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Valverde: podios de mucho mérito, pero sin gloria

El debate en torno a Alejandro Valverde es constante. ¿Sus resultados le alzan al Olimpo del ciclismo o, por el contrario, confirman que es un conformista coleccionista de podios? ¿Su carrera ha estado bien orientada? ¿Se ha obsesionado tanto con las grandes vueltas o con el maillot arcoíris que ha perdido su instinto de ganador? Todas esas preguntas nos las hemos hecho en infinidad de ocasiones. Con respuestas para todos los gustos.

A continuación voy a dar una opinión más sobre este asunto. Que no tiene por qué ser la definitiva, simplemente es mi opinión. Creo que en el origen del análisis estaremos todos de acuerdo: Valverde tiene un enorme talento natural para el ciclismo. Pero a partir de ahí, podemos entrar en diversas discrepancias.

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Vamos a lo más reciente, que son sus seis medallas en los Mundiales: dos de plata y cuatro de bronce. Cuando le vimos subido al podio de Hamilton 2003 como subcampeón, todos celebramos su irrupción con solo 23 años, porque proyectaba un gran futuro. Le adivinábamos vestido algún día con el arcoíris, entre otras muchas gestas. Luego nos enteramos de que Paco Antequera le tiró de las orejillas porque con su ímpetu de juventud podría haber puesto en peligro el oro de Igor Astarloa. Precisamente ese ímpetu es lo que el murciano ha ido perdiendo con el tiempo. ¿Para bien? Pues no siempre.

A Valverde lo ‘domesticaron’ cuando llegó en 2005 al equipo de Eusebio Unzué. Y que conste que no voy a cuestionar la productividad de este equipo: ahí está su palmarés desde los tiempos de Reynolds. Sólo valoro lo que concierne al murciano. De repente se decidió que si quería ganar una gran vuelta tenía que poner freno a ese ímpetu original, a esa voracidad, a su hambre de campeón… Para ganar una grande hay que regular, guardar siempre algo para el día siguiente. Ese era el mensaje. Y así fue como Valverde conquistó la Vuelta a España de 2009: sin una sola victoria de etapa. Con un ciclismo absolutamente en contra de su naturaleza.

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Es su único triunfo en una grande. Valverde tiene, además, otros cinco podios en la Vuelta. Y las seis medallas en los Mundiales. Y en el Tour de Francia ni siquiera se ha subido al cajón, su mejor clasificación ha sido el cuarto puesto de este mismo año. Todos estos resultados son muy meritorios, no lo vamos a negar. Pero no dan la gloria. Recuerdo a un exciclista que me dijo una vez: “El segundo clasificado es el primer perdedor”. Y lo comparto por completo.

Michael Kwiatkowski se enfundó el domingo el arcoíris porque jugó al todo o nada. Ahí es donde nos hubiera gustado ver más veces a Valverde. Con ese ímpetu que sirvió para que una vez Antequera le tirara de las orejillas… Siempre es mejor que coleccionar podios, por muy meritorios que sean. Este año, yo me quedo con la imagen de Valverde en la etapa de Cumbres Verdes y en esas jornadas iniciales de la Vuelta, en las que, desahogado por el liderazgo de Nairo Quintana, jugó a ser él mismo. Nos mostró su esencia. Se divirtió y nos divirtió.