“Saber que se puede, querer que se pueda”
En el clásico del sábado hubo un equipo (y un jugador) que no esperó la victoria: la hizo suya. El Real Madrid supo que se podía y Sergio Ramos quiso que se pudiera.
El sábado, intentando analizar qué había ocurrido -y por qué- al terminar el ‘clásico’, una melodía se instaló en mi cabeza. De pronto, una frase arrasó con todo: “saber que se puede, querer que se pueda”. ¿La recuerdas? Seguro que sí. Es una de las canciones más ‘radiadas’ de los últimos 20 años. ¿Fue canción del verano? No lo sé, pero para mí, fue la canción del partido. Una y otra vez, esa frase y su correspondiente melodía: “saber que se puede, querer que se pueda”.
En el clásico del sábado hubo un equipo (y un jugador) que se alzó con dos victorias: la física y la mental. ¿Por qué? Porque hubo un equipo que no esperó la victoria, la hizo suya. Tras ser derrotado por el Cádiz y el Shajtar Donetsk, el Real Madrid, en general, y Sergio Ramos en particular, tenían claro que perder no era una opción.
La derrota no era opción, pero tampoco el empate. Porque para el Real Madrid y para el FC Barcelona todo lo que no sea una victoria es una derrota.
Tras dos primeros y tempraneros goles en los que quedaban en tablas, ambos equipos iniciaron la disputa por marcar la diferencia. Un papel que Sergio Ramos quiso para él y los suyos. Porque aunque el equipo blanco podía estar tocado tras las últimas derrotas, no estaba hundido. No importaba la manera: querer es poder. Y quiso, y pudo.
Para un FC Barcelona que no estaba tan tocado pero que solo brilla ‘a ratos’, cualquier derrota contra el Real Madrid sabe el doble a derrota. Y ese pozo en el que esta semana nadaba el Real Madrid, hoy está ocupado por el Barça.
Más allá del debate ‘penalti sí, penalti no’, tras ese gol, tras ese ‘fallo’ del Barça, el equipo azulgrana entró en barrena. En lugar de reaccionar y rearmarse, se desdibujó frente a un Real Madrid que ‘sabía que se podía y quiso que se pudiera’. La clave no fue el juego: fue la mente. Un equipo tuvo menos miedo que el otro. Un equipo tuvo más fe que el otro.
El FC Barcelona es un equipo con un nivel de exigencia técnica enorme y esa exigencia a veces se convierte en un lastre que no lo deja fluir. No es algo propio solo del FC Barcelona. Es algo común. También para muchos deportistas que compiten en solitario, el miedo a fallar es también miedo a defraudar: a ellos mismos, a los demás. Y lo peor: el miedo a fallar impide disfrutar del deporte y hace que la competición se convierta en un auténtico suplicio.
Por eso, tener una buena gestión de los errores -y no dejarse vencer por el miedo a cometerlos- es el factor que marca la diferencia en el desarrollo de una carrera profesional deportiva exitosa. Entre los que ascienden y los que descienden. Entre los que avanzan y entre quienes se quedan bloqueados o anclados. Aquí te explico cómo superar el miedo a fallar: lo que puedes aprender de las derrotas a través de algunos de nuestros mejores deportistas.
Gestionar los errores no es no cometerlos. Al contrario. Es reaccionar y aprender de ellos. Trazar nuevos caminos en búsqueda de mejores resultados que nos lleven a la victoria. El deportista no debe aspirar a la perfección: debe aspirar a la excelencia. Porque no es lo mismo trabajar desde el perfeccionismo que desde la excelencia. Me explico.
La excelencia no es perfecta y se permite el lujo de fallar si, y solo si, desde el error se trabaja para la mejora y el crecimiento. El perfeccionismo solo conduce a un muro de presión (hacer las cosas de forma perfecta) y con ese muro nadie puede. La diferencia es muy importante. No existe la victoria perfecta, ni el partido perfecto. Quien lo busque… está sentenciado.
Los resultados no convierten en campeón a un deportista. Lo hace su capacidad para aprender de los propios errores y sus ganas de seguir luchando hacia el éxito. Porque, al final, los errores (por muy tópico que nos suene) son las pistas que te dicen por dónde debes encaminarte para seguir mejorando. El fallo es un feedback válido. Superarnos no es no fallar, sino esforzarnos en ser mejores, incluso tras ese ‘fallo’ que sacude un partido o una competición. Ser capaces de darle la vuelta. De marcar la diferencia. No de ser perfectos.
El Real Madrid supo que se podía y Sergio Ramos quiso que se pudiera. La determinación y no la perfección fue lo que llevó a los de Zidane hacia la victoria.