Caza fotográfica
Una vez concluida la temporada de caza, y con el buen sabor de boca todavía en nuestros labios, ya estamos ansiosos por volver a salir al campo ¿Y que mejor alternativa que con una cámara de fotos?
Una vez concluida la temporada de caza, y con el buen sabor de boca todavía en nuestros labios, ya estamos ansiosos por volver a salir al campo ¿Y que mejor alternativa que con una cámara de fotos?
Quienes hemos estado detrás de una presa o apostados al aguardo de su aparición en una fría noche de invierno, compartimos un montón de sensaciones que ese lance, esa confrontación entre los sentidos del animal y los nuestros, nos provoca.
Variaciones de nuestro estado de ánimo y de nuestra química – causa y efecto, no sé en qué orden, aunque lo intuyo –, nos generan una experiencia que deseamos repetir cuantas veces nos sea posible.
Desgraciadamente, no siempre es posible por escasez de tiempo, factores climáticos, oportunidades, recursos o simplemente porque lo que deseamos cazar está protegido.
Si no necesitamos a la presa por su carne o no estamos en la búsqueda de ese trofeo que nos impide el sueño, un excelente sustituto y/o complemento de la caza con armas es la captura fotográfica de la vida salvaje.
Desde lo personal la he vivido con la misma dosis de adrenalina y con idéntica satisfacción a la que me produce la caza propiamente dicha.
No sé si quien sólo hace fotografía de vida salvaje llega a experimentar exactamente lo mismo que quien practica ambas modalidades, tengo la sensación de que no es tan así, porque en el último caso el mismo dedo que acciona el gatillo presiona ahora el botón de la cámara e inmortaliza un momento en la vida de un corzo, un ciervo, una perdiz…
Armarse de una cámara no requiere de permisos especiales, no discrimina el tipo de animal a capturar, el momento del día o del año, ni el lugar donde se lo quiera hacer.
Para lograr una buena captura hay que conocer a la especie, sus conductas y su hábitat. Hay que pensar como el animal y entender qué le puede hacer huir o mantenerse calmo. Exactamente lo mismo que un cazador que ama la naturaleza.
Hay que mimetizarse, arrastrarse, ocultarse y tener paciencia – mucha paciencia – a la espera del momento que hará que valga la pena tomar esa foto.
El lugar para abatir la pieza, cuando se está cazando, importa en tanto conceda una clara visión del punto a apuntar y permita luego la recuperación del animal sin dañar el trofeo en la medida de lo posible. En fotografía, tiene requerimientos (estéticos y de iluminación), quizás más difíciles de lograr que los primeros.
La fotografía de la vida animal comparte con la caza uno de los aspectos, para más interesantes del proceso de la caza: la observación que, junto al diseño del plan de acción para realizar la aproximación y su satisfactoria ejecución, se adjudican un rol protagonista en el resultado del lance.
Al igual que cuando salimos al monte de caza, hay que utilizar prismáticos para avistar a la pieza, tratando de evitar ser detectados por ella, llevar el equipo necesario para cumplir con nuestro propósito, mantenernos a salvo de las inclemencias climáticas y prepararse adecuadamente (olvidarse las baterías o tarjetas de memoria de la cámara de fotos, equivale a dejar en casa la munición o el cerrojo del rifle).
Actuar con control, paciencia, eficacia e idoneidad técnica bajo inquietud. Esa inquietud deviene de la fugacidad de esos momentos ya que los animales, como bien sabemos, están en permanente movimiento y están en alerta, las 24 horas del día.
Todo ello no es tarea sencilla, pero cuando lo logres, el resultado es muy similar al que se siente cuando das con ese corzo que llevas tres días tras su pista.
¡Buen fin de semana!