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El mágico oro de Paquito Fernández Ochoa en Sapporo

Una mañana de 1972 desayunamos con la noticia de que un español había ganado una medalla en esquí.

Los esquiadores Ángel Baranda, Conchita Puig, Aurelio García y Paquito con los sombreros en Sapporo.

"Yo fui duodécimo, que para entonces estaba bien. ¡Pero ese monstruo hizo el oro y me condenó al olvido!", me cuenta Aurelio García Óliver, con humor. Era el compañero en el equipo nacional de Francisco Fernández Ochoa aquel mágico 13 de febrero de 1972. El día en que nos desayunamos con la noticia de que un español había ganado una medalla de oro imposible en los JJ OO de Sapporo.

Aurelio García fue como el hermano mayor que Paquito nunca tuvo. Hijo del director del Albergue Francisco Franco, en el Puerto de Navacerrada, vio crecer allí a los ocho hijos del matrimonio Fernández Ochoa. El primero fue Paco. Luego siete más, chicos y chicas. Los montañerillos de la época que andábamos por allá y tomábamos algún bocadillo en la Venta Arias nos acostumbramos a ver a toda aquella prole, todos con la misma cara y aire risueño.

Papá Fernández fue conserje de la Escuela Española de Esquí. La familia creció en Cercedilla, entre la nieve, como el propio Aurelio. La nieve era su entorno natural: "De niño, recuerdo a mi madre sacarme por la ventana del primer piso, con los esquís puestos, y ¡hale! a dar vueltas por ahí".

España, país seco y caluroso, estaba empezando a descubrir el esquí y la Delegación Nacional de Deportes decidió invertir en los contados jóvenes prometedores que aparecían. Era una inversión seria para la época, porque una cosa es pasar los inviernos de la niñez sobre los esquíes y otra forjarse como campeón. Había que viajar todo el año tras la nieve, a los Alpes, a Chile… Una vida nómada en la que esos muchachos tenían que digerir la ausencia de la familia, disciplina castrense, la exigencia de un entrenador.

La compensación era mínima: una beca para estudios y algunas primas por éxitos, disimuladas, en un tiempo en el que el amateurismo era todavía un concepto semisagrado. Y no tenían ni siquiera la satisfacción de la popularidad, porque de sus afanes y sus progresos apenas informaba la prensa.

Hasta aquel día.

El equipo de España en Sapporo se redujo a tres esquiadores: ellos dos y Conchita Puig, la primera española que fue podio en una prueba de la Copa del Mundo. Apenas sabíamos de ellos hasta que dieron el golpe en la ceremonia inaugural, al desfilar con capa española y sombrero cordobés: Aurelio García me cuenta: "Fui yo. Estaba previsto desfilar con anorak y gorro de piel, y le dije al presidente de la Federación, Ángel Baranda, que no podíamos salir vestidos de noruegos. Y quería que llamáramos la atención, despertar algo". Y lo consiguieron.

El Día D amaneció con esperanzas para ellos dos. Se habían clasificado para la final, con marcas esperanzadoras, pero nadie contaba con la campanada. La ilusión era que alguno de los dos, se metiera entre los diez primeros. Samaranch, Delegado Nacional de Deportes, volaba de regreso esa misma mañana. Tuvo que regresar del aeropuerto por el inesperado oro de Paquito.

Paquito fue el número dos de su tanda (por eso llevó el número dos), favorecido por el sorteo: eso le daba garantías de pista en mejor estado. En el primer descenso hizo el mejor tiempo. En España amanecía y la cosa corrió de teléfono en teléfono. Entre manga y manga hubo un par de horas, en las que media población se enteró de qué cosa era eslalon especial y en qué se distinguía del gigante y el descenso. También de que había unos hermanos Thoeni que le pisaban los talones. Mientras, Paquito tomaba un café con leche con Aurelio, tan tranquilo: "Igual era el único español que no estaba nervioso. A él le daba igual blanco que tinto… Todo lo traducía en buen humor".

Con toda España ante la tele le vimos bajar, sin tener ni idea de si lo estaba haciendo bien o mal. Llegó casi de culo, en lo que interpretamos como estar a punto de la caída, cuando fue un golpe final para adelantar las puntas de los esquís, al estilo de los ciclistas en los sprints.

Hizo el segundo tiempo: Oro. ¡Oro! ¡¡ORO!!

Barajas nunca había reunido a tanta gente como la que asistió a su llegada, ni en los mejores triunfos del Madrid. Empezó a hablarse de nieve, se extendió la costumbre del esquí, los periódicos empezaron a informar del estado de las pistas. Veinte años después, su hermana, Blanca (sexta de la saga, tras cinco chicos de los que el segundo, Juan Manuel, también formó parte del equipo nacional) consiguió medalla de bronce en Albertville, renovando el entusiasmo de aquellos días. Se trataba de la primera española que conseguía una medalla olímpica en cualquier especialidad, de invierno o verano.

Paquito ya no está, pero su recuerdo lo renuevan estas nuevas medallas.