Andy Murray anunció su retirada del tenis en Australia entre lágrimas a causa de una lesión de cadera. No tiene por qué ser algo inminente, espera poder llegar a Wimbledon, el lugar ideal para colgar la raqueta. Pero podría serlo. Las dos intervenciones de cadera no han servido para que los dolores, insoportables los últimos 20 meses, frenaran. Cuando el cuerpo avisa es imprescindible entender que se ha llegado al límite. Hace muy bien en parar. Le quedan muchos años de vida por delante con esa misma cadera y el final le pilló con los deberes hechos. Como siempre…

Pese a lo que muchos pueden decir, Murray no tiene que demostrar nada a nadie. Ha compartido generación con dos de los grandes talentos de la historia del tenis: Nadal y Djokovic, del que apenas le separa una semana. Y con Federer, el mejor de siempre hoy por hoy. Del Big Three en definitiva. Con el paso del tiempo mejoró su tenis, pero los resultados y el físico no le acompañaron en la misma medida. Probablemente fue el mejor del pelotón de los mortales, junto a otros gigantes de la raqueta como Wawrinka o Del Potro. Su envidiable palmarés así lo subraya: 45 títulos ATP, campeón del US Open (2012), doble campeón de Wimbledon (2013 y 2016), doble oro olímpico (Londres 2012 y Río 2016) y ganador de una Copa de Maestros, una Copa Davis, además de 14 Masters 1000 y 41 semanas al frente del ranking ATP. Ahí es nada.

El aficionado al deporte no conoce en detalle la exigencia física que encierra el tenis hoy, lo que multiplica exponencialmente las lesiones. Antes, la mayoría de los problemas eran de espalda, ahora hay grandes dramas en caderas, rodillas, codos, muñecas… Casi nadie está a salvo de ello, por buena técnica que se tenga y muchos cuidados que se reciban. Es un deporte muy explosivo, en el que se golpea con todo el cuerpo, jugado casi siempre en verano con altas temperaturas. Los largos y potentes intercambios de fondo, que hacen muchos partidos eternos, llevan aparejados apoyos complicados y dañinos, que van dejando secuelas sordas.