Aquel London XI se llevó seis goles del Camp Nou
La Copa de Ferias en 1958 era una competición de ciudades y la capital británica jugó la final en Barcelona. Había varios jugadores del Chelsea.
La Copa de Ferias nació como competición entre ciudades. El Barça, que mandaba en la época más de lo que presume, no dio entrada a ningún jugador del Espanyol y acaparó el papel, aunque jugó con otros colores, azul o blanco, según el rival, y con el escudo de la ciudad. Londres hizo algo muy distinto: en sus ocho partidos a lo largo de los tres años que duró la competición, alineó a 56 jugadores de once equipos: Arsenal, Brentford, Chelsea, Crystal Palace, Fulham, Leyton Orient, Milwall, Queen’s Park Rangers, Tottenham y West Ham. Para sus cuatro partidos de casa utilizó otros tantos campos. Empezó en Wembley, siguió por White Hart Lane, la semifinal en Highbury y la ida de la final, contra el Barça, en el campo del Chelsea, Stamford Bridge.
Se trataba de lucir el poderío de Londres. De hecho, a la Primera Copa de Europa, el secretario de la Liga, Alan Hardaker, no dejó inscribirse al Chelsea, campeón de Liga en 1956, al que le hubiera correspondido. Prefirió preservarlo para ser una de las fuentes del lustroso London XI. Joe Mars, presidente del Chelsea, fue el manager del operativo.
Londres llegó a la final. Enfrente, Barcelona o el Barcelona, según nos atengamos al modo oficial o al real de mencionar aquel equipo. La ida se jugó el 5 de marzo en Stanford Bridge. El London XI alineó cuatro del Tottenham, tres del Arsenal, dos del Chelsea, uno del West Ham y otro del Fulham. Había dos celebridades mundiales, el gran medio Blanchflower y el goleador Greaves.
Acabó 2-2, con Estrems de estrella. Estrems venía siendo el suplente de Ramallets, pero éste había caído en desgracia y perdió el puesto en la Selección y hasta en el Barça.
La vuelta fue el 1 de mayo, en el novísimo Camp Nou, estrenado menos de un año antes, una maravilla arquitectónica.
Los londinenses llegaron un poco crecidos, según se ve en las declaraciones previas, en las que hizo de intérprete Aldecoa, ex niño de la guerra criado en Londres, luego jugador de éxito aquí. Hay grandes elogios del estadio, pero se detecta seguridad en la victoria. Venían seguros de hacer pesar el valor del fútbol londinense. Todo el fútbol inglés estaba necesitado de un golpe prestigio desde el 3-6 de Hungría en Wembley en el 53. La primera gran baza fue el Manchester United, pero el curso anterior había caído en la Copa de Europa ante el Madrid y ahora acababa de estrellarse, dejando muy pocos supervivientes. El London XI era la bandera del fútbol inglés.
El Barça, además, estaba en crisis. Acababa de perder en Pamplona, lo que le descartaba para ser al menos segundo en la Liga, puesto que en caso de volver a ganar el Madrid la Copa de Europa (y así sería, por tercera vez) clasificaría para la siguiente edición.
Cayó el entrenador, Balmanya, y le sustituyó el ruidoso Helenio Herrera, que iba a debutar en este partido. El Barça tuvo que pagar unas altas indemnizaciones al Sevilla, del que se había fugado un año antes, y a Os Belenenses, al que entrenaba hasta ese momento. Su llegada no fue tranquilizadora. Se encontró con que pensaban dar la baja para el curso siguiente a Ramallets, Segarra, Luis Suárez y Evaristo. Montó una bronca, exigió que se anularan las gestiones para su salida y se dispuso a alinearlos a los cuatro en su primer partido, la final ante el London XI.
Y debutó barriendo a los londinenses. Luis Suárez, uno de los desahuciados, marcó en el minuto 6 y en el 8, en dos maniobras magistrales. Aún lo recuerda como uno de sus grandes ratos en el fútbol. En el 43, Eulogio Martínez hizo el 3-0, dejando resuelta la final antes del descanso. En el 52, el cuarto, de Evaristo, otro desahuciado. Para más penuria, el meta Heskey, del Arsenal, internacional por Gales (que ese verano acudiría a su primer y hasta ahora único Mundial) se lesionó. No había cambios, así que se puso de extremo, a hacer bulto, y el jersey de portero se lo dejó a Groves, un delantero, que embauló dos goles más, obra de Vergés en el 63 y de nuevo Evaristo en el 75.
El sueño de Hardaker de lavar el honor del fútbol británico con su London XI quedó hecho añicos. Y Helenio Herrera se convirtió en capitán general desde su primer partido.