Romero marca el gol más gamberro
A finales de los cincuenta y principios de los sesenta hubo gran afluencia de jugadores paraguayos en el fútbol español. Se debió quizá a dos empujes. Uno, el gran rendimiento de Eulogio Martínez en el Barça, donde llegó en 1956. Fue inolvidable su Copa de 1957, en la que un día le marcó cuatro goles al Madrid en 15 minutos y otro ¡siete! al Atlético en un solo partido. El otro empujón fue el magnífico desempeño de la selección guaraní en el Mundial de 1958. Muy flojo por atrás, pero de enorme calidad e inspiración por arriba. Fue una de las noticias del torneo.
Tanto gustó aquel equipo que en España trajimos a su delantera completa, más dos suplentes, más el potente medio Achúcarro. Todo de un golpe. Al Sevilla vinieron Aguilera, Agüero (que luego pasaría por el Madrid) y el citado Achúcarro. Al Oviedo, Antonio Romero y Amarilla. Al Elche, el goleador Re, que luego iría al Barcelona y, de ahí, al gran Espanyol de Los Delfines. Al Valencia, Aveiro. Y a Las Palmas, Parodi.
Pero quedaba fuera el mejor de aquella generación, no detectado porque no estuvo en ese Mundial. Se llamaba también Romero, como el espigado delantero que fue al Oviedo. Pero era interior, más chaparro, tendente a coger peso. Por nombre completo, Juan Ángel Romero Isasi. Ya había sido estrella en el campeonato Sudamericano de 1953, que ganó Paraguay gracias, entre otras cosas, a las diabluras de ese número 10, que entonces sólo tenía 18 años. De aquel equipo, el Atlético trajo tres hombres: el meta Riquelme, el central Heriberto Herrera, que llegaría a ser internacional con España, y el delantero Atilio González. Por su parte, nuestro hombre fichó por el Nacional de Montevideo, y esa fue la causa de que faltara al Mundial. En la época, se solía prescindir de los que se iban a otro país. Un poco incluso se les perdía la pista.
La efervescencia del mercado español acabó por captarle. Quien le trajo aquí fue el mismo que a los demás, un intermediario llamado Arturo Boghossian, de origen armenio. En aquel tiempo sin noticias ni contactos, se movía bien, iba y venía, conocía las necesidades de los clubes españoles y les ofrecía soluciones del otro lado del charco. Tenía muy buen trato con Esquitino, el genial presidente del Elche que había conseguido ascender al equipo en dos temporadas de Tercera a Primera (no había Segunda B) con César como entrenador-jugador.
Romero, le dijo, podía ser la perla que le diera al equipo caché de Primera. Una estrella por poco precio. Esquitino aceptó. También aceptó Romero, aunque vino engañado. Boghossian le dijo que le traía para el Barcelona. Una vez en España, le contó la verdad: no venía al campeón de las dos últimas Ligas sino al Elche. Por supuesto, Romero no sabía ni de la ciudad ni del equipo. Pero una vez hecho el viaje… Lo mismo le había hecho Boghossian no mucho antes a Griffa, un central al que le dijo que venían al Barça para luego decirle que no, que al Atlético. Claro, que en el caso de Romero, el salto era mucho mayor.
Y deslumbró. Tras siete años en Nacional (y dos antes en el Olimpia) era, a sus 26 años, un jugador cuajado y en plenitud. No cuidaba mucho su figura, pero aquí estábamos entonces acostumbrados a eso, desde el ya citado Eulogio Martínez al celebérrimo Puskas, con cuyo juego, además, emparentaba el de Romero. En su primera Liga consiguió 21 goles, una enormidad para un jugador del Elche, todavía entonces un equipo que luchaba por la permanencia. Tanto, que se salvó en promoción.
Elche, en efecto, tenía un ídolo como nunca hubiera soñado. Y él se sentía feliz. De arranque, jugó 153 partidos seguidos, sin perderse ni uno entre 1960 y 1965.
Tenía cierta facilidad para el gol olímpico (cuentan que marcó siete en su carrera), pero el gol más celebrado por los suyos fue el que le marcó al Murcia el 10 de noviembre de 1963. El Murcia había regresado a Primera División después de varios años. Venía a disputarle al Elche un protagonismo como equipo hegemónico de aquella zona. Había derbi. Y por primera vez en Primera División.
Ese 10 de noviembre, en un Altabix lleno y ansioso, salta al campo el Elche con estos jugadores: Pazos; Chancho, Iborra, Quirant; Ramos, Forneris; Cardona, Lezcano, Eulogio Martínez, Romero y Oviedo. Es la célebre delantera del CLERO, palabra que resulta de empalmar las iniciales de los cinco. Eulogio Martínez era el mismo que había estado en el Barça. La tripleta central era paraguaya. Cardona era hondureño y Oviedo, español. El entrenador era Heriberto Herrera, paraguayo también, citado más arriba.
Por su parte, el Murcia va con: Campillo; Tatono, Marquitos, Dauder; Lax, Martínez; Miguel, Aznar, Marsal, Merodio y Szalay. Entrena Fernando Daucik.
El Murcia ha hecho un equipo competitivo, apuntalando a los héroes del ascenso con destacados veteranos: Marquitos, Miguel, Marsal, Merodio… Sale bien y marca por delante, por medio de Lax.
Pero el Elche, bien hecho, más joven y achuchado por su público, da la vuelta al marcador con goles de Cardona y Lezcano, este, por cierto, paraguayo también, llegado un año antes de la mano, cómo no, de Boghossian… bajo promesa de llevarle al Valencia para depositarle luego en Elche.
Está el partido 2-1 cuando a ocho minutos del final se produce la jugada de la que se hablará años en aquella parte de España. Tatono quiere ceder un balón a Campillo, pero se le queda corto. Romero, astuto, lo ve, burla la salida desesperada del meta, va a puerta solo, el gol es inevitable… y de repente se para. Pisa el balón frente a la raya, se pone a cuatro patas y con un suave golpe de cabeza le hace atravesar la raya. A la estupefacción sigue el júbilo en Altabix por esa ocurrencia burlona.
Por supuesto, a Campillo no le hizo la menor gracia. La jugada le quedó royendo por dentro las horas siguientes. Hasta que, seguro de que Romero cenaría con algunos compañeros en La Goleta, en Alicante, como solía, salió a las nueve de su casa en Guardamar y se fue a buscarle. Y, en efecto, allí le encontró, con Lezcano, Eulogio y algún otro. Le retó a salir y Romero salió, entre la expectación de la clientela. Pero le calmó. Le dijo que algunos compañeros de Campillo le habían hecho burla con el 0-1, y que por eso se le ocurrió lo que hizo. Que sentía haberle ofendido a él, que si llega a saber lo mal que le iba a sentar no lo hubiera hecho.
Campillo aceptó las explicaciones. Y fuese y no hubo nada.
Romero aún dejaría otra jugada muy especial para el recuerdo de la afición. Fue el 3 de abril de 1966, última jornada de Liga, cuando tras desarbolar a toda la defensa ché no marcó, sino que regaló el gol a Vavá, joven delantero nacido en Béjar pero cocinado en el Ilicitano. Con ese gol, Vavá fue Pichichi con 19, uno más que Luis Aragonés.
El curso siguiente, llegó Di Stéfano como entrenador. Tenía el encargo de renovar el equipo y dio la baja a Romero, decisión muy controvertida. Aunque ya tenía casi 33 años, a otro que no fuera Di Stéfano no se lo hubieran consentido. Se fue un año al Hércules, y de ahí regresó al Ilicitano, como entrenador-jugador. En el 70 se retiró. Se quedó para siempre en Elche, donde falleció en 2009.
Los veteranos del club se reúnen con frecuencia a hablar de aquellos buenos viejos tiempos. En las conversaciones siempre está Romero. Y su gol inaudito al Murcia en aquel lejano derbi.