrenador que somos, los viajes, la pasión en las gradas, la pista de baile del Luz de Gas y hasta Joan Laporta, que es el que de verdad la hizo mítica.