Mr. Pentland

Míster Pentland fue justo lo que la mayoría llevamos dentro: un entrenador. El precursor y más innovador. Este rincón tratará de su gremio. De los inicios, las trayectorias y las anécdotas de sus sucesores. Modestos y profesionales. Españoles y foráneos. De club o seleccionadores. Bienvenido. Pase y tome asiento.

Autor: Alfredo Matilla

MR. PENTLAND

Buen entrenador y mala persona

En cosa de un mes, por los casos de Rubi, Robert Moreno y Valverde, he escuchado varias veces que para ser buen técnico hay que ser mal tipo. Reflexiono sobre ello.

0
Buen entrenador y mala persona
CARMELO RUBIO DIARIO AS

Hace bien poco, para entender qué estaba sucediendo en torno a Rubi, pregunté a mi bético de cabecera y recibí una respuesta inquietante: “Si es que para ser buen entrenador hay que ser mala persona…”. Al poco tiempo de aquel dardo volví a tantear a los colegas que siguen a la Selección para entender las cuitas entre Robert Moreno y Luis Enrique. Y una reflexión me puso las orejas tiesas: “Si es que para ser buen entrenador hay que ser mala persona…”. El déjâ vu encendió mis intermitencias. ¿Habrá algo de verdad en la afirmación? ¿La estadística refuerza esta teoría? Quería escribir de ello. Sin embargo, la falta de tiempo y la acumulación de tareas me obligaron a aplazar la escritura, no sin dejar de rumiar el asunto. Hasta que otro follón, esta vez con Valverde como protagonista y con Piqué, Nueva York y las súplicas para salir de fiesta como reclamo, me hizo rescatar la libreta de Mr. Pentland justo ahora que este blog cumple siete años. El encargado de resumirme el capítulo de ‘Matchday’, en el que se cuestiona el liderazgo del técnico del Barça, no sabe bien lo decisivo que ha sido para que haya arrancado este artículo: “Si es que para ser buen entrenador hay que ser mala persona…”.

He intentado descifrar lo que hay oculto tras esta sentencia tan manida. Y para ello he echado mano de técnicos, profesores, psicólogos y otros profesionales para que arrojaran algo de luz. Intuyo que, por encima de todas las lecturas, esta frase pronunciada por demasiada gente de toda clase y condición, resume en su interior que los entrenadores conciliadores, de perfil bajo, serenos y sin estridencias duran poco o viven en un continuo terremoto. A Rubi, Robert Moreno y Valverde podríamos sumarle cualquiera de un tono similar al de Del Bosque. Mientras, los más altivos, impulsivos, duros, algo agrios, con una personalidad desbordante e incluso estridente, como pueden ser Luis Enrique, Guardiola, Mourinho, Simeone, o como eran todos los del corte de Luis Aragonés, se adaptan mejor al medio. Sinceramente, no me creo nada ya que la ciencia no nos aclara esto con investigaciones y, además, en el curso de entrenadores no existe ninguna asignatura que evalúe la bondad o la maldad del personal.

Por eso, he seguido el modus operandi habitual cuando no entiendo algo de lo que me rodea. Primero he indagado en mi pasado en busca de alguna que otra experiencia. Y, qué quieren que les diga, en este escenario ha sido peor el remedio que la enfermedad. Los mejores entrenadores que tuve no los llevaría jamás a comer a casa, mientras que a los más flojos aún les felicito por Navidad. Después, ante la ausencia de soluciones, he recurrido a uno de los psicólogos deportivos con más futuro de este país, Rafael Mateos: “Hay que definir muy bien qué es ser bueno y qué es ser malo a nivel de comportamientos y qué incluimos en esas etiquetas. Si lo de Valverde de dejarles salir de fiesta en Nueva York es de buenas personas, pues no me gusta. Y si la rigidez de Luis Aragonés con Romario cuando estaba en el Valencia es de malas personas, pues me gusta. Es complicado. Dentro de una expresión coloquial hay muchos grises. Luego hay que añadir otro problema: la diferencia entre lo que percibe cada jugador de su entrenador”. Por último, he echado mano de Iván Rivilla, que además de paisano es uno de los mejores formadores que hay en España sobre este deporte: “Dirigir un grupo de jugadores/personas implica tener capacidad de gestión y liderazgo. Para liderar, hay que llegar al grupo, implicándole emocionalmente. Lo importante además de los argumentos que utilizamos es cómo lo hacemos y ahí viene la terna de poli bueno/poli malo. Mi opinión es que siempre la actitud positiva, amable y de construcción es más beneficiosa que la actitud crítica, destructiva y de reproche. Quizás los vestuarios consolidados con profesionales de gran experiencia requieran una labor de autogestión importante y ahí, la capacidad del entrenador de delegar su “ego” a un segundo plan es vital. ¿Debemos tratar a todos los jugadores igual? Pues tampoco. Si tengo que decantarme por uno de los dos perfiles, lo haría con el de poli bueno. La labor del entrenador tiene que ver con ser capaz de no desperdiciar el talento, posibilitarlo y estimularlo”.

Mi conclusión, que no tiene por qué ser la conclusión, es que las frases de esta sentencia traicionera (“si es que para ser buen entrenador hay que ser mala persona…”) es mejor reformularlas por separado porque mezclan conceptos y desvirtúan la realidad. Propongo una alternativa: “Para ser buen entrenador hay que entrenar correctamente” y “para ser buena persona hay que comportarse debidamente como individuo”. Independientemente de los resultados y de las opiniones subjetivas de los demás. En el terreno puramente deportivo ser buen o mal entrenador depende exclusivamente de las conductas que el preparador realice como gestor de grupos y responsable de la toma de decisiones, como líder, como comunicador, como mediador en el conflicto y la negociación, como planificador, como organizador de objetivos y tareas y, entre otras cosas más, como formador y divulgador de conocimientos. No hay otra receta. Se puede donar dinero, no matar ni a una mosca y ser fiel de por vida pero, a la vez, se puede ser un desastre al frente de un equipo. Ahora, veo más complicado ser un buen entrenador sin ser una buena persona, ya que para dirigir se necesita echar mano de muchos comportamientos diarios que serían muy difíciles de ejecutar si no los tienes entrenados: la empatía, la generosidad, la capacidad de escucha, la cooperación... No hay una verdad absoluta, y lo ideal es ser bueno viviendo y bueno entrenando, pero lo único claro es que todo, absolutamente todo, se mejora si se quiere y se trabaja.

Si, aun así, algún entrenador tiene dudas de cómo ser bueno ejerciendo, que lea con detenimiento el libro de Iván Rivilla ‘30 Hábitos para ser un entrenador de fútbol más efectivo’. Él enseña el camino. El que necesite otro empujón, que recurra al trabajo de Rafael Mateos en TYM. Y, si aún así, hay quien sigue sin aclarar qué es lo que caracteriza a un buen técnico, que recuerde lo que siempre dice un maestro como Guardiola: “Lo que caracteriza a buen entrenador es lo que los jugadores dirán de él cuando todo haya terminado”.