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MÍSTER PENTLAND

Míster Maradona en la guerra

No esperen una ingeniosa reflexión que pase a la historia de los obituarios. Si quieren saber mi opinión sobre Diego, lean o escuchen a Valdano. Es la misma idea, pero bien formulada.

Diego Armando Maradona, en su etapa de seleccionador de Argentina.
MORENATTIDIARIO AS

Este refugio, en forma de blog sobre entrenadores, cumple hoy ocho años de vida. Hay quien, con buenas pero suicidas intenciones, me ha animado a repasar en este aniversario la etapa de Diego Armando Maradona en los banquillos. Sin embargo, me he hecho el sueco a hacer un simple resumen de una trayectoria que no haría honor a su figura. No es grato ser villano entre tanta oda. Sería como centrarnos en las camisas de Freddie Mercury en vez de poner el foco en su talento.

Es la hora del tributo a una leyenda. E igual que no es momento de malgastar palabras en su accidentada vida personal, prefiero poner YouTube en bucle, degustar cada uno de los documentales que nos quedan como legado o simplemente hacer memoria. A todos nos ha marcado. Recordando, por ejemplo, que un frío 2 de diciembre de 1992 el diez me dio plantón, sin avisar y sin que ninguna red social me alertara camino del Municipal de Alcázar, cuando no acudió al partido de ida de Copa del Rey que su Sevilla disputaba en mi entregado pueblo. O presumiendo de que uno de mis entrenadores en juveniles, Juan Vela, le cubrió muy dignamente en la vuelta. E incluso que Esteban Castellanos, mi actual entrenador en el equipo local que hemos creado las viejas leyendas, como excusa para justificar la visita posterior al bar, tuvo a Diego muy presente en su pizarra en el Sánchez Pizjuán en aquella histórica eliminatoria.

Maradona posa con el Gimnástico de Alcázar en la eliminatoria de Copa de 1992 (0-2 en la ida y 5-0 en el Pizjuán).
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Maradona posa con el Gimnástico de Alcázar en la eliminatoria de Copa de 1992 (0-2 en la ida y 5-0 en el Pizjuán).

De Maradona, salvo estos apuntes personales que demuestran que la grandeza de un ídolo se mide en la cantidad de vidas que tocó, ya está casi todo dicho. No esperen aquí una ingeniosa reflexión que pase a la historia de los obituarios. Si, por curiosidad, quieren saber mi opinión, lean o escuchen a Valdano. Es la misma idea, lo prometo, pero formulada correctamente.

Lo que sí he hecho es reflexionar a través de su retirada. Me ha dado por imaginar cómo se hubiera desarrollado su vida con una carrera exitosa como entrenador, dando continuidad a sus clases de corto. No puedo evaluar el efecto en su relación con las adiccione,s cuando los vicios son tantos y tan letales. Pero sí aventuro que su ánimo, codeándose con Guardiola, Mou, Flick, Klopp y Simeone, con las cámaras apuntándole cada tres días, hubiera sido otro; con 60 años y un cuarto de vida por quemar. De igual modo que si su egoísta entorno le hubiera hecho ver que los banquillos eran una catapulta desde la que renacer y no un escenario donde agitar su eterno show. Su gente reconoce que, más allá de sus problemas físicos, se apagó. No estaba preparado para la vida sin balón ni para jubilarse en un banquillo serio.

Entrenar, como sobrevivir, no es ninguna broma. La formación es innegociable. Y nadie garantiza que, por muy bueno que fueras como jugador, mantengas el nivel encorbatado. Justo ahora he rescatado varios puñales que confirman que dirigir es una profesión de riesgo que superan los elegidos. Escuchen a Pep en una zona mixta en noviembre: “Ya no existen entrenadores. Somos gerentes de jugadores. Hay poco tiempo, todo es prepartido, recuperación, prepartido, recuperación... y así es difícil hacer cosas para que el equipo mejore. Es sobrevivir. El trabajo es de oficina”. O a mi admirado Van Basten: “No soy buen técnico. Puedo entrenar jugadores y hablar de fútbol, pero cuando perdía como técnico era tan doloroso que no podía convivir con eso". Hasta el epitafio de Setién, en su última entrevista tras el luto de Lisboa, invita a replantear las cosas: “En el Barça no fui yo, no pude o no supe”.

Quizás por esta incertidumbre que acompaña a los banquillos, Álvaro Benito y Valdano, dos magníficos técnicos, prefieren por ahora agarrar el micrófono y la pluma que el silbato y la pizarra. Pese a las ofertas. Para fortuna de los que le seguimos en casa y para desdicha del gremio de entrenadores. Como Míster Pentland, ya lo ven, resisten pocos: media vida ejerciendo, seleccionador de Alemania, Francia y hasta España, técnico en un campo de concentración en la I Guerra Mundial, campeón de Liga y Copa y referente 58 años después de su muerte.

No lo digo yo. Hablan los datos. De los entrenadores con más partidos en Primera, quitando a los que ya no están entre nosotros (Aragonés, Miguel Muñoz, Daucik y Marcel Domingo), o hace infinidad de años que nadie se acuerda de ellos (Irureta, Toshack) o están fuera de contexto (Víctor Fernández y Valverde en su casa, Caparrós en Armenia y Clemente en Twitter...). Y no me hablen de la edad. Ahí sigue ejerciendo, en la Premier, Roy Hodgson (73 años). Ni me digan que pronto volverán. Quién sabe. El técnico de élite más cercano que tengo, mi paisano Ángel García Cosín (37 años), fue el más joven en dirigir en 2ªB (ganando al Castilla de Zidane), jugó un playoff a Segunda hace nada con el Yugo Socuéllamos (12.300 habitantes) y, aun así, lleva años trabajando en otra cosa. Entrenar es ir a la guerra. Sabes el día que la empiezas, pero no cuándo te retiras de ella ni en qué estado. Y Maradona, desgraciadamente para todos, tuvo bastante con ajustar cuentas en la batalla de México 86 por las Malvinas.

Maradona, en su etapa como entrenador de Gimnasia, el día que visitó el campo de Newell's en Rosario.
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Maradona, en su etapa como entrenador de Gimnasia, el día que visitó el campo de Newell's en Rosario.