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Vergüenza propia y vergüenza ajena

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Hay una serie de Movistar, Vergüenza ajena, que le pega perfectamente al alipori que sufrió este sábado el peor Barça de la temporada. Fue tal la sucesión de acontecimientos chuscos en el área sumidero que el último desastre desató la carcajada, acaso impúdica, pero natural, de Cervera, y el estupor de los sucesivos cómplices de la hecatombe azulgrana. No comunicó nada el Barça, ni ilusión ni inteligencia, así que todo lo peor que ocurriera se lo ganó a pulso. Sin hacer demasiado Messi exhibió cierta vergüenza propia, pero la nada fue el resultado de su gestión desorientada.

Jugadores avalados por una camiseta aún más oscurecida por el resultado se dejaron en el campo el poder de concentración que les exigen sus sueldos y dejaron que otros de los que no se espera tanto los dejaron en ridículo. La desesperación no juega al fútbol, y el Cádiz demostró una serenidad que desarmó al Barça. Es cierto lo que dice Alfredo Relaño: querer al Cádiz es estar a favor de la humanidad; el suyo es un fútbol rabiosamente humano, por tanto humilde y alegre, como el aire de la bahía. Mereció las casualidades que le dieron el triunfo, y el Barça se hizo acreedor a su derrota como un castigo justo, preciso, a la desvergüenza de olvidarse del oficio de jugar. Vergüenza ajena, vergüenza propia. La serie de Movistar da menos grima.