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MÍSTER PENTLAND

Qué hacer con Dembélé

Ahora, la pregunta es qué va a hacer Valverde de aquí en adelante. El extremo francés parece ingobernable y no se atisba solución fácil.

Qué hacer con Dembélé
FERNANDO ZUERASDIARIO AS

Ya lo saben. Dembélé volvió a llegar este domingo tarde al entrenamiento del Barça tras exhibirse en el derbi frente al Espanyol. Llegó dos horas después del comienzo de la sesión de recuperación, siendo reincidente, a lo que tanto el cuerpo técnico como los capitanes reaccionaron con más indiferencia que sorpresa. No es la primera vez ni parece que vaya a ser la última. Como dice el Gran Wyoming, “hasta aquí las noticias, ahora les contaremos la verdad”. Dembélé es un desastre y extrapola su juego anárquico a su forma de vivir. Nada más llegar evidenció claros desequilibrios alimenticios, dejó preocupado al club por su vicio con los videojuegos y ha ido protagonizando capítulos de indisciplina. Valverde, amigo de las cosas bien hechas, ha templado gaitas como ha podido sabedor de que es un jugador que necesita por su desequilibrio y que costó un riñón, aunque ya le ha dado varios avisos y le ha dejado fuera de algún partido y convocatoria. Sabe que su credibilidad como técnico dentro del vestuario depende de no ceder con las normas impuestas y de impartir justicia. Ahora, la pregunta es qué va a hacer de aquí en adelante. Dembélé parece ingobernable.

El manual básico de cualquier entrenador, ése que unos ejecutan y otros o no conocen o lo olvidan o, directamente pasan de él, es que un vestuario se gestiona a través del binomio formado por los refuerzos y castigos. Ése es el motor que hace funcionar al resto de un equipo desde la dirección deportiva. Reforzar algo a un futbolista que hace bien (ser puntual o presionar bien, por ejemplo), permite que la probabilidad de que repita esa conducta aumente. Está científicamente comprobado. Ahora, hay que saber hacerlo de forma continua si la conducta nueva que se vigila acaba de ser aprendida (que Arthur sea más vertical), pero de forma intermitente si ya está asimilada (que Messi encare). Si no, pierde efecto. El castigo, por su parte, ya sea por una acción disciplinaria o técnica, es eficaz cuando hace que la probabilidad de que aparezca una conducta no deseada disminuya. Eso sí, los castigos no son universales, depende de la historia y contexto de cada persona, deben delimitarse, llevarse a rajatabla, hay que explicárselos al infractor e, inmediatamente, reforzarle cuando haga la conducta deseada. Sólo así se garantiza el éxito de un cambio de comportamiento.

Con estas directrices, Valverde debe analizar qué está haciendo bien y qué está haciendo mal para que no sólo Deschamps esté enfadado. Y, lo más importante, tiene que elegir qué hacer ahora y cómo. Tiene varios caminos. El primero y más sencillo es mirar hacia otro lado y llegar al final de temporada a duras penas para decidir luego si conviene remangarse para recuperarle o venderlo tras sacarle algo de jugo. Otra opción es multarle (sin efecto con los ricos), reprenderle a solas o delante del resto (desaconsejable si ya se ha hecho antes y no tuvo efecto) o incluso jugar a mostrarle castigos insulsos como reservarle para los partidos de Copa, machacarle en los entrenamientos con ejercicios físicos (tan manido, tan incorrecto) y otras cosas más casposas que se hacen. Realmente, lo que aconsejan los psicólogos deportivos más expertos es dejarle un tiempo sin jugar, que es lo que de verdad le puede molestar y le obligaría a meditar al asimilarlo como un castigo de verdad. Otra cosa es que el Barça se lo pueda permitir. Para mí, y puesto que éste es un caso muy particular que no se está propagando en el grupo pero que sí afecta al resto del vestuario, lo ideal sería que Valverde pactara con los capitanes la estrategia a seguir. Son sus aliados aquí: darle cariño y aceptar ciertas excusas por el bien colectivo (está que se sale) o mostrarle el banquillo, la grada o incluso la calle. Si a Dembélé ya no le centra Messi, explicándole qué debe hacer un profesional dentro y fuera del campo, no lo conseguirá nadie. Y el diez es capaz de todo.

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