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El hombre que nunca estuvo allí

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Quien haya sufrido alguna vez un trastorno por estrés postraumático, fuera cual fuera el grado, sabrá que una parte del pasado duele. A veces de manera insoportable. Se trata de traumas que se caracterizan por la aparición de síntomas específicos tras haber vivido en primera persona un acontecimiento estresante y especialmente traumático. Una mala experiencia con daño físico, amenazas o un capítulo catastrófico. No se apuren ni hagan memoria agobiados por si les pasa a ustedes algo similar. Aquí, por su levedad y pese a su importancia, está claro que no se incluyen antiguos ligues sonrojantes, excesos puntuales inapropiados ahora en la madurez o incluso el haber hecho la comunión sin ni siquiera ser preguntado. Suelen ser cosas más graves. Tampoco deberían admitirse etapas en las que el dolor, normalmente exagerado o difuminado, haya aparecido con excesiva posterioridad. Por más que Luis Enrique se resista, exagere o finja. El entrenador del Barça podría estar haciendo creer al resto que tiene un problema parecido. No hay otra explicación para tal obsesión sin gracia. Pero no teman. Sus días como madridista fueron hace más de 20 años y, más allá de sus fobias de cara a la galería, nos sirvieron para gozar con su fútbol y a él, entre otras cosas, para comenzar a ser rico.

Luis Enrique volvió a sacar el pie del tiesto hace unas horas, en su afán por parecer original, diferente, subversivo frente a los periodistas, antimadridista y barcelonista antes que cualquier otra cosa en el mundo. Qué bien entrena y lo mal que se comunica. El asturiano fue preguntado sobre qué hizo y cómo vivió el día que el Barça ganó su primera Copa de Europa el 20 de mayo de 1992 y él, ocurrente como siempre, despachó la pregunta exigiendo la siguiente. “No me acuerdo dónde estaba y casi mejor que no me acuerde. Ya sabéis dónde estaba a nivel profesional en esa época, así que siguiente pregunta”. A Luis Enrique no le importó una vez más que ese año ganase los Juegos de Barcelona, que en esa época demostrase lo buen jugador que fue, como lateral o delantero, que ganase títulos y celebrase goles espléndidos junto a un montón de aficionados a los que se entregó y que le idolatraron. Prefiere optar por renegar y parecer maleducado. Le va la marcha sin disimulo. Pero, a mi juicio, le falta clase, chispa e ingenio para hacerlo. Muchos luchamos por mantener intacto al ídolo que nos contagió desde aquellos días, pero con gracejas como ésta estamos a punto de entregar la cuchara, disfrutarle sólo con sus decisiones en el campo y activar la mosca del mando cuando hable.

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Para ser gracioso con su público, o mostrarse más culé que nadie, podría haber optado por un discurso con más gancho y decir, por ejemplo, que esos años los recuerda con cariño ya que cumplía con su misión de infiltrado culé en rodeo ajeno para contribuir a uno de los desastres de Tenerife, al 5-0 del Camp Nou y a otras noches aciagas para el Madrid en su lucha contra el eterno rival. Su continuo papel de madridista arrepentido enfada en Madrid, chirría en Barcelona y sólo le llena a él. Veo a periodistas pro-Barça mirar avergonzados para otro lado. Yo prefiero el talante de otros jugadores, dentro del paquete de 28 que jugaron en Madrid y Barça, como Soler, Nando y tantos otros. Son agradecidos. Ni siquiera ‘traidores’ como Figo y Laudrup, o polémicos como Schuster y Etoo, han sido tan ofensivos con querer borrar de un plumazo una época de sus vidas. No sé qué quiere conseguir Luis Enrique haciendo un feo a tantos compañeros, renegando de tantos recuerdos y borrando una etapa maravillosa, de los 21 a los 26 años, que nunca volverá. En fin. Morirá con este mismo discurso desfasado.

Hay otros entrenadores que son actualidad que, a diferencia de Luis Enrique, les hubiera gustado no estar a veces en ciertos sitios y, sin embargo, no lo esconden o disimulan cada vez que pueden. Más bien al contrario. Gritarían sin ruborizarse algo así como ‘Yo estuve allí’. El último podría ser Víctor Sánchez del Amo, destituido de Olympiacos otra vez 50 días después de haber sido fichado. Y también me viene a la cabeza Julen Lopetegui, el nuevo seleccionador que ha sustituido a Del Bosque en la Roja. Como Luis Enrique, el exportero militó en el Barça y el Madrid y no debe ser grato para él recordar que es el único jugador (si no me falla la memoria) que no fue capaz de ganar jamás en Liga con ninguno de los dos equipos. Pese a que su supremacía en el fútbol mundial lo facilitara. Eso sí que es difícil, ingrato y molesto como para renegar. Jugó un partido oficial con el Madrid en Liga y empató en el Calderón (3-3) en 1990. Y con el Barça disputó tres encuentros de Liga en la 94-95 (4-2 en el Pizjuán, 1-0 en Riazor y 1-1 ante el Celta), dos en la 95-96 (1-1 ante el Racing y 3-1 en el Calderón). Su peor noche fue en aquella final de la Supercopa de España ante el Zaragoza en la que el Barça cayó en el Camp Nou (4-5) con una palomita interruptus para el olvido.

El trastorno por estrés postraumático puede desarrollarse, según los expertos, con recuerdos retrospectivos. Los veteranos de guerra son normalmente los más propensos a padecerlo. Tiene solución pero hasta que llega, el camino es un drama. Y Luis Enrique, que yo sepa, el mayor peligro del que salió vivo fue el de aquella tardecita aciaga en Anoeta.