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Todos somos Reyes Magos

Ahora que estamos en fechas prenavideñas, he recordado una historia familiar. Aquel día que a mi hermana Beatriz, que es 18 años menor que yo, le dio por registrar armarios para descubrir uno de los secretos más dolorosos de nuestras vidas. Bea disimuló durante mucho tiempo, pero por fin un día lo confesó todo, con lágrimas en los ojos: “Ya lo sé…”. No encontró una respuesta hostil, ni mucho menos: “No llores, Bea… La magia no se acaba aquí. Ahora tú también eres un Rey Mago”. Actualmente tiene 27 años y todavía le tiemblan las manos cuando abre un regalo.

La comunicación social ha avanzado a una velocidad tan frenética, que ahora todos somos ‘periodistas’. O, al menos, podemos expresar una opinión o una noticia por diferentes vías, principalmente a través de las redes sociales, de blogs o de comentarios en páginas digitales. La información llueve desde múltiples frentes. Unos más fiables que otros, pero una ola se sube en otra y a veces hasta se convierte en tsunami. La universalización de la información es inevitable. Y a lo que es inevitable, no hay que levantarle diques.

Todo esto me ha venido a la cabeza después de la publicación de Chris Froome de sus valores fisiológicos en la versión británica de la revista ‘Esquire’. Personalmente era algo que me despertaba poca curiosidad y casi nula expectación. Ya se presupone que los grandes campeones exhiben unos parámetros excepcionales, cuya difusión nunca ha servido para demostrar el dopaje o lo contrario. Un científico te dirá una cosa y otro su reverso. El ciclista africano no es el primer superdotado que conocemos.

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Froome se ha visto empujado a este paripé después de los lamentables acontecimientos que tuvo que soportar durante el Tour de Francia, que llegó a su cénit con el lanzamiento de aquel vaso de orina por parte de un vándalo al grito de “dopado”. A Richie Porte también le voló un puñetazo durante la subida a la Piedra de San Martín. Los integrantes del equipo Sky, en general, estuvieron toda la carrera recibiendo insultos y agresiones, por aquellos que los consideraban sospechosos de doparse. Su dominio deportivo era su pecado.

Ya fuera del Tour y del dopaje, en los primeros lances de la Vuelta a España fue expulsado Vincenzo Nibali por remolcarse en el coche del equipo Astana. El ‘Tiburón del Estrecho’ también ha sufrido duros momentos a causa de su innegable sucia acción, hasta el punto de que tuvo que cerrar su cuenta de Twitter durante casi un mes.

 

Pues bien, ahora somos todos ‘periodistas’. Con formación o sin ella. Y el daño se puede multiplicar por infinito. No es mi intención aquí cuestionar la libertad de expresión de nadie, recogida en ese artículo 20 de la Constitución que obligan a aprender de memoria en las facultades de Ciencias de la Información. La diversificación es algo bueno. Entre otras cosas, porque también a los periodistas nos conducen a superarnos. Desde luego, no me refiero a esas opiniones bajo seudónimos en plan ‘El Guerrero del Antifaz’ o el ‘Mejillonero Enfurecido’, ni a los que engordan seguidores a base de insultos y mentiras, ni a los que amenazan en público desde posiciones de anonimato. Me refiero a todo aquello que se expresa con sentido común, sea cual sea el canal.

Y eso es lo único que quería proponer hoy por aquí: sentido común y templanza. Dentro y fuera de los conductos tradicionales del periodismo. Ahora todos somos responsables de que un vaso de orina pueda volar a la cabeza de un deportista o incluso algo peor. Porque ahora todos somos Reyes Magos.