Luis Enrique también estuvo en el Bernabéu
En lo futbolístico (Florentino va aparte), se ha hablado mucho de Benítez. Bastante más que del Clásico perpetrado, entre otros, por Danilo, Ramos, Bale y Benzema. Y curiosamente se ha hablado poco de Luis Enrique. Bastante menos que de la lección que dieron, entre otros, Piqué, Busquets, Sergi Roberto, Neymar y Suárez. Suele pasar. Parece más fácil centrar el foco en la derrota y repartir los elogios en la victoria. Pero en este último Madrid-Barça si alguien triunfó fue Luis Enrique, sin espacio en las numerosas portadas. Tras el 0-4 dijo en sala de prensa que la victoria le sabía “a gloria bendita”. Y no le falta razón. Pese al triplete en su estreno de la temporada pasada, necesitaba aún una de esas noches que trascienden a los títulos, que hinchan el pecho y que nutren las videotecas. Sabe que ha entrado en la historia a lo grande: ganando al eterno rival una vez más, pero no de una forma cualquiera, ante su parroquia. Pese a las críticas, ya puede presumir de ser el técnico con más victorias en Liga en el Barça en los primeros 50 partidos. Con esta goleada suma ya 40 triunfos. Guardiola, mito del barcelonismo, logró 36. Tantos como el profesor Helenio Herrera. Un dato alentador el de Luis Enrique para repetir un día el legado de Guardiola.
Pero más allá de los tres puntos, la renta de seis en el campeonato y los cuatro goles; más allá de todos esos números y récords, lo que le eleva son las formas llevadas a cabo. Esas en las que cree y que nadie le impone. La planificación, la táctica, el estilo y la fidelidad a una filosofía. Una vez visto el partido por tercera vez (bendito iPlus) sólo tengo elogios a cada una de las decisiones que tomó. Es de justicia darle el peso que merece. Como el que tenía, y también le di(mos), cuando las cosas no iban bien.
Lo primero que habría que destacar del Clásico es su atrevimiento. Tras la caída con el Tata Martino, el asturiano ha sabido renovar la plantilla y las ilusiones y se plantó en el Bernabéu, que es el examen de exámenes, con cinco canteranos en su once frente a un rival que presumió de españolización y que no puso a nadie de la casa en el equipo inicial. Y eso que no actuó Messi, un titular habitual. Jugaron Piqué, Alba, Busquets, Sergi Roberto e Iniesta. Y hasta participó después Munir, al que Luis Enrique incluso hubiera puesto de partida de no haber sanado del todo Rakitic. El Barça, que parecía muerto hace menos de un año, ha hecho una gran reconstrucción. No sólo se ha asegurado un sucesor de Messi con Neymar, también la aportación de la Masia.
También es admirable su mando. Si hubiera jugado Messi de primeras se habría hablado despectivamente de que el argentino manda y hace el once como y cuando quiere. Una verdad sólo a medias porque, está claro, un hombre que tiene cuatro Balones de Oro también se ha ganado el derecho a decidir. Pero una vez que se confirmó su suplencia se siguió diciendo que fue una decisión suya. Ni siquiera que fue algo consensuado. El caso es matar al entrenador, cuando a Benítez se le ha condenado por todo lo contrario: por poner a demasiados futbolistas juntos que andaban tocados. El caso es desestabilizar a una estrella que ha acatado lo que no todos harían por el bien individual y colectivo: ser suplente ante Atleti y Madrid pese a tener a 500 millones de admiradores mirando.
Y todo esto no es lo más importante en el papel desempeñado por Luis Enrique. Una vez confeccionado el once, lo que de verdad le encumbra es el partido. Manejar un equipo talentoso cuya mejor virtud no fue la que siempre le da fama: el manejo del balón. Siendo brillante su dominio (95% de pases buenos de Iniesta y Rakitic), lo que le dio el partido fue la defensa y la presión. La recuperación de unas tareas oscuras pero necesarias que llevó al equipo a lo más alto con Guardiola. Vean el 0-2 y lo entenderán: con el robo previo de Suárez a Modric tras perseguirle 20 metros comenzó todo. Hacer correr así a unos jugadores que hace sólo cinco meses consiguieron un triplete no es sencillo. El Barça juega de nuevo al ritmo que roba. Si defiende activo, recupera y ataca con nervio. Si defiende más atrás y blando, también recupera, sí; pero para sobar y ralentizar. Luis Enrique lo ha entendido. Tampoco debe ser sencillo preparar tan acertadamente un partido cuando tres cuartos de tu equipo está de selecciones y sólo llegan a tiempo para entrenar (o dosificar) un par de días mientras el rival tiene a casi todos en Valdebebas para machacar (si es que lo hizo) con el once elegido.
De sus movimientos tácticos ante el Madrid se podrían escribir cien folios. Yo paro ya, no vaya a ser que alguno, a lo Marcelo, me diga que no he jugado nunca a esto. Resumiendo, no sólo podemos quedarnos con el invento de Sergi Roberto. Jugadorazo multifuncional que Luis Enrique ha patentado. Hay mucho más. El técnico ha mejorado al equipo añadiéndole el concepto mortal de la contra perfecta que tan bien aprendió este equipo del propio Madrid y que tanto daño le hacía. Y repitió cosas que han funcionado ante su gran rival antaño. Como presionar mucho la salida del balón, perseguir a los laterales con los extremos y dejar que sean los centrales rivales los que se responsabilicen de la creación. Así logró neutralizar a Marcelo, fijar a Modric y Kroos y forzar que Varane perdiese 15 balones y Sergio Ramos ocho.
Pero a mi juicio, la aportación más novedosa en este partido fue el papel de los laterales, Alves y Jordi Alba. Ambos nos han acostumbrado a ser prácticamente extremos. De hecho, Alves lo ha sido más de una vez en el Bernabéu cuando Cesc y Messi se repartían las labores de falso nueve. Y, sin embargo, esta vez ambos permanecieron muy poco tiempo en esa posición tan adelantada. O como mucho, si atacaba uno, el otro guardaba la posición. Nada de irse los dos como en el pasado. Sólo llegaron por sorpresa, en carrera, con la jugada muy clara para finalizarla sin que hubiera contra y, sobre todo, con mucha superioridad en el marcador. La consigna no era ser más defensivos, estuviera bueno con esta plantilla. La idea era ser más equilibrados para no dejar a la espalda espacios que tantas otras vez han sabido explotar Bale y Cristiano. Su mejor posicionamiento, como defensas primero y como atacantes luego, permitió una gran salida del balón al Barça (arriesgando como ya es costumbre y solución), al mismo tiempo que condenó las subidas de Danilo y Marcelo, tan bien perseguidos por Sergi Roberto y Neymar. Un plan exitoso que en Clásicos del futuro, con Messi en condiciones y puede que con un pilar en el banquillo, hará que Suárez sea el que corra detrás de Marcelo para no agotar a Messi con esas labores. Veremos.
Y pese a esos retoques en defensa, entre los que el técnico ha incluido además la defensa mixta en las jugadas a balón parado, Luis Enrique ha mejorado claramente el ataque, el fin prioritario para el que el Barça siempre pone todos los medios. Siendo decisivos los integrantes del tridente, los centrocampistas llegan más que nunca al área. Varias jugadas ante el Madrid lo demuestran, con Sergi Roberto, Rakitic e Iniesta dentro del área, y con Busquets siempre pendiente para activar las segundas jugadas.
Dirán algunos que no sólo ganó Luis Enrique y que también habrá hecho algo mal en este partido. Cierto. Sobre lo primero, una realidad: al final el principal mérito (no el único) es de unos jugadores ejemplares que no se han abandonado en tantos años a pesar de ganarlo absolutamente todo. Pero sobre lo segundo, sinceramente no lo veo. La única tarea por pulir y que no ha conseguido Lucho ni con 0-4 en este Clásico es lograr que Munir se suelte, explote y marque. Pero es que si logra eso pronto como alternativa fiable para grandes partidos, más que un técnico estaríamos hablando de un mago.
Ahora, sigamos hablando de Benítez.
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