“Tengo mucho que aprender”, dijo en la meta aquel mocetón navarro de 1,89 de estatura y 80 kilos de peso, que acababa de convertirse en el líder más joven de la Vuelta a España. Aquel 25 de abril de 1985 tenía 20 años y 282 días. Su nombre les sonará: Miguel Indurain Larraya.

Aquella segunda etapa cubría 262 kilómetros entre Zamora y Orense, con dos pequeñas cotas de tercera. Bert Oosterbosch, que portaba el amarillo, se descolgó en la primera: Portilla del Padornelo. A la meta llegó en un grupo a 20:33 minutos. “He ido mal, mal... Tenía las piernas hinchadas”, explicó el holandés.

Oosterbosch era uno de los mejores contrarrelojistas del pelotón. Así lo demostró en el prólogo de Valladolid, donde aventajó en ocho segundos al joven del Reynolds, que le robó el titular de la crónica de AS: ‘Indurain, figura mundial del reloj’. El navarro todavía era neoprofesional y debutaba en una grande, pero ya había avisado de su clase en el Tour de Porvenir del año anterior, donde ganó una contrarreloj de 35 kilómetros. El maillot le duró cuatro días, hasta que Pedro Delgado se lo arrebató en los Lagos de Covadonga.

Durante ese periodo, la prensa indagó sobre el nuevo valor: dejó los estudios de mecánica, jugó de defensa al fútbol, corrió en mediofondo... Y su ídolo era Bernard Hinault. Una década después igualó sus cinco triunfos en el Tour de Francia.