Mr. Pentland

Míster Pentland fue justo lo que la mayoría llevamos dentro: un entrenador. El precursor y más innovador. Este rincón tratará de su gremio. De los inicios, las trayectorias y las anécdotas de sus sucesores. Modestos y profesionales. Españoles y foráneos. De club o seleccionadores. Bienvenido. Pase y tome asiento.

Autor: Alfredo Matilla

Moyes y el dilema con los extranjeros

En sus ciento quince años de vida, la Real Sociedad siempre dio prioridad al producto nacional sobre el extranjero. Al vasco sobre el español. Y al guipuzcoano sobre el de Álava o Vizcaya. Lo hizo por fe, respeto y orgullo. Hasta que las necesidades le hicieron modificar su filosofía para readaptarse a las nuevas exigencias. Le pasó con los futbolistas y le sucedió también con los entrenadores. El aperturismo a la hora de fichar le dio muchas y buenas noticias, que conste, como también las había tenido antes. Pero a pesar de que así niveló su potencial competitivo con el resto, el corazón siempre pudo (y puede) más que los resultados. Por eso, más allá de los títulos logrados, nadie olvida que las dos ligas consecutivas de 1981 y 1982, techo en la historia de la entidad, se ganaron con Alberto Ormaetxea en el banquillo. Un paisano de Eibar. Por eso, pese a ser capaz de jugar la Champions ante grandes potencias y llegar a semifinales en Europa, se repite como el eco una realidad: que el equipo es el sexto que más internacionales ha aportado a la Selección. 43 más otros ocho que no debutaron. 

La Real, como todos, dio la bienvenida a los futbolistas foráneos cuando los ingleses exportaron el invento y eran vistos como profesores. Harry Lowe, que hizo de todo en el club, fue el mejor ejemplo. En la era moderna también lo repitió cuando el derecho de retención del que se valía se abolió (1986) y el vecino y los poderosos empezaron a pagar las cláusulas de rescisión de sus mejores hombres para debilitarle de manera hiriente. Tras competir sólo con españoles desde 1962 por deseo de un exalcalde metido a presidente (Antxon Vega de Seoane), en 1989 volvió a abrir sus fronteras con la llegada de John Aldridge empezado ya el campeonato porque el Athletic había pagado por Loren 300 millones de pesetas. Emprendió un nuevo camino con Alkiza de presidente y entre una gran división social pero, pese a los críticos, la jugada le salió bien. Qué maravilla de delantero. De ahí la continuidad a esta política en los fichajes en la que casi siempre se ha intentado respetar una máxima: el grueso es de la casa y el mercado, muy útil, sólo debe aportar los retoques.

Moyes

Con los entrenadores fue algo diferente. La Real, pese a que nunca dio la espalda a los nuevos tiempos, siempre pensó antes en lo propio que en lo ajeno. Así logró hacer historia. Con Moyes sólo son nueve entrenadores extranjeros de 43. Y de los 34 restantes, 32 han sido vascos. La prueba es que cada vez que puede -y se agota la etapa del de fuera- acaba volviendo sobre sus pasos para tirar de los ‘suyos’. Si pudiera, da la sensación de que permanecería en esta idea para siempre. Los resultados, a menudo impostores, son los únicos que le han quitado la razón. Desde que logró sus mejores éxitos en los años ochenta, tras Toshack llegó Boronat. Tras Krauss, Clemente. Después de Denoueix, Amorrortu. Una vez fuera Coleman llegó Eizmendi. Y como sucesor de Montanier, Arrasate. Sin embargo, sólo lo importado le funciona. En los últimos 30 años ningún preparador de la casa ha triunfado. Pese a la insistencia. Un honor que sólo ha quedado para los elegidos Toshack (Gales), Denoueix (Francia), Lasarte (Uruguay) y Montanier (Francia). El resto, hasta 14 entrenadores, no consiguieron salir por la puerta grande. Muchos de ellos más bien lo hicieron por la de atrás. El último, Arrasate. De ahí que ahora el club haya decidido ponerse en manos de un sabio escocés. 

En todo este tiempo de gafe en las tres últimas décadas, la Real ha aportado diez futbolistas a la Selección. El más reciente, Íñigo Martínez. Un dato que demuestra que ha logrado mantener el nivel de su base pese a la convivencia de la cantera y la cartera. Con los entrenadores autóctonos no ha tenido esa suerte. Desde Ormaetxea, sólo Boronat (fue su segundo) logró meter al equipo en Europa sin mucho brillo, Irureta dio guerra con un equipo muy justito y Olabe salvó una difícil papeleta. Poco más. Expósito propició el regreso de Toshack, Iriarte aportó dudas, Clemente cayó en picado, Periko Alonso no cuajó, Arcornada y Bakero fueron vistos y no vistos, Lotina fue un fracaso, Eizmendi y Lillo más de lo mismo, y a Arrasate se le atragantó Europa y acabó siendo fulminado este mismo mes. 

Antes, la Real era referencia en los banquillos tirando de españoles. Puede presumir de que, además de Clemente, que llegó ya de vuelta, ha tenido a varios seleccionadores. El primero, José Ángel Berraondo en los años 20. Luego, Benito Díaz en el Mundial de Brasil de 1950 formando tándem con Eizaguirre. Después, Salvador Artigas (catalán), formando triunvirato con Miguel Muñoz y Luis Molowny en el 69. Y hasta tuvo a Barrios trabajando en la Selección B. Esa tendencia, lamentablemente, ha ido desapareciendo. Los números han desvirtuado la valentía de varias directivas. 

Ahora, por tanto, toca otro cambio de rumbo. Pero la fe donostiarra sigue intacta. Esta vez gracias a Asier Santana (Idiazabal, 1979). El técnico de la casa que suplió a Jagoba Arrasate como entrenador interino en la última jornada de Liga y que ganó al Atlético en su debut en Primera. La confianza del club en él es tal que estos días Asier, mientras compatibiliza sus labores en el filial, aconseja a Moyes, recién aterrizado, horas antes de su estreno en Riazor. Y lo hace con una ilusión desbordada. No es tonto. Ni imprudente. Analizando la historia más reciente de su bendito club, sabe que se avecinan buenos tiempos en San Sebastián. Por un lado, porque con el escocés se retoma la exitosa y moderna tradición de confiar en los extranjeros (ocho técnicos británicos ganaron la Liga). Y por otra, porque aún se ve con papeletas de poder cumplir un día su sueño. La Real, ya es dogma, volverá a mirar pronto hacia casa. Por fe, respeto y orgullo.