La rehala: el alma de la montería
La rehala tiene un papel fundamental y protagonista en la montería, regalándonos momentos, agarres e imágenes, que ningún montero, por nada los cambiaria.
Nos encontramos a poco más de un mes del almanaque para que, al toque de caracola, se escuchen vibrar nuestros montes con las ladras de los valientes, de los guerreros, de la rehala. Porque el alma de toda montería es, sin duda, la rehala.
Papel fundamental y protagonista en esta modalidad cinegética es la de los canes. Perros que derrochan todo su instinto y pasión, regalándonos momentos, agarres e imágenes, que ningún montero, por nada los cambiaria.
Dentro de toda rehala que se precie de serlo debemos distinguir siempre tres grupos de perros fundamentales: los punteros, los perros de media o ‘centrocampistas’ y los canes de agarre.
Los primeros localizan a la pieza escudriñando en lo más espeso del monte. Baten el terreno exhaustivamente, son rápidos y con una gran pasión, van a gran distancia de su perrero y, por lo general, suelen ser los que primero detectan la caza en la mancha.
Los perros de media hacen la función de ayudar a los demás en la persecución de las reses hacia las posturas. En este camino deben latirlas para, de este modo, avisar a las demás rehalas para que colaboren en la persecución de la caza hasta las posturas, donde los monteros culminarán los lances.
Por último, los perros de agarre inician su trabajo cuando la caza no quiere abandonar sus encames o se encuentra herida y decide plantar cara a la rehala; en este caso es cuando únicamente deben intervenir los perros de agarre, ayudando a sus compañeros a apresar la caza (de este modo nos ahorraremos tener que lamentar consecuencias mayores cuando algún gran jabalí plante cara al resto de los perros).
Habitualmente muchas rehalas cuentan con un número excesivo de perros de presa, propiciando así muchos agarres. Algunos perreros creen que con un diez por ciento de este tipo de perros en nuestra rehala será más que suficiente para hacer frente a situaciones de esta naturaleza.
Con un número más elevado de los mismos se perdería eficacia en la persecución y también se limitaría poco a poco el latir la caza durante su recorrido, pues pocos o ningún perro de presa se conoce que lata tras la caza.
Entre los perros de rastreo destacan los podencos, auténticos levantadores de reses de sus encames y que dan a la recova empuje, fuerza y vistosidad.
El conde de Yebes, en su libro ‘Veinte años de caza mayor’, elogiaba al podenco diciendo de él que es el perro perfecto para la montería porque tiene “vientos, pies, dicha y boca”.
De los perros de agarre hay que señalar al alano, perro admirado por Antonio Covarsí, quien decía que los alanos eran los que le garantizaban los resultados de sus rondas.
Actualmente esta raza, que ha ido perdiendo sus orígenes, está siendo sustituida por el mastín en la mayoría de las recovas españolas.
Montear con los perros es vivir la montería desde dentro: sentir las ladras, los agarres, las carreras, a jara... Y eso sólo se siente como rehalero, toda una pasión vivida los 365 días del año, porque para él su trabajo no sólo se ejerce en la temporada de caza, sino durante todo el año cuidando y preparando a los perros.
Una labor costosa, de muchísima dedicación, mal pagada, pero que se ve recompensada con la vivencia en el campo y la superación de vencerle al monte y a las condiciones extremas que éste a veces opone.
Sin rehala, no hay montería.
¡Salud y buena caza!