Calleja atrae a los capitalistas
El técnico del Villarreal ha pasado de estar en la diana a caminar bajo palio. Su carrera, como jugador y técnico, siempre estuvo marcada por la lucha. Igual por eso es del Atleti.
Aprovecharé ahora que hablar de Calleja ya no es un deporte de riesgo como en invierno. En enero me sobraban las tertulias para intervenir como el bicho raro que le apoyaba. Y ahora, sin embargo, me faltan minutos y focos porque la opinión pública se agolpa para elogiarle. El fútbol. Adelante y bienvenidos. Calleja fue un fino pero humilde futbolista (Madrid C, Alcalá, Onda, Villarreal, Málaga y Osasuna). Y como entrenador es de los que integran el grupo de perfil bajo por sus comparecencias, mesuradas; su currículum, como hombre de la casa; y hasta por su físico y labia, de español medio sin la planta de Zidane ni el nervio de Luis Enrique. Eso le ha obligado siempre a reivindicarse y tener que remar más de la cuenta. El poder de la mercadotecnia. Pero aquí lo que cuenta son los resultados y la voz del vestuario. Y ahí no tiene rival. Vean la tabla clasificatoria y pregunten a los que ahora vuelan por los campos vacíos de amarillo. Tanto, que la cúpula directiva del Villarreal, que siempre le ha tratado como a un hijo aunque a veces ha dudado de sus poderes como cualquier mortal, se va a ver obligada a seguir confiando, si es que meditó cambiar el paso. Donde podía estampar la firma del finiquito (tiene otro año más) deberá rubricar la de la renovación.
Quien conoce a Calleja sabe que desde crío no le llaman cariñosamente cabezón únicamente por las dimensiones de la testa. Su optimismo y coraje sólo le permiten mirar hacia adelante. No es casualidad tampoco que el director de orquesta de este radiante Submarino haya esperado el tiempo necesario, y confiado más que nadie, en Asenjo, Cazorla y Bruno. Él mismo sufrió dos graves lesiones de ligamentos como profesional y volvió cada vez más fuerte. Sabe que esto es una continua intercalación de baches y suspiros y que, como decía Manolo Preciado (no te olvidamos), todos los días sale el sol. Uno de los ejemplos más conmovedores de LaLiga lo protagonizó el técnico del Villarreal siendo jugador en 2003, cuando sólo unas horas después de despedir y enterrar a su madre, se presentó en El Madrigal para saltar desde el banquillo, marcarle el 2-0 de penalti al Barça en el 90’ y salir a hombros rumbo a los vestuarios con toda la hinchada aplaudiendo y él llorando. La vida es un constante aprendizaje y, donde unos ven problemas, él atisba más bien oportunidades. Quizás por ese afán de lucha innata siempre ha sido un acérrimo seguidor del Atlético. Quizás por eso siempre ha sido amigo de los quejíos del flamenco. Quizás, también por eso, le van las salidas taurinas por la puerta grande de los estadios.
En Málaga lo volvió a hacer. Allí tampoco lo tuvo fácil y al final acabó sonriendo de corto. En el año del ascenso de 2008, el centrocampista había llegado al final del campeonato, donde su equipo se jugaba subir a Primera, con 24 partidos disputados. Era indiscutible a pesar de que en ocasiones le faltaba la intensidad diaria en los entrenamientos que ahora reclama a voces. Entonces, los administradores concursales que dirigían el caos arrastrado del pasado llamaron a capítulo al entrenador de turno, Muñiz, para recordarle que Calleja no podía seguir jugando. Si disputaba un solo partido más quedaría matemáticamente renovado, algo que con un sueldo tan elevado (llegó gratis) era un lujo en economía de guerra. El técnico no cedió a las intenciones directivas, convenció a su valiente presidente, Fernando Sanz, para unirle a la causa y asumir el esfuerzo por un pilar, así que Calleja acabó marcando un gol clave ante el Sevilla B en el Sánchez Pizjuán, subió a Primera unas jornadas después y firmó otra temporada más pese a tener en contra a los que custodiaban la caja. Adivinen cómo salió Calleja de La Rosaleda el día del festejo ante el Tenerife... En Pamplona, siguiente parada, no dio la vuelta al ruedo ni fue bajo palio, pero estuvo a las órdenes de Mendilibar, que debe ser igual de productivo como cenar una noche a solas con Juan Villoro o la Verdú.
Como entrenador, que es como ahora está dando tanto que hablar, comenzó con un reinado de tres años con el Villarreal juvenil en División de Honor, continuó de pulirse en el filial y dio el salto al primer equipo para dejarlo a un paso de la Champions. Aquí ha sido donde realmente ha realizado una chicuelina de época. Lejos de lamentarse y despotricar tras ser destituido la temporada pasada por los malos resultados, lo aceptó, hizo autocrítica, escuchó a todo el que debía escuchar y se encerró en casa para volver a ver todos los partidos disputados y asimilar dónde estaban los fallos. Como esperanzado de que un día podría rectificar. Después, ya saben lo que pasó: la apuesta de Roig por Luis García salió rana y la directiva volvió a echar mano de Calleja 50 días después en una marcha atrás poco común. El míster volvió dando una lección de humildad. Sin embargo, este año empezó mal y ya nadie daba un duro por él antes del confinamiento, con tres derrotas consecutivas y la lista de objetivos del revés. Pero el parón (problema) le permitió otra restructuración (oportunidad). El Villarreal corre al espacio como no solía y, por fin, ha entendido que lo que le hizo grande con Marcelino fue su solidez. Ahora tiene la Europa League en su mano y recibe al Barça este domingo con opciones de darle matarile y de soñar con la Champions. Vayan apuntándose en el listado de capitalistas, esa especie de costaleros que aúpa a los toreros con devoción y por unos cuantos euros. Calleja se ha encabezonado con salir de nuevo a hombros.
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